martes, 10 de noviembre de 2009

Danzar hacia los dioses

Cada cultura, cada movimiento religioso tiene un conjunto de bailes y danzas que escenifican la unión del ser humano con la divinidad, o que -al menos- suponen un impulso reverencial para evidenciar el deseo de establecer esa unión. La danza sirve también para reavivar las fuerzas cósmicas o místicas, manifestadas tradicionalmente como plasmación de la unión humana-divina. La danza ritual ya era usada en las tribus primitivas y jugó un papel destacadísimo en el mundo griego. En la actualidad, destacan por la intensidad de su adoración los derviches, místicos musulmanes que entran en éxtasis a través de la danza y llegan hasta la extenuación.

Según el antropólogo Pedro A. Cantero, “la danza es una expresión por la que el hombre siente, comunica y conoce”. En la provincia de Huelva contamos con un puñado de tradiciones con la danza como protagonista. Sin llegar al misticismo de las manifestaciones de los derviches, podemos afirmar que casi todas ellas tienen un marcado carácter religioso, salvo ciertas manifestaciones puramente lúdico-festivas, que también citaremos para dar una idea un poco más clara del mosaico de danzas provinciales. Incluso haremos referencia a ciertas danzas que desgraciadamente se han perdido por diversas causas. También hemos de llamar la atención sobre el hecho de que en muchas ocasiones el ritual de la danza comienza antes de los primeros pasos, justo en el proceso de colocación de la indumentaria. Algunas de nuestras danzas provinciales están interpretadas por hombres, mujeres o niños ataviados con una vestimenta digna de admiración, de la que también hablaremos.

Debía andar yo por los cuatro o cinco años cuando venían a Puerto Moral los Danzantes de Hinojales para participar en la procesión de la Virgen de la Cabeza. Me llamaba tanto la atención la indumentaria de aquellos jóvenes, que cuando sale a colación el tema de la danza, pese al tiempo transcurrido, el primer elemento que se me viene a la cabeza es el de esta localidad serrana y su particular tradición. Con ese motivo, comenzaremos nuestro análisis del fenómeno de la danza en la provincia de Huelva por esa población. Las actividades de danza tienen lugar en Hinojales durante el mes de mayo, en los cultos a la Virgen de Tórtola. Participan del acontecimiento dos grupos -niños y jóvenes- al son de la gaita y el tamboril. Cada grupo consta de ocho “lanzaores” (con cinturón rojo) y un “guión” (con cinturón verde), que los dirige. Todos ellos se ayudan de castañuelas para realizar sus movimientos.

Dejemos que sea la docta voz del periodista Aurelio De Vega, gran amante de la sierra onubense, la que describa la danza de Hinojales. Hacen dos movimientos girando a derecha e izquierda, por fuera, y luego otros dos hacia dentro. Hay una parte en que los danzantes van hacia atrás y los de atrás vienen adelante. Vuelven a repetir las mismas o parecidas figuras, hasta que llegan a quedarse en forma de cruz. La danza en la iglesia es más viva que en la calle. El propio De Vega comienza a describirnos la indumentaria de estos danzantes. Camisa blanca normal; una cinta de cualquier color colgada al cuello (cae por delante y parece que son tirantes); cinturón, más ancho por delante y con unas ballenas para que no se doble.

Se enriquece la vestimenta con un doble faldoncillo o “volero”, blanco de encaje calado, con dos pañuelos a los lados. Continúa De Vega la descripción. El pantalón es normalmente azul, hasta por debajo de la rodilla. Tiene botonadura dorada por fuera del muslo y dos madroños, donde el pantalón termina y aprieta la media, que es blanca de hilo. Las zapatillas son también blancas. Este traje es muy vistoso y tiene como complemento un gorrito de tela de color, hecho a capricho y sin casquete. Es más ancho por delante, lleva un encajito blanco muy fino encima y unas flores pequeñas cosidas. Por detrás cuelga un manojo de diez o más cintas, cada una de un color y centímetro y medio de ancho, que caen hasta la cintura.

Muy cerca de allí, en Cumbres Mayores, nos encontramos con otra tradición de danzantes. En el Corpus Christi, durante las procesiones, se hacen las Danzas de la Virgen de la Esperanza y del Santísimo Sacramento. Los danzantes son niños de ambas hermandades que realizan su labor al son de la gaita, el tamboril y las castañuelas. Al domingo siguiente se repiten en la vuelta de las imágenes a sus ermitas. También participan los danzantes en los actos del Lunes de Albillo (segundo lunes tras el Domingo de Resurrección) con la Danza de la Virgen y también en la verbena de la Virgen del Amparo, el 8 de septiembre, día de la Natividad de María. Existen además otras danzas infantiles en nuestra provincia, como son los bailes de seises de la fiesta de la Virgen de Coronada -en Calañas-; los lanzaores de Cabezas Rubias en los festejos y romería de San Sebastián; y las que cita Cantero en Paymogo.

Al noroeste de la provincia tenemos a Encinasola, localidad donde se da una de las manifestaciones de danza más impresionantes de nuestra geografía: la Danza del Pandero. Se trata de una antigua danza fúnebre de origen leonés, cuyo arranque se remonta al siglo XIII. Es interpretada por mujeres con un sobrio ritmo marcado exclusivamente por unos panderos cuadrados. Se cree que se interpretaba al morir un niño pequeño, en la creencia de que a la vida se venía a sufrir y con la muerte un alma inocente alcanzaba la dicha del paraíso celestial. Se cantaba y bailaba en la puerta del niño formando corro bajo la sobriedad del pandero, único instrumento utilizado para su interpretación. Luego iban a casa de los padrinos del niño donde volvían a bailar y eran agasajados con dulces, chacinas y otros manjares típicos. El Grupo de baile de Encinasola participó en el VII Concurso Nacional de Coros y Danzas -celebrado en el Teatro Español de Madrid- en diciembre 1948, obteniendo el primer premio Nacional de danza.

San Telmo es una pedanía minera de Cortegana. En el mes de mayo, en las fiestas patronales, tiene lugar una danza de las espadas protagonizada por jóvenes de la localidad con una sencilla indumentaria, en la que destaca una banda roja cruzando el pecho. Hay en nuestra provincia varios ejemplos más de danza de las espadas; para Cantero, la más lograda y emotiva de todas ellas es la de San Bartolomé de la Torre, “tanto por la sincronía de los pasos y mudanzas como por la intensidad dramática que alcanzan danzaores y tamborileros, así como la perfecta ejecución de la música y las figuras”. Se realiza dos veces al año, en San Sebastián y en San Bartolomé. La espada es larga y de guarda ancha. Doce hombres componen el grupo, pero tres descansan mientras danzan los otros nueve. Entre ellos destacan el “maestro” -encargado de ir determinando las figuras y mudanzas, que no se turna- y el “rabo”, personaje de cierre que tiene mayor libertad de acción y se luce con movimientos a modo de adornos. El rabo, en cada salida del arco de sables, cierra la cola con un arrastre de su espada.

Otra danza de espadas es la que se celebra en La Puebla de Guzmán con motivo de la romería en honor de la Virgen de la Peña. Solemne en sus pasos y mudanzas, la danza de La Puebla es rica en lo que a indumentaria se refiere. Hay dos danzas -la de hombres y la de mozos- de nueve componentes cada una. Están encabezadas por un capitán y cerradas por un rabeón. En Villanueva de las Cruces cuentan con la Danza de los Garrotes, por San Sebastián, y en Villablanca, con la Danza de los Palos. Esta localidad celebra cada año un Festival Internacional de Danza. Los jóvenes la interpretan en la Romería de la Virgen Blanca y los viejos lo hacen en las patronales, en honor de la misma advocación.

El caso de El Cerro de Andévalo es muy interesante por la riqueza de las indumentarias y porque participan en la danza tanto hombres como mujeres, lanzaores y jamugueras. Los siete Lanzaores van vestidos con pantalón negro, con botones de plata en la parte inferior del pernil, camisa blanca de manga ancha y chaleco estampado. Llevan una banda bordada cruzada sobre el pecho. Cuatro de esas bandas son de color rojo y las otras tres de color verde. En ciertas ocasiones, los Lanzaores visten además una chaquetilla corta de color negro. Por su parte, el traje de las Jamugueras está formado por camisa blanca con encajes, corpiño, Monillo, toca bordada en oro, guantes, guardabajo de seda, enaguas, moa, medias de cuchillas azules, chinelas de terciopelo rojo, sombrero de plumas con lazo y una vistosísima muestra de joyas. Los bailes tienen lugar la Mañana de Albricias (Domingo de Resurrección), el Día de Faltas o Jueves de Lucimiento, durante la romería de San Benito (primer domingo de mayo) y el Miércoles del Dulce. Los hombres realizan un baile que pudiera encontrar sentido en la recreación de vivencias pastoriles. Unidos por las lanzas que portan, van formando distintas figuras: hileras, caracol, túnel, siempre al paso que marca el tamboril. El paso de las andas consiste en pasar danzando bajo las andas que portan a San Benito, sin darle nunca la espalda, en la procesión del domingo de Romería. En cuanto a la Folía, cuando la bailan las mujeres solas, lo hacen mirándose, describiendo varios círculos y figuras, con pasos cortos, mientras unen sus dedos sobre sus cabezas. La Folía también se baila en forma mixta, entonces el hombre, sin tocar a la mujer, la va cortejando dando vistosos saltos, mientras la mujer realiza los movimientos descritos anteriormente hasta que terminan en un abrazo.

Con un nombre muy parecido, la Foliá, se da otra danza en Santa Bárbara de Casa. Por otra parte, Sanlúcar de Guadiana desarrolla durante las fiestas en honor de Nuestra Señora de la Rábida una danza dedicada a la Virgen. Tiene lugar el fin de semana siguiente al Domingo de Resurrección. Es una danza de gloria, bailada por grupos de once varones: hombres, jóvenes y niños. Una de las mudanzas consiste en la reunión de dos grupos de cinco hombres que sostienen arcos de flores. Las fiestas de San Juan Bautista también llevan asociadas danzas en nuestra provincia, como la de los Carajuanes de El Berrocal o la Danza de los Cascabeleros, en Alosno. Esta última es una danza de origen pastoril que se manifiesta en dos modalidades. La primera de ellas es la de los cascabeles, que se realiza durante la procesión y hace alusión a los cascabeles que lucen los lanzaores en las piernas. La segunda de ellas es “el parao”, un fandango que se ejecuta ante la iglesia. Un capataz con una sonaja dirige los bailes, con una docena de mudanzas y tres cambios de ritmo.

El Almendro y Villanueva de los Castillejos comparten la celebración de la romería de Nuestra Señora de Piedras Albas, desde el Domingo de Resurrección al Miércoles de los Burros. Y también comparten la danza de los Cirochos, un baile de adoración interpretado por catorce danzantes. Hay dos grupos, el de los cirochillos (niños de hasta doce años) y el de los viejos (jóvenes y hombres mayores). Su atuendo se compone de blusas blancas y pantalones de pana verde a media caña, con adorno de bolas de colores, calcetas y alpargatas blancas con cintas de colores, pañuelos rojos con lunares blancos en la cabeza y faja y banda rojas -salvo las del guión, que las usa verdes- y las correspondientes castañuelas con cintas de colores.

Existen otras manifestaciones de danza de menor entidad, como por ejemplo el baile de las jotillas de Aroche o las de Santa Bárbara de Casas. También es el caso de los fandangos de Almonaster la Real, de gran riqueza antropológica por su variedad de estilos y la indumentaria utilizada. A todas ellas hay que unir los bailes habituales en fiestas, desde rumbas y sevillanas hasta los bailes del pino de El Granado o Alosno, que fuera ya de la ancestralidad de las manifestaciones tradicionales, cumplen una función lúdica también a tener en cuenta.

Cañaveral de León es un pueblo muy cercano a Hinojales. Al parecer, en tiempos antiguos existía en Cañaveral una tradición de danzantes que intervenían en las fiestas de Santa Marina. Tras su desaparición, en dichas fiestas son llevados los danzantes de pueblos limítrofes, ya sea Hinojales o Fuentes de León (Badajoz). También, según Cantero citando a Antonio Limón Delgado, han desaparecido las danzas masculinas de El Granado y de San Silvestre de Guzmán.

Hasta aquí hemos mostrado el amplio abanico de expresiones de danza que se dan en la provincia. Es muy posible que no todas las danzas que hemos descrito tengan ese carácter mágico que explicábamos al comienzo. Aún así, el valor antropológico de tales manifestaciones hace muy recomendable su conocimiento, su divulgación y su preservación para las generaciones venideras, como muestra del más valioso patrimonio inmaterial que poseemos.

Arroyomolinos y Galaroza: ovnis en la Segunda República Española

La “ufología convencional” nació en 1947, tras el avistamiento protagonizado en Estados Unidos por el piloto Kenneth Arnold. Pese a ello, son muy numerosos los avistamientos de “objetos aéreos anómalos” acaecidos en fechas anteriores a ese año. En nuestra provincia tenemos ejemplos de gran interés, como los que describo a continuación. En la lluviosa noche de la Inmaculada Concepción de 1932, en plena II República Española, dos avistamientos -separados entre sí por pocas horas y pocos kilómetros de distancia- llevaron el asombro primero y el pánico después a las localidades serranas de Arroyomolinos de León y Galaroza.

Estos casos fueron investigados y difundidos por el buen amigo y veterano ufólogo sevillano, Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, vinculado familiarmente con la localidad de Arroyomolinos de León, en la que iniciaremos la narración de estos casos tan singulares, siguiendo los informes del propio Darnaude. Los hechos tuvieron lugar en la noche del 8 al 9 de diciembre de 1932, entre las once y media y las doce. La noche era lluviosa, pero sin truenos ni tormenta. Darnaude tuvo ocasión de entrevistar a tres testigos directos del caso arroyenco: Regina Santos Núñez y las hermanas Josefa y Esperanza González Vázquez.

Aquella noche, de repente, se observo una luminosidad espectacular, originada por una masa con forma de “melón ardiente” que caía del cielo sobre la vertical de la población, aunque no llegó a estrellarse contra el suelo. Cuando el cuerpo incandescente había alcanzado una cierta altura en la trayectoria de su descenso, el “melón de fuego” se dividió en fragmentos, originando una ensordecedora explosión, muy distinta al conocido fragor de los truenos. Alguna de las testigos describió el objeto como “un ovillo o bola que iba soltando muchas chispas, una especie de madeja cuyo hilo se fuera desprendiendo”, afirmando que “cayó” (sin citar fragmentación ni impacto real en el suelo) por la zona del Barranco de la Morena.

Cuando aquello atronó los cielos, los lugareños pensaron que se trataba de una bomba de gran potencia colocada por los extremistas por motivos políticos, cundiendo una fuerte alarma. No en vano, se vivían tiempos convulsos, de huelga general y disturbios locales con enfrentamientos entre vecinos y efectivos de la guardia civil. Al oír el estruendo, estos se parapetaron en el interior de la casa cuartel, empuñando los fusiles temiendo que se tratara un atentado terrorista contra la fuerza pública. Por otra parte, un operario sevillano que trabajaba en la construcción de la carretera de Arroyomolinos de León a Cañaveral de León, estaba dormido en la fonda de la localidad y sin recordar cómo, se encontró de improviso en mitad de la calle, vestido, con las botas puestas y los calcetines en la mano.

Tras el enorme traquido de aquella explosión, en Arroyomolinos de León el fluido eléctrico se vio interrumpido durante unos dos segundos, para luego volver a la normalidad. La energía la suministraba un alternador movido por gas, propiedad del empresario Antonio Darnaude Campos -tío del investigador-, quien aseguró que no había encontró explicación alguna a la interrupción del suministro, pues ni el motor, la dinamo ni la red de cables habían sufrido el menor deterioro. Así lo atestiguó también el electricista Guillermo Silva Ballesteros, responsable en esos momentos de la supervisión de las instalaciones. Silva declaró que nada anormal se había registrado en las dependencias de la “Electro-Harinera-Panificadora San Fernando” que pudiera justificar la caída momentánea del voltaje en los conductores. La unidad motriz y el alternador continuaron funcionando sin alteraciones, y Guillermo no manipuló en esos segundos ningún interruptor ni reostato.

Además del apagón, se produjeron otros fenómenos ligados con la electricidad. En la residencia del propio Antonio Darnaude se incendió la instalación eléctrica del piso alto, seguidamente de la “conflagración atmosférica”. Un empleado -Martín Rodríguez Garrido- consiguió sofocar las llamas en los hilos de cobre. A la vez, en el piso bajo, el cristal de una bombilla eléctrica -que estaba apagada cuando sobrevino la detonación- resultó pulverizado en pequeñísimos trozos. Había por aquel entonces tres aparatos de radio en Arroyomolinos. Al de Antonio Darnaude se le quemó el condensador fijo en la entrada de la antena. El del doctor Diego Vélez Escassi no emitía sonido alguno al día siguiente, pese a que en el momento de los hechos se encontraba apagado. Justo lo contrario que ocurría con la radio de Cornelio Fernández, que estaba encendida y no sufrió perturbaciones en el momento crítico.

Entre los efectos de índole física podemos citar también la apertura de una grieta en un muro interior de la iglesia; el derrumbamiento de un tabique en la fonda; la fracturación del suelo rocoso y consistente en un foso subterráneo (a la mañana siguiente se comprobó con asombro que el piso de la poza aparecía removido y cubierto de piedras sueltas, arrancadas del duro subsuelo por una fuerza desconocida de tremenda potencia, algunos de estos peñascos tenían un peso de más de diez kilos); la caída de un mueble aparador en un domicilio particular; y la inexplicable apertura de una zanja (de dos metros de larga, metro y medio de ancha y medio metro de profundidad) en la tierra de un corral, con extracción y dispersión por el entorno del manto vegetal y las arcillas del terreno. A todo esto hay que añadir puertas de domicilios que se abrieron solas, daños e un camión, cuadros que se cayeron de las paredes, un sinfín de cristales rotos y hasta personas mareadas o desmayadas tras el estampido.

Sin embargo, ni la central de energía, ni la posada, ni el templo parroquial, ni otros lugares donde se constataron destrozos físicos en su recinto interior, la techumbre y los muros exteriores habían sufrido el menor deterioro. Otro de los elementos sorprendentes de aquella situación fue que los desperfectos fueron muy puntuales y afectaron a espacios muy concretos, alineables en una franja de un kilómetro de longitud en línea recta, relativamente estrecha.

Por esas extrañas coincidencias de la vida, uno de los testigos del caso de Arroyomolinos se casó pasado el tiempo con una mujer natural de Galaroza. Cuando Darnaude realizó la investigación del caso, esa mujer le informó de una coincidencia asombrosa. En la misma jornada del ocho de diciembre de 1932, a las seis y media de la tarde (cinco horas antes del desplome del “balón de rugby” sobre Arroyomolinos de León), se estaba celebrando en Galaroza la solemne procesión de la Inmaculada Concepción, que transcurría sin novedad por las calles cachoneras. De pronto, los numerosos fieles que formaban parte del cortejo religioso contemplaron atónitos en el cielo “una pelota grande del color del fuego que giraba y parecía que iba dando vueltas”. El fenómeno lumínico se desplazaba lentamente, hasta el punto de que a algunos devotos les dio tiempo de ahumar cristales para observarlo mejor, lo que indica por otra parte que el objeto esférico despedía un fulgor muy intenso.

No deja de ser interesante la coincidencia de ambos fenómenos tan inusuales y llamativos en dos enclaves distantes a vuelo de pájaro unos veintiocho kilómetros, y separados tan sólo cinco horas en el tiempo. ¿Cuál fue la naturaleza y origen del “melón ardiendo” de Arroyomolinos y del “balón de candela” en Galaroza?. ¿Y hubo alguna relación entre ambas exhibiciones?. El cegador “ovillo que se deshilachaba” sobre Arroyomolinos originó una sarta de efectos electromagnéticos y físicos harto singulares, difícilmente explicables si pensamos que era un cuerpo natural en caída libre. Y, por su parte, la lenta esfera ígnea presente en el acto mariano de Galaroza no es asimilable a ningún suceso de la naturaleza ni a artefacto alguno de la aviación de la época. Desgraciadamente, el largo tiempo transcurrido nos impide acceder a nuevos testigos que nos permitirían añadir más luz a aquellos hechos.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Marte en Riotinto

La vida tiene curiosas paradojas. Muchas y muy curiosas. Como, por ejemplo, la de que un río llamado Tinto apenas discurra por los terrenos de un municipio que toma de él su nombre, Minas de Riotinto. Pero no es de minería de lo que quiero hablarles en esta ocasión, sino de otra paradoja que relaciona al planeta Marte con esa corriente fluvial que nace en La Granada de Riotinto; crece -tímida aún- en Nerva, Minas de Riotinto, Zalamea la Real, Berrocal y Paterna del Campo; se vuelve poderosa en Villarrasa, La Palma del Condado, Niebla, Bonares, Lucena del Puerto, Trigueros y San Juan del Puerto; y muere lentamente en Moguer, Palos de la Frontera y Huelva, al fundirse con el Odiel y perderse definitivamente en la salada inmensidad oceánica. Sí, el Tinto es algo más que un río.

Corría el 2002 cuando saltaba a la palestra internacional la noticia de que -tras tres años de investigación- en el río Tinto se había producido el hallazgo de microorganismos eucariotas, en un hábitat con condiciones muy extremas para la vida por su elevada acidez -un pH de 2.2-, su alta concentración de metales pesados como el hierro y su escasez de oxígeno. Condiciones estas que hacían pensar que la investigación de tales organismos -realizada por miembros del Centro de Astrobiología (CAB)- podría ser de utilidad en futuras misiones al planeta Marte, de cara a buscar formas de vida primigenia en el planeta rojo (ampliable con el tiempo a otros astros de nuestro sistema solar), pues nuestro río posee ciertas características análogas a las de ese astro. El astrofísico onubense Juan Pérez Mercader afirmaba que “El Río Tinto es un modelo extraordinariamente interesante y muy accesible para estudiar la vida en Marte desde la Tierra” y que “El análisis de las aguas de este río puede ofrecernos las claves de cómo pudo haber sido la vida en el planeta Marte si es que existió alguna vez”.

En sus aguas se ha detectado una colonia de 1.300 especies distintas de microorganismos quimiolitótrofos que se alimentan de los sulfuros polimetálicos. Cabe destacar que, según afirmó Ricardo Amils en 2005, en un congreso celebrado en El Campillo, la existencia de bioformaciones de hierro en el sistema del Tinto con más de trescientos mil años de antigüedad, mucho antes de iniciarse la labor minera, indica que las caracteristicas tan peculiares de este río no son debidas a la contaminación por las labores mineras, sino que son muy anteriores. Estos seres que habitan hábitats hostiles y, en apariencia, estériles son llamados extremófilos. El geólogo José Borrero ya anunciaba en 1998 los resultados de unas investigaciones realizadas desde 1994 por científicos de la Universidad Autónoma de Madrid en las que ya se detectaron casi seiscientas especies extremófilas, entre hongos, algas, bacterias y protozoos. En nuestro caso habitan un medio extremadamente ácido, pero hay otros ejemplos de extremófilos en el planeta, como los que se desarrollan en géiseres, en los hielos de la región antártica, en ambientes alcalinos, radiactivos o muy salinos, o cerca de surtidores hidrotermales submarinos, donde se dan condiciones de elevada presión y altísimas temperaturas.

Las investigaciones, en las que participó en 1999 el propio director de NASA, Daniel Golfín (que acudió a la zona acompañado del Secretario de Estado de Defensa, Pedro Morenés), se realizaron en cuatro fases simultáneas. La primera actuación, dirigida por el catedrático de Microbiología Ricardo Amils, investigaba la biología y la bioquímica del Río Tinto. En el proyecto, denominado “P.Tinto”, participaron investigadores de la NASA como Carol Stoker, Jonathan Trent y Rosalinda Grymes. El trabajo consistió en realizar análisis de las aguas del río mediante un prototipo de robot submarino -al que llamaron “Snorkel”- construido por el Laboratorio de Robótica y Operación Remota del CAB, con el fin de perfeccionarlo para emplearse con el tiempo en la búsqueda de vida microorgánica en Marte.

Esa primera actuación permitió identificar bacterias primitivas procariotas, o arqueobacterias, que carecen de núcleo celular y compartimientos membranosos. posteriormente, fueron detectados microorganismos más complejos y evolucionados, del tipo eucariota, que son células de un tamaño diez veces superior al de los procariotas y que poseen un núcleo para el ADN. El hallazgo de esas bacterias multicelulares causó gran sorpresa en la comunidad científica, que encontró nuevas posibilidades, insospechadas hasta ese momento, de cara a la exploración de vida en Marte, ya que evidencia que la vida es muy resistente y puede aflorar en ambientes muy extremos. Así, parece más posible que la vida haya surgido en planetas como Marte, o en lunas como Titán o Europa.

Otro equipo, bajo la dirección del paleobiólogo David Fernández Remolar, estudió a su vez la geobiología del Tinto. Otra actuación fue el diseño de instrumentos para estudiar el río de forma automática, bajo la dirección del Dr. Javier Gómez de Elvira. La cuarta actuación consistió en la realización de una serie de perforaciones cerca del Río Tinto para estudiar cómo se ha propagado la vida de eucariotas y cómo otros tipos de vida se estaban propagando a lo largo de las rocas del Río Tinto.

Tras la publicación de los trabajos en la prestigiosa revista Nature, el investigador onubense Moisés Garrido entrevistó al Dr. Juan Pérez Mercader, director del CAB, para conocer de primera mano las investigaciones que su equipo de científicos realizaba en el Río Tinto. Pérez Mercader destacó que los hallazgos de una biodiversidad de eucariotas muy superior a lo esperado quería decir que la vida es muchísimo más robusta de lo que se pensaba hasta hacía muy poco tiempo. Y eso tenía implicaciones importantes a la hora de pensar qué tipo de vida podría haber en otros lugares del Universo.

Como comentábamos al comienzo, paradojas de la vida -nunca mejor dicho- han hecho que la búsqueda astrobiológica tenga en los áridos parajes de la Cuenca Minera onubense un espacio esencial para su desarrollo. Se me olvidaba comentar que la astrobiología es una nueva ciencia interdisciplinar, en la que trabajan de la mano astrónomos, geólogos, biólogos y otros profesionales para dilucidar las posibilidades de existencia de vida fuera de nuestro planeta, y (llegado el caso) detectarla e investigarla.

sábado, 29 de agosto de 2009

Por tierras visigodas

Cada periodo histórico se nos manifiesta acompañado de una serie de misterios de mayor o menor calado, pero hay algunas etapas que por determinadas causas presentan grandes incógnitas, que las convierten en especialmente misteriosas. En nuestra provincia ese es el caso de la época visigoda. Tal vez en otras tierras de la geografía peninsular exista una abundante documentación así como un buen número de vestigios de ese mismo periodo, arrojando en su conjunto mucha luz sobre su devenir, pero en la zona suroccidental no se da el caso. En concreto, en tierras onubenses son muy escasos, por lo que ese velo de misterio está plenamente justificado.

El asentamiento de los visigodos en la Bética coincidió en el tiempo, siglos V al VIII, con la etapa de afianzamiento del cristianismo en la zona. Su entrada en lo que hoy es nuestra provincia no fue masiva, más bien fueron pequeños grupos de la clase militar que tenían encomendada la consolidación del dominio territorial. Suponían por tanto un pequeño porcentaje respecto a la población hispanorromana, que no se resistió a su avance por considerarlos sus salvadores frente a la opresión tributaria romana. Hasta bien entrado el siglo VI no comenzó a producirse cierta fusión entre visigodos e hispanorromanos, aumentando entonces la densidad de población visigoda.

La conversión de los visigodos del arrianismo al cristianismo ayudó a este a consolidarse con mayor rapidez. Con esa fortaleza, la estructuración eclesiástica de la Bética centró su diócesis en Sevilla, creando varias sedes sufragáneas, entre ellas la de Niebla, cuyo templo catedralicio, según la historiadora Carmen Martín -experta en el periodo visigodo onubense-, debió ocupar el espacio en el que actualmente se alza la iglesia de Santa María o el ocupado por los restos de la iglesia de San Martín. Debido a ese carácter episcopal, esta localidad es una de las que más material visigodo nos ha aportado en toda nuestra provincia. Entre esos materiales cabe destacar una ventana de mármol, de triple hueco con un arco de herradura, tallada en una sola pieza. El arco se asienta sobre dos pequeñas columnas con capiteles de doble voluta dotadas de collarino, fustes lisos y basas altas. El conjunto se encuadra en un zócalo con una especie de sogueado que pasa también por la rosca de los arcos. Sobre estos hay una línea de rosetas y otra de hojas de acanto salientes con volutas esquemáticas curvadas. Además, en la iglesia de Santa María hay una ventana mudéjar, cuyo parteluz es una pilastra reutilizada, de mármol, con hojas grandes en la parte de arriba y palmeras con dos aves picando el fruto, en la de abajo. Tal ornamentación es característica del periodo visigodo.

Como hemos dicho, en nuestra provincia se han descubierto pocos restos arquitectónicos de época visigoda. Además de los descritos en Niebla, contamos con otra muestra importante en Almonaster la Real, cuya mezquita contiene, además de una muestra epigráfica incompleta, varios elementos destacables. Una de las columnas de ese templo usa como capitel un cimacio visigodo de mármol blanco, cuyas caras inclinadas presentan alternativamente una decoración de dameros y de cruces griegas inscritas en círculos tangentes, en bajorrelieve tallado a bisel. Sobre el acceso al patio existe un dintel de granito con un bajorrelieve en su cara frontal, que representa una cruz griega inscrita en un círculo, con sendas flores de lis a los lados, recuadradas y sin guardar simetría respecto al resto de la pieza.

Otra pieza destacable de las conservadas en la mezquita es una placa de cancel -de mármol blanco- con decoración en relieve, trabajada a bisel, que muestra (rodeadas por una cenefa de roleos y rosetas de cuatro hojas) tres líneas de espiga verticales. Tal es el resultado de la composición de treinta y seis recuadros -tres en la base por doce de altura-, cada uno de los cuales presenta en su interior una flor trifolia. Los cuadrados que ocupan la franja vertical central son más estrechos que los laterales, por lo que la espiga central también lo es respecto a las otras dos. También existe en el recinto una mesa de altar incompleta, de la que se conservan tres fragmentos, en algunos de los cuales se aprecia ornamentación a base de pavos reales o palomas de larga cola, cruces griegas, ángeles y variados motivos vegetales, que en conjunto hacen de esta obra una de las más importantes de este periodo en dicho monumento y en toda la provincia onubense.

Sin salir del término municipal de Almonaster la Real, nos encontramos con otro posible hallazgo de época visigoda. Al parecer, en las proximidades de una mina de La Cueva de la Mora se hallaron varios ladrillos decorados, de los que se usaban como adornos de paredes o techumbres, o con fines funerarios. Tales ladrillos, junto a otros de procedencia incierta, se encuentran en la actualidad en el Museo Provincial.

Yéndonos ahora al sur de la provincia, en 1.977 se encontró en Almonte una placa rectangular de mármol blanco -conservada en la actualidad en el Museo Provincial- que muestra evidencias de haber estado fijada a algún elemento constructivo, quizás al cancel de una basílica. Originariamente era un placa romana con una inscripción, pero en tiempos visigodos fue reaprovechada por la otra cara para crear un ornamento, bordeado por una cenefa lisa. Una columnilla de fuste helicoidal coronada por un capitel de volutas divide la pieza en dos partes simétricas, en cada una de las cuales hay nueve filas de arcos de medio punto en relieve, conformando una especie de malla, ya que el punto de tangencia de dos arcos descansa sobre la parte central de otro arco de la hilera inferior.

En algunos casos, como ocurre en Arroyomolinos de León, la ornamentación de los restos hallados no ha cambiado lo suficiente como para definir con rotundidad la pertenencia al periodo visigodo. Eso ocurre con un capitel reutilizado como pila de agua bendita en la iglesia de Santiago el Mayor. Su ornamentación no permite aclarar si es tardorromano o visigodo, aunque en principio los estudiosos se decantan por el segundo periodo. Curiosamente, una reutilización similar se da en la ermita de Santa Zita, de Zufre, donde sí queda clara su adscripción al periodo visigodo por los motivos florales presentes en el capitel de mármol. Por otra parte, en Encinasola se conservan unos restos arquitectónicos visigodos, vinculables a una basílica paleocristiana rural. Juan Aurelio Pérez describe en esa localidad dos placas de mármol reaprovechadas con relieves, en los que se aprecia una cruz griega inscrita en un círculo y unos motivos en forma de S a los lados de un tallo central.

En Hinojales fueron hallados un par de aretes de bronce pertenecientes a alguna necrópolis. En esa misma localidad, en el suelo de la ermita de Ntra. Sra. de Tórtola, hay una lápida de mármol blanco con una inscripción funeraria. La pieza, que se halla casi completa pese a su fragmentación, incluye un anagrama de cristo entre las letras alfa y omega, dos aves y el texto: “Basilia famula/ cristi vixit an/ nos plus minus/ triginta et quin/ que recessit in/ pace diae pridiae/ nonas octob/ aera DLXVIII”. Existen otras muestras epigráficas halladas en nuestra provincia. En la fachada de la iglesia parroquial de Almonte se muestra una lápida completa -del año 495-, ornamentada con un crismón dentro de láurea, rodeado de cruces y una paloma con un motivo vegetal en el pico. La pieza hace alusión a la niña Domigratia. En Corteconcepción fue encontrada otra lápida, incompleta y con crismón, que se expone en el Museo Provincial de Huelva.

Otra localidad con una importante huella visigoda es Puerto Moral. Allí existe una ermita de repoblación, construida sobre lo que fue un templo visigodo. La ermita de San Salvador en la actualidad se usa como majada para el ganado. Presenta varios sillares reaprovechados del antiguo edificio paleocristiano, como demuestran las cruces grabadas en ellos. En el cortijo colindante existían dos fragmentos -hoy desaparecidos- de un friso con decoración visigoda. En las proximidades de la ermita fueron hallados también enterramientos que contenían restos óseos humanos y un vaso votivo con asa, cuerpo moldurado y un botón saliente en el punto de unión del asa con la panza.

Un jarro parecido resultó el ajuar único de una necrópolis onubense -de cuarenta tumbas- excavada por Mariano Del Amo. También en Huelva se halló un enterramiento de una sola tumba, con dos esqueletos y un jarro de pasta blancuzca. En el museo de Huelva existen otras piezas cerámicas visigodas procedentes de necrópolis de Candón, en Beas, de Niebla y de Valverde del Camino. En Bonares se tiene noticia de la existencia de una necrópolis, de la que se desconoce la ubicación. En esa localidad se encontró casualmente una placa de cinturón de tipo liriforme. En Aroche, por su parte, existen varias necrópolis que han aportado vasos de perfil en S y fondos planos. Por otra parte, en el casco urbano de Higuera de la Sierra y en el paraje de La Tejonera, en Cortegana, han sido hallados sendos jarros realizados a mano, tal como otros provenientes de Ayamonte, Lepe y Niebla.

Volviendo a la localidad de Puerto Moral, Eduardo Del Valle y Rodolfo Recio estudiaron esos fragmentos de frisos. El primero de ellos muestra flores tetrapétalas, enmarcadas por anillos eslabonados. Tales flores presentan una profunda hendidura circular en torno a la corola. Gruesas digitaciones irregulares recorren la piedra en sentido perpendicular. El segundo friso, que según Martín podría tratarse en realidad de un fragmento de cimacio -algo que yo no comparto-, ostenta una rueda solar, configurando una extraña figura geométrica definida por unos radios -divergentes en sentido contrario al perímetro-, formados por cuatro sectores de círculo de amplios rebordes. La figura estaba bordeada por semicírculos desiguales y alternos, equidistantes de una yema o botón central.

Y eso es todo. Es evidente, como ya anunciábamos con anterioridad, que la muestra de restos visigodos es escasa en nuestra tierra. Además, no contamos en esta provincia con ningún resto de esos que asombra al observador por el brillo de los metales preciosos y las gemas. Ni cruces, ni coronas, ni nada por el estilo, pero hay dos cosas innegables: que los visigodos patearon nuestros senderos y que sabemos muy poco de su paso por estos lares.

miércoles, 29 de julio de 2009

Los ovnis de Castañuelo

Durante mi infancia en Puerto Moral escuché a mi padre narrar esta historia cientos de veces. Pese a la distancia y al tiempo transcurrido, los detalles eran recordados con claridad y nunca encontré ninguna contradicción. Los hechos eran tan simples como claros. Mi padre y su hermano -Ignacio y Tomás- volvían a su casa de Castañuelo desde Aracena, caminando, después de haber pasado la tarde del domingo con sus respectivas novias, que vivían en esa localidad. Eran tiempos muy distintos a los actuales, corría el mes de agosto -o tal vez el de septiembre, pues el verano estaba ya muy avanzado- del año 1955. La carretera de Aracena a Castañuelo era por aquel entonces mucho más sinuosa de lo que es en la actualidad.

Podían ser cerca ya de las dos de la madrugada cuando, súbitamente, apreciaron un fogonazo que cesó de inmediato. Era como si un coche (poco frecuentes en la zona por aquella época) los hubiera enfocado por detrás -pues ellos no acertaron a ver el origen de la luz-, acercándose para adelantarlos, aunque en ningún momento apreciaron ruido alguno. Naturalmente, no había tal coche. Al cesar la luz, apenas en un instante, estaban tan solos y tan a oscuras como lo habían estado hasta unos segundos antes. Sorprendidos por el hecho, ambos continuaron su camino hacia la pedanía aracenesa.

Cada vez que le pedía a mi padre detalles sobre el acontecimiento, él me decía que todo el campo que los rodeaba se iluminó como si fuera de día. Tal potencial lumínico es muy superior al que ofrecen los faros de cualquier coche, por lo que se descartaba definitivamente tal opción, ya invalidada de hecho por la total ausencia de ruido. Alguna vez le pregunté por la sombra que proyectaron cuando fueron tan misteriosamente enfocados. Ese dato podría ayudarme a aclarar el ángulo de incidencia de la luz. Pero por mucho que se esforzaba en recordar, nunca pudo aclararme nada al respecto.

Siempre quise saber el punto exacto en el que ocurrió el hecho, por lo que en cuanto tuve vehículo propio aproveché una visita a Castañuelo para pedir a mi padre que me indicara la localización. El tiempo transcurrido y las reformas del trazado de la vía lo hicieron dudar, pero dando un cierto margen de error, me señaló una zona intermedia entre el inicio del camino de tierra que lleva a la zona arqueológica (una interesantísima área en la que se reúnen una necrópolis de cistas de la Edad del Bronce, con su correspondiente hábitat, y un poblado de la Edad del Hierro) y la entrada a la finca de Los Robledos. Aconteció tras una curva, de las existentes o de las que han sido eliminadas en alguna de las remodelaciones que se han efectuado en la carretera a lo largo de los años.

Como no podía ser de otra manera, cuando tuve oportunidad también interrogué a mi tío sobre aquellos hechos, sensacionales a la vista de un adolescente que se adentraba en la investigación del misterio. Mi tío corroboró una y otra vez la versión que me había dado mi padre, aunque con algún matiz. Esas variaciones, lejos de suponer contradicción, enriquecían el testimonio recogido en la voz de mi progenitor. El matiz consistía en que mi tío afirmaba que él había percibido por el rabillo del ojo una luz redonda desplazarse por el firmamento. La fugacidad de la observación le impedía ofrecer detalles sobre “aquello”.

Como verán no se trata de un avistamiento de los que pasan a los anales de la ufología, pero para mí supuso el primer caso de mi entorno, con unos testigos plenamente fiables. Además, no fue un caso aislado. A partir de entonces, fueron muchos los habitantes que afirmaron haber sido testigos directos de luces similares. Mi padre me lo comentó en muchas ocasiones y yo mismo he tenido la oportunidad de entrevistar a varios de sus paisanos, que me han narrado sus vivencias. Algunos de ellos fueron sorprendidos por una iluminación súbita de origen desconocido y otros acertaron a ver una esfera luminosa que alumbraba extensas áreas de terreno. Casi siempre en zonas próximas al lugar en el que mis familiares vivieron su experiencia.

Un caso más sorprendente aún vino a sumarse, unos años más tarde, a esa larga lista de hechos insólitos en las proximidades de la aldea de Castañuelo. Era una clara mañana de diciembre de 1970, rayando el mediodía. El protagonista, Juan González Domínguez, que contaba por aquel entonces con una edad de cuarenta y dos años, entre los eucaliptos guiaba hacia la carretera un pequeño rebaño de cabras, cerca de la zona que hemos descrito unas líneas más atrás. Oyó una gran explosión y al elevar la vista observó un objeto muy brillante que le recordó a un frigorífico por su forma. Aquello descendió hasta posarse sobre el asfalto de la carretera a corta distancia del punto en el que se encontraba Juan.

Las cabras y la perra que las acompañaba se volvieron antes de entrar en la carretera, asustadas por la irrupción de aquel artefacto. Al instante de girar, todo el grupo -incluido el pastor- quedaron paralizados. Juan observaba las ridículas posturas del ganado, pero era incapaz de mover ni un solo músculo. Cargaba sobre su hombro un pesado saco lleno de bellotas que había apañado un rato antes y ni siquiera notaba el peso del costal. Veía y escuchaba perfectamente, pero se encontraba inmovilizado.

Pasados varios minutos, el objeto emitió otra explosión, como cuando se golpea con fuerza una chapa o se cierra de golpe la puerta de un camión. A continuación, aquello se elevó -en medio de una espesa nube de humo blanco- y desapareció en el cielo. Fue entonces cuando el hombre y sus animales recuperaron la perdida movilidad. Las cabras saltaron a la carretera y la perra comenzó a ladrar. Aunque el testigo sólo relató los hechos en su entorno familiar, pasado cierto tiempo la noticia comenzó a circular por la zona hasta trascender fuera de ella y llamar la atención de los investigadores del fenómeno ovni.

Juan, al que sus vecinos llamaban cariñosamente “Juanito el de los prados”, describió aquel artefacto al investigador Juan José Benítez, quien incluyó su testimonio en el libro El Ovni de Belén. Se trataba de un objeto rectangular, de unos dos metros de altura, y de un ancho “que no abarcarían dos hombres uniendo sus brazos”. Parecía de aluminio o de acero inoxidable. Observó el testigo cuatro patas cortas, de unos treinta o cuarenta centímetros, y un faro rojo muy fuerte en la parte superior. También presentaba dos luces blancas más chicas en los costados. No vio Juan ninguna bandera, ni seres que ocuparan su interior, pese a que el objeto presentaba dos ventanas a los lados, por encima de las luces blancas.

La sencillez de Juan y la humildad de una aldea como Castañuelo contrastan con la complejidad de un caso como el que acabamos de describir. Ese efecto de paralización resulta muy significativo, ya que no se da con demasiada frecuencia dentro de la casuística ovni. Por otra parte, la cercanía de restos arqueológicos nos lleva a recordar una de las muchas hipótesis utilizadas para tratar de dar explicación al fenómeno. Algunos investigadores, como mi buen amigo Joaquín Mateos Nogales, se han preguntado insistentemente sobre el porqué de tal coincidencia. Fruto de esa reflexión y como alternativa a la hipótesis extra terrestre, ciertos ufólogos apuntaron en determinado momento la posibilidad de que tales objetos pudieran ser las naves de los viajeros del tiempo, algo así como viajeros del futuro desplazándose a nuestro tiempo o a tiempos remotos para observar en vivo ciertos momentos históricos. En principio, se trata de una hipótesis más, indemostrable -al menos de momento-.

viernes, 12 de junio de 2009

El Membrillo y otros pueblos abandonados

Pasear entre los muros semiderruidos de una población abandonada lleva a evocar el pasado, a preguntarse por los antiguos habitantes de tales viviendas, por sus vidas y por los motivos que los llevaron a abandonar para siempre sus raíces. Un halo de misterio envuelve esos poblados. La imaginación popular ha despertado fantasías muy variadas, entre la superstición y la leyenda, especialmente en los casos en los que el abandono se ha producido en circunstancias anómalas o traumáticas. En medio de ese ambiente, no es extraño que surjan historias -en su mayoría leyendas urbanas- sobre extraños fenómenos acaecidos entre tales ruinas. Desde psicofonías hasta apariciones misteriosas son narradas, a veces con escasa credibilidad, por testigos asustadizos o por gente que lo ha escuchado contar a otra gente...
No entraremos aquí a desentrañar la naturaleza de esos fenómenos ni a verificar los testimonios más o menos indirectos sobre ellos. No nos atraen términos como “pueblo fantasma” o “pueblo maldito”, que en la mayoría de los casos se utilizan para alimentar el morbo y el sensacionalismo. Lo que sí haremos será un repaso sobre las principales poblaciones deshabitadas que se desmoronan a lo largo y ancho de nuestra provincia. No queremos alentar a nadie a tomar grabadoras y cámaras de fotos y lanzarse a vivir experiencias extraordinarias en esos lugares, aunque cada cual es libre de tomar sus propias decisiones. En todo caso, hacemos una llamada de atención para que quienes acudan a cualquier ruina antaño habitada, lo hagan desde el respeto al medio ambiente que la rodea y a la historia que la contempla.
Por sus circunstancias, el ejemplo más paradigmático en nuestra provincia es sin duda la aldea de El Membrillo, en Zalamea la Real. Un pueblo que se deshabitó en medio de trágicos acontecimientos durante la Guerra Civil. Situado entre Zalamea, El Pozuelo y Marigenta, nos topamos con sus ruinas, cerca del Membrillo Alto, si tomamos la carretera que une la nacional 435 con El Berrocal. Los militares rebeldes, asistidos por las fuerzas paramilitares compuestas por requetés y falangistas, tomaron la aldea, la arrasaron y aniquilaron con saña a sus habitantes, incluyendo hombres y mujeres, ancianos y niños. Para colmo de sadismo, los ejecutaron a golpe de machete para no desperdiciar munición. El escritor y periodista de Cumbres Mayores, Rafael Moreno, se inspiró en esos hechos luctuosos para crear una parte sustancial de su novela “La Raya del Miedo”.

La masacre cometida en El Membrillo ha ocasionado que recientemente surgieran voces que afirmaban que entre sus ruinas se estaban produciendo fenómenos anómalos. Aunque puede tratarse de una leyenda urbana, yo mismo conozco a personas que afirman haber grabado en el lugar algunas psicofonías. De momento, no he podido verificarlo por lo que, aun sin entrar en el debate sobre los posibles orígenes de los registros psicofónicos, no nos detendremos a comentarlos. Tampoco sacaremos a colación el resto de posibles fenómenos, ya que no han sido debidamente contrastados. Como decíamos al comienzo, esa situación de rumores sobre presuntos hechos se repite en diversas localidades de la geografía nacional, como Belchite u otros, que también se han despoblado por culpa de una matanza como la que nos ocupa.

Otra guerra, entre españoles y portugueses, hizo desaparecer unos siglos antes otra aldea en territorios de lo que hoy es la provincia de Huelva. El Gallego era un núcleo de repoblación bajomedieval ubicado en terrenos de Aroche, junto a la Rivera de la Alcalaboza, cerca de la frontera con Portugal, en lo que hoy es el término municipal de Rosal de la Frontera. Este poblado sufrió asaltos y saqueos durante la Guerra de Secesión, hasta que en 1642 fue definitivamente destruido por el Conde de Prados. Sus restos fueron desapareciendo antes de que se popularizaran los fenómenos anómalos, por lo que no hay hasta ahora noticias sobre presuntos misterios entre sus casi extinguidas ruinas.

A la hora de entender las causas de los abandonos “naturales” de poblaciones tenemos que tener en cuenta que influye principalmente una componente económica, manifestada en cambios de producción, variaciones de rutas u otros parámetros. A continuación haremos un repaso a los pueblos y aldeas desaparecidos en la provincia de Huelva, siempre teniendo en cuenta que algunas de esas poblaciones reaparecen por repoblaciones circunstanciales -como pasó con la aldea de El Calabacino, en Alájar, que tras perder su población autóctona fue colonizada paulatinamente por miembros del movimiento hippie- o mantienen un cierto poblamiento puntual de vacaciones o fines de semana -también nos vale otro ejemplo alajeño, el de Los Madroñeros-. En algunos casos las repoblaciones no son suficientes para dejar de considerar abandonado el poblado. Así ocurre en Santa Ana la Real, donde la aldea de La Fuente del Oro presenta las sobrecogedoras ruinas de las antiguas casas, cerca de donde recientemente han construido varias viviendas, visibles desde la carretera nacional, dando la falsa apariencia de cobijar un buen número de vecinos, mientras a sus espaldas agonizan los antiguos muros.

En el mismo municipio encontramos los restos de otros dos núcleos desaparecidos, Las Gasparas y La Ribera, ambas localizadas entre La Corte de Santa Ana y Calabazares. Estas aldeas sucumbieron en gran medida por el empuje de La Corte, a la que llegó la electricidad y el agua corriente y -sobre todo- la carretera nacional 435. El influjo de las comunicaciones llega a ser vital en algunos casos, como el de Los Viejos, una aldea de Aroche a punto de desaparecer, porque no tiene carretera, mientras que sus vecinas Los Bravos y Los Andreses subsisten ya que una vía asfaltada las une con poblaciones mayores. Precisamente en Aroche encontramos otra localidad, El Hurón, desaparecida allá por los comienzos de la Transición, tal vez por la falta de carreteras o por la falta de ciertos servicios básicos, como electricidad y agua potable.

Para hacernos una idea de las diferentes motivaciones que llevan a la desaparición de poblados, podemos repasar un ejemplo bien documentado, el de las aldeas de Aracena. El historiador Javier Pérez-Embid analizó hace unos años la evolución del territorio aracenés entre los siglos XIII y XVIII, dando cuenta del nacimiento y emancipación o fenecimiento de las distintas aldeas que se han conocido en esa zona. Armuña, Chaparral o Casavieja son algunas de esas poblaciones ya desaparecidas. En ese listado de aldeas me llama la atención el caso de Las Granadas (hoy conocida como Las Granadillas), que debió surgir a causa del auge viticultor en el siglo XV y desapareció a causa de la caída de ese cultivo en el XIX. En la actualidad sólo se conserva la iglesia, a la que se hace una romería desde Aracena. Significativo es también el caso de Santa Marina., localizada entre Valdezufre e Higuera de la Sierra. Allí quedan la iglesia, el cementerio (en el que se entierran los difuntos de Valdezufre), y dos picotas que marcaban la entrada y la salida de la población. En mi infancia -y aún después- he visitado en algunas ocasiones esa aldea y recuerdo una manzana de casas semiderruidas, que han sido demolidas definitivamente. Unos ladrillos de un suelo, colocados en espiga, son el único vestigio de aquellas viviendas que, gracias a eso, todavía no ha desaparecido del todo.

De algunas de las aldeas aracenesas no se ha sabido su emplazamiento hasta hace muy poco tiempo, como Curueñeros, que debió asentarse en lo que hoy es el sureste del término municipal de Puerto Moral. Algunos historiadores especulaban sobre posibles ubicaciones de esta aldea hasta que descubrí un cortijo que se llamaba Curuñeros, dando carpetazo a ese asunto. Curuñeros fue una aldea de baja población que aparecía en los padrones del siglo XV, pudiendo haber desaparecido a comienzos del XVI. Pérez-Embid apunta que el origen de este poblado tal vez podría haber estado ligado a fabricantes o suministradores de curueñas o cureñas (soportes de madera para cañones) para la guerra de Granada. Según otros historiadores, el nombre podría estar relacionado con el río leonés Curueño, de cuyo entorno podrían proceder los repobladores que crearon la población.

Pero en la Sierra hay más ejemplos de pueblos abandonados. Entre Galaroza y Valdelarco se encuentra otra aldea abandonada, cuyas ruinas se niegan a borrar definitivamente la huella que tuvo junto al camino entre ambas poblaciones. Se trata de Las Cañadas, de la que tuve la primera noticia por un magnífico artículo del periodista y amigo Aurelio De Vega, quien no quiso olvidarla al escribir sobre Galaroza y sus aldeas. Habló de Las Chinas (aldea a la vez de Galaroza y de La Nava), de Navahermosa (no confundir con la homónima aldea de Beas) y de los “restos de media docena de casas, que debieron ser hermosas, hechas de piedra...” de Las Cañadas, sin olvidar su iglesia, que “sólo conserva los lados mayores y parte de lo que debió ser la portada”. Su descripción resulta tan sugestiva que es imposible negarse a visitarla. Por su parte, Jabugo cuenta con la aldea de Castaño Abajo (o Castaño Bajo), que se halla entre esa localidad y la de Castaño del Robledo. Serpos y El Cincho son otras aldeas de Almonaster la Real que han muerto como tales o están casi a punto de hacerlo. En el mismo caso se hallan Ventas de Abajo y Las Majadas, en término de Campofrío.

Si descendemos hacia el sur, encontramos nuevos ejemplos de localidades desaparecidas. Algunas de ellas, más antiguas, las he conocido en un trabajo de los investigadores Juan Aurelio Pérez Macías y Leonardo Serrano Pichardo titulado “La alquería de Purchena (Chucena, Huelva)”. En él se abordan cuestiones relacionadas con la cora de Niebla, por lo que abundan en el texto las referencias a asentamientos rurales islámicos y post-islámicos de la zona, la mayor parte de ellos conocidos por las fuentes andalusíes y las cristianas posteriores a la conquista. A la hora de localizarlos en el terreno, las más de las veces ha sido necesario recurrir a la arqueología. La propia Purchena se localizaría a caballo entre los municipios de Chucena y Villalba del Alcor. Otro poblado perdido es Tejada la Nueva -en Escacena del Campo-, relacionada con la actual Aldea de Tejada en Paterna del Campo. Para no alargar en exceso la lista, cerraremos citando a Gelorauz, en Hinojos.

Retomando el municipio de Chucena, tengo que recordar el ejemplo de la población de Alcalá de la Alameda, de la que en la actualidad no queda nada, salvo la iglesia. Estuvo situada a medio kilómetro del casco urbano de Chucena, junto a la carretera que va a Hinojos. Fue cabeza de un marquesado, desde 1574, pero terminó perdiendo hasta su identidad. Por un Decreto de las Cortes de Cádiz en 1812, las villas de Chucena y Alcalá de la Alameda se vieron obligadas a unificarse bajo el nombre de Chucena, con lo que la segunda fue despoblándose hasta desaparecer.

Pasando ahora a otro aspecto de nuestra provincia, en su geografía tiene especial relevancia el caso de las poblaciones mineras desaparecidas. Las motivaciones de tales abandonos están directamente relacionadas con las fluctuaciones del mercado de los productos mineros, con los vaivenes de los balances económicos de las compañías explotadoras de las concesiones o con la extinción de los recursos minerales. Mucho de economía y poco misterio, lo cual no implica que la visita a alguno de esos poblados no nos sobrecoja al adentrarnos entre las tapias ruinosas de lo que fueron las viviendas, oficinas y otras instalaciones. Desolación y silencio se unen a un ya de por sí paisaje desolado y triste como el del Andévalo minero, salpicado de túneles, pozos, cortas, socavones, trincheras... Una tierra malherida por la avaricia humana.

Antonio Perejil elaboró en el año 1993 un catálogo con las principales poblaciones mineras onubenses desaparecidas o casi desaparecidas. Llama la atención de ese catálogo que todas ellas eran entidades menores, salvo el caso de Minas de Riotinto, pueblo desaparecido en gran parte en 1908 por el hundimiento de una amplia zona, debido a la proximidad de las labores extractivas. Escasas evidencias quedaron de aquel emplazamiento anterior, hasta que -como comprobé hace poco tiempo- las escombreras cubrieron definitivamente los restos. También tenemos que citar aquí las ruinas de La Atalaya (en 1910 alcanzaba casi mil quinientos habitantes) y de La Naya (con ochocientos cincuenta habitantes en el mismo año, llegando a contar con iglesia, panadería, casino, economato y cementerio), presentes ambas en el término municipal riotinteño. De la segunda sólo quedan en pié el cementerio y un edificio que no he sabido identificar.

Otra localidad con numerosos poblados mineros desaparecidos es Zalamea la Real. El poblado Tinto-Santa Rosa alcanzó más de mil doscientos habitantes y contaba con equipo de fútbol, grupo de teatro, taller de costura, y círculos culturales y recreativos). Castillo del Buitrón superó los ciento cincuenta habitantes entre 1910 y 1920, mientras que Barranco de los Bueyes contaba con doscientos ochenta habitantes en 1910. Estos tres poblados se localizaban entre Valverde del Camino, Zalamea la Real y Calañas. Por otra parte, los poblados de Palanco y Guadiana, ambos poco relevantes, se hallaban próximos por el oeste a la carretera N-435, entre Zalamea y Valverde del Camino.

Almonaster la Real no se queda atrás. En su término se hallaba San Platón, que alcanzó un máximo de trescientos cincuenta habitantes y contaba con escuela. Estaba cerca de Minas Concepción y de Soloviejo. También ha desaparecido San Miguel, que alcanzó cerca de quinientos habitantes y se hallaba entre Soloviejo y Cueva de la Mora. Otro tanto le ocurrió a Mina Esperanza, próxima a San Platón y que tuvo más de cuatrocientos habitantes, y a Monte Romero, que quedaba cerca de Cueva de la Mora, como La Juliana, que no llegó a los doscientos habitantes. El propio Soloviejo está a punto de desaparecer, ya que sólo quedan algunas edificaciones reutilizadas por agricultores de la zona.

En Alosno desapareció El Lagunazo, al noroeste de Tharsis, muy cerca ya del término municipal de Puebla de Guzmán. Llegó a contar con mil trescientos habitantes a finales del siglo XIX, siendo uno de los más importantes poblados mineros de la provincia, pero tuvo una vida efímera. En el mismo término municipal también desaparecieron La Lapilla y El Chaparral. En la vecina Puebla de Guzmán corrieron la misma suerte Cabezas del Pasto -situada al oeste de Las Herrerías, llegó a contar con más de trescientos habitantes, con iglesia propia- y Mina El Toro, de unos doscientos habitantes, que se hallaba en una zona entre Puebla de Guzmán, Cabezas Rubias, Paymogo y Santa Bárbara de Casas.

En El Campillo, junto al arranque del término municipal de Aracena, entre Soloviejo y Ventas de Arriba, se encontraba el poblado Poderosa, que llegó a dar cobijo a más de cuatrocientos habitantes en 1910. Contaba incluso con sus propias escuelas. Ya en término de Nerva -entre esa localidad, Campofrío y Minas de Riotinto-, han desaparecido Peña del Hierro y La Chaparrita. La primera estuvo muy bien comunicada por carreteras y ferrocarril, llegando a tener casi mil doscientos habitantes en 1888. Parte de los restos de las casas de La Chaparrita -un poblado de escasa importancia- han quedado inundados por las aguas de un dique.

El resto de poblados mineros desaparecidos están más repartidos. En Calañas tenemos La Torera, cerca de Sotiel Coronada, que contó con iglesia y otros edificios públicos, y que la Junta quiso reconstruirlo con fines culturales y recreativos. En término de El Almendro, entre El Granado y Puebla de Guzmán, estaba La Isabel, de más de trescientos habitantes. Valverde del Camino vio desaparecer los poblados de Campanario y La Ratera. Cortegana, a El Carpio, cercano a San Telmo. Romanera, Vuelta Falsa y San José son los tres núcleos desaparecidos en Paymogo. Y por último, extinguidos o próximos a hacerlo tenemos otros ejemplos. En El Granado, es el caso de Santa Catalina y el Puerto de la Laja, que se ubica al final del ferrocarril de Herrerías, junto al río Guadiana. En El Cerro de Andévalo encontramos La Joya, en la carretera hacia San Telmo, y Lomero, entre Valdelamusa y San Telmo.

A modo de conclusión, cabe decir que resulta curioso ver como podemos establecer a lo largo y ancho de la provincia una geografía paralela de los lugares que han sido y ya no son. Una geografía carente de carreteras, pero no de caminos. Una geografía que no luce (a veces ni siquiera consta) en los mapas, pero que encierra en sí misma toda la melancolía que poseen cada una de sus localidades, conserven o no sus ruinas.

martes, 19 de mayo de 2009

Ovnis en la agonía del régimen

El año 1975 vio morir a Franco y con él a un régimen vergonzoso y pestilente. Se iniciaba en ese momento un camino sin retorno hacia la democratización de nuestro país, hacia un cambio sustancial en casi todos los aspectos. Quizás la ufología fue uno de los pocos campos en los que no hubo grandes trasformaciones pese a la evolución política. Para ilustrar esta reflexión recordaremos a continuación algunos casos de avistamientos de ovnis, muy en la línea clásica, que acontecieron en nuestra provincia en ese año.

Indagar en el pasado nos conduce a recibir grandes sorpresas, como la que me llevé cuando me topé con los dos casos ufológicos con los que inicio el presente trabajo, acontecidos en Villarrasa y en Bollullos Par del Condado en 1975, con tan sólo cuarenta y dos días de diferencia. Al estudiar avistamientos que no he investigado directamente, no suelo relacionarlos cronológicamente, por lo que cuando conocí estos dos casos onubenses, a través de una variada documentación, no me percaté de su proximidad temporal. Advertí tal coincidencia algún tiempo después al hallar sendas referencias sobre ellos en la revista “Enigmas”, que dirigía por aquel entonces el prestigioso y muy recordado Fernando Jiménez del Oso. En esta publicación, mis buenos amigos Iker Jiménez y Lorenzo Fernández estaban escribiendo una historia de la ufología española por capítulos, uno de los cuales abarcaba el periodo de marzo a julio del año que nos ocupa. Comentaban estos dos jóvenes investigadores, y no les faltaba razón en sus afirmaciones, que por aquella época estaban siendo vistos en muchas ocasiones en poblaciones rurales los ya populares ovnis. Algunos de estos objetos iban siendo captados por cámaras fotográficas, con lo que sus imágenes fueron vistas por numerosas personas. Iker y Lorenzo llegan a afirmar que "parecían intentar demostrar que su presencia física en nuestros cielos era un hecho en estas fechas".

Para un apasionado de la ufología, rescatar casos del pasado siempre resulta una tarea muy agradable, aunque también tiene sus pequeños sinsabores. Lo menos agradable que tiene rememorar un caso es que al no haber sido investigado directamente por uno mismo, hay que poner un mayor grado de escepticismo a la hora de efectuar un análisis de los hechos. Las fuentes de las que se toma la información pueden no ser todo lo solventes que deberían o la investigación pudo no haberse llevado de la forma mas adecuada. Con esta advertencia previa a los lectores comenzaré a narrarles el primero de los casos, que hemos de situarlo en la población de Villarrasa, a la una y medida de la madrugada del uno de junio de 1975.

A esa hora, una mujer de la localidad caminaba en dirección al establecimiento que regentaba su esposo. Se trataba de Remedios Benavente Rodríguez, quien daba un rodeo por las afueras de la población para llegar al mencionado local. Al entrar a una calle ancha, Remedios vio algo que la asustó hasta el punto de hacerle salir huyendo del lugar para refugiarse en su domicilio. En medio de la calle, habitualmente muy solitaria a esas horas, había -posado sobre el suelo- un objeto ovalado provisto de una cúpula y apoyado en tres gruesas patas metálicas. Junto al objeto se movían tres seres de baja estatura, pero con aspecto humanoide. Los seres vestían trajes blanquecinos y una especie de escafandra, que impedía que se les viera el rostro.

Unos minutos mas tarde pasó por aquel lugar un joven, Domingo Palacios Barrera, que también tuvo ocasión de ver la extraña nave y los seres citados. Domingo se escondió para observar la escena con más detalle. Así, pudo comprobar que los seres tenían una luz verde en la frente y que las patas del objeto tenían como dientes de sierra y se apoyaban sobre unas ruedas. También observó que la cúpula tenía unas tenues luces rojas y verdes. Domingo terminó por salir huyendo y avisar a algunos amigos. Al rato acudieron las personas alertadas, pero no quedaba ni rastro del objeto ni de los seres que habían visto, tanto el chico como la mujer.

Cuarenta y dos días mas tarde del incidente en Villarrasa, Bollullos Par del Condado sufrió un repentino apagón que dejó a toda la población sin fluido eléctrico. Eran las once de la noche del quince de julio de ese mismo año. Un apagón siempre es molesto para lodos los usuarios, pero en algunos casos más aún. Por ejemplo, para los espectadores de un cine de verano que se quedan a oscuras y sin función cinematográfica. Esto les pasó a los jóvenes Francisco Esquivel, Diego Sánchez y Diego Salas, quienes ante el apagón decidieron abandonar el cine de verano, ubicado en las afueras, y regresar hasta la población. El trayecto lo realizaron en un vehículo Seat 124. El camino de retorno fue interrumpido por los jóvenes al descubrir junto a un poste del tendido eléctrico una luz amarilla y estática que les impresionó sobremanera. Estaba a la altura de la finca Ballesteres. Al detectarla fueron aminorando la velocidad del coche hasta detenerse justo al llegar a la altura del objeto luminoso, que se encomiaba junto a la carretera.

Según los testigos, el objeto parecía ser metálico y su fuselaje brillaba. Además, una luz blanca y potente lo rodeaba. El objeto tenia una forma totalmente ovalada. Francisco decidió salir del vehículo y aproximarse hasta la alambrada con el fin de contemplar más de cerca el extraño fenómeno. El objeto comenzó a lanzar hacia el coche ráfagas de luz que fueron interpretadas por los testigos como un intento de hacerles que se fueran. Pero ellos permanecieron aún unos instantes hasta que los cables del tendido comenzaron a desprender grandes chispas y el objeto aumentó la intensidad de los destellos que enviaba hacia el coche. Francisco regresó al vehículo y emprendieron una veloz huida hacia Bollullos. En su escapada, los jóvenes observaron que el ovni empezaba a elevarse muy despacio, iluminando la zona. En esos instantes el Seat 124 comenzó a dar tirones hasta que finalmente se paró el motor. Los jóvenes recorrieron a pie los últimos metros que les quedaban para entrar en el pueblo. Algo más de una hora más tarde concluía el corte de suministro eléctrico.

Los dos casos que acabo de narrarles son muy interesantes dentro de la casuística ufológica onubense. El de Villarrasa es un aterrizaje en un núcleo urbano con presencia de tres humanoides. Tiene, además, el aliciente de que los dos testigos protagonizaron sus avistamientos de forma independiente, algo que refuerza sus testimonios. Por su parte, el caso de Bollullos Par del Condado, es un cuasiaterrizaje con tres testigos y presenta efectos electromagnéticos. Los fallos del automóvil, las chispas de los cables e, incluso, el propio apagón parecen guardar relación directa con la presencia del ovni. Este dato -el de los apagones, que se repitieron en otros casos famosos acaecidos fuera de nuestra geografía provincial- hizo especular a muchos investigadores de la época con la posibilidad de que los ovnis utilizaran para su propulsión la energía eléctrica que "robaban" de los tendidos. La complejidad que el fenómeno ovni tiene actualmente aleja definitivamente esas hipótesis, más próximas a la teoría extraterrestre que a los planteamientos de la ufología contemporánea.

Retomando la casuística ufológica del año que analizamos, vamos a recordar algunos otros avistamientos. Mi buen amigo Moisés Garrido me dio a conocer un puñado de casos de observaciones lejanas ocurridas en la propia capital, Huelva, y me facilitó el recorte de prensa del diario Odiel del día tres de julio, en el que se daba a conocer un encuentro cercano acaecido en Aroche, en la finca Alpiedras, el treinta de junio, protagonizado por los caseros del cortijo. Poco después del mediodía, la mujer, Julia Núñez, se encontraba en la entrada del caserón junto a dos de sus hijos. El menor le dijo que había llegado un avión muy pequeño. La mujer se giró y apreció a unos setenta metros un aparato no muy grande, en forma de huevo, posado en el suelo. En su parte delantera presentaba una hélice pequeña y desprendía un reflejo que molestaba a la vista. La testigo vislumbró dos bultos en el interior y pensó que se trataba de ocupantes. Tras unos minutos, la hélice comenzó a funcionar y el aparato se elevó verticalmente, con el mismo silencio con el que había llegado. Julia entró en un estado de nerviosismo que le duró largo rato. Según algunos investigadores de la época, la mujer sufrió en los días siguientes algunos trastornos de salud.

El primer caso del que tengo noticia en 1975 ocurrió en febrero, una madrugada en la que Manuel Barba conducía su coche por la carretera que va de Cabezas Rubias a Calañas, atravesando el término municipal de El Cerro de Andévalo. Sobre las seis observó una luz que descendía con trayectoria parabólica. Una vez recorridos varios kilómetros más, vio a su derecha, a unos 60 metros, un objeto semiesférico que emitía una luz blanca fluorescente. En la parte central presentaba pequeñas luces rosadas que se movían. El objeto hizo una oscilación sin desplazamiento. El testigo no detuvo su vehículo durante los tres minutos que duró la observación. Al parecer, su reloj de pulsera dejó de funcionar correctamente desde entonces.

Ya en el mes de julio tuvo lugar otro avistamiento protagonizado por Antonio Romero en la noche del siete al ocho. El hombre volvía desde Torre de la Higuera, una pedanía costera de Almonte, a su casa de Villarrasa. Vio a lo lejos una luz rojiza de unos dos metros de diámetro que llevaba una serie de luces más pequeñas a su alrededor. La luz empezó a bajar hasta colocarse a un metro del suelo, guardando una separación con el coche de unos diez metros. A continuación se apagaron las luces periféricas del objeto, así como el motor del coche, permaneciendo así un rato, hasta que luces y motor funcionaron otra vez. Entonces el objeto ascendió y se perdió en el cielo. En la carrocería quedaron unas marcas, cuyo origen achacó el testigo al objeto avistado. Un mes más tarde, el día ocho de agosto, el motor y las luces de otro coche se pararon en las proximidades de Huelva, a las dos de la madrugada, cuando sus dos ocupantes observaron a pocos metros de distancia un objeto estático de color rosáceo, de unos quince metros de diámetro por cinco de altura. Pocos minutos más tarde, el objeto emitió un destello luminoso dejando al conductor semidesfallecido. Tras marcharse “aquello”, cesaron las anomalías del vehículo. El testigo conserva desde entonces una quemadura en la parte interior del brazo izquierdo. Al parecer, un año más tarde, el testigo pasó por el mismo lugar y sufrió una presunta experiencia de teletransportación.

En el mes de octubre, nuestra provincia contó con otros dos interesantes avistamientos. El primero de ellos lo protagonizaron Lucrecio Camacho y su padre a las seis de la madrugada del día nueve. Ambos llegaban a unas viñas de su propiedad cercanas a Bollullos Par del Condado cuando vieron a medio centenar de metros un objeto anaranjado, parecido a la luna llena, que estaba a unos cinco metros del suelo. La esfera comenzó a ascender despacio y en vertical. Al alcanzar la altura de doscientos metros el objeto apagó su luz y dio un destello, dejando un chisporroteo en su parte inferior, antes de alejarse a gran velocidad. Un rato más tarde, otra persona que se dirigía a trabajar observó tras las tapias del colegio una luz rojiza, de un tamaño aparente doble al de la luna llena, que ascendía en vertical para alejarse después despacio y en línea horizontal, emitiendo un ruido intermitente. Dos días más tarde, a la una de la madrugada, tuvo lugar en las afueras de La Palma del Condado el segundo avistamiento. Lo protagonizó Luis Cárdenas, quien vio otro objeto esférico, esta vez de color rojizo y un tamaño mayor al de la luna llena. El objeto, que se hallaba a baja altura, debía encontrarse a unos tres kilómetros de donde estaba el testigo. A los pocos minutos, “aquello” comenzó a desplazarse en dirección al hombre, que tomó muy alterado el camino hacia su casa.

Podríamos seguir enumerando casos, pero la lista es larga. Baste decir que el pionero de la ufología andaluza, Manuel Osuna, recogió en 1975 un total de treinta casos en nuestra provincia; algunos de ellos ya comentados en estas líneas, y otros acaecidos en localidades como Almonte, Rociana del Condado, Cartaya, Zalamea la Real o Valverde del Camino.

sábado, 9 de mayo de 2009

Rituales de Agua y de Fuego: ancestrales métodos de purificación

El ser humano ha buscado desde siempre su purificación, como herramienta de acercamiento a la divinidad. Los ritos encaminados a tal fin han pasado de cultura en cultura hasta llegar a nuestros días, adaptándose siempre a todas las creencias religiosas, incluido el cristianismo. Por tanto, no resulta extraño encontrar en nuestra tierra algunos de esos rituales ancestrales que aún perviven, especialmente en fechas claves como la Noche de San Juan o el día de la Inmaculada Concepción. Aunque las actuales manifestaciones de este tipo son consideradas como simples actividades folklóricas, ya que han perdido su faceta mágica por el aumento del peso festivo, sobre el fenómeno aún se cierne un cierto velo de misterio.

En nuestro actual contexto cristiano, los protagonistas de tales celebraciones son santos o vírgenes, como las citadas, pero -como hemos dicho- sus orígenes se encuentran mucho más atrás de ese marco religioso en el que se encuadran en la actualidad. El cristianismo asimiló gran parte del sustrato religioso preexistente a su aparición, especialmente durante su expansión, lo que conllevó una cristianización de ritos y creencias paganas. Ciñéndonos al ejemplo de la festividad de “La Pura”, desde tiempos inmemoriales la especie humana ha celebrado rituales de purificación con el fin de prepararse para afrontar el gran acontecimiento del solsticio de invierno, fecha del nacimiento de todos los dioses solares. Ya el hombre primitivo trataba de agradar al Sol y conseguir que no desapareciera. El temor estaba fundado en que cada día el Astro Rey permanecía menos tiempo en el firmamento visible.

Los dos principales agentes de purificación son el agua y el fuego, por lo que nos centraremos en ellos en el presente trabajo. Comenzaremos por el fuego, a través de sus distintas manifestaciones, un elemento mitológico capaz de fundir para regenerar, como en el caso del ave Fénix. Según la antropóloga Ana Mª Romero Bomba, “el fuego, entendido como rito de purificación en las culturas agrarias, representa la renovación de la naturaleza, y concluye con la espera de la próxima cosecha: la quema de los campo, de los “rastrojos”, como forma de regenerar la tierra, es la práctica de la renovación”.

La más conocida de esas manifestaciones puede ser, tal vez, la de las hogueras, también llamadas candelas, que iluminan numerosos puntos de la geografía provincial en varias ocasiones a lo largo del año. En algunos municipios, durante la Semana Santa se realizan hogueras simbólicas. Es el caso de Cumbres de San Bartolomé, donde el sábado de gloria se prende una candela en la Plaza de España, que representa a la luz de Cristo venciendo a las tinieblas. También en Semana Santa se celebra otro ritual de fuego para acabar simbólicamente con el Mal, se trata de la quema de los Judas, que se celebra en gran número de municipios, como Cortegana, Aracena, Fuenteheridos, Castaño del Robledo, Puerto Moral, Cumbres Mayores y Zufre, entre otros de la Sierra. Más al sur, los encontramos en Alosno, El Campillo, El Almendro o El Cerro de Andévalo. En algún lugar como Hinojos, el fuego purificador ha sido sustituido por el atronador fuego de las armas, que los cazadores locales descargan sobre el monigote alegórico instalado en lo alto de un madero, hasta dejarlo destrozado.

Municipios como San Juan del Puerto albergan festividades en las que el fuego cobra especial protagonismo. En concreto, en las fiestas de San José, esta localidad vive la quema de las “fallas”, unos muñecos de cartón y madera que son prendidos en medio de un gran jolgorio y con grandes celebraciones. También festeja esta localidad las candelarias o candelorios, implantadas como celebración desde hace varias décadas. Ligados a otro santo, en concreto a San Miguel, se celebran en Cumbres Mayores los también llamados candelorios, esta vez en la noche del veintiocho de septiembre. Los jóvenes organizan hogueras en los barrios, con saltos y jolgorio. Por su parte, Villanueva de las Cruces abre las fiestas de San Sebastián con una inmensa hoguera, que perdura varios días, en plena Plaza de la Constitución. En Alosno se queman unas fogatas en honor de San Antonio Abad, llamadas luminarias. En la celebración del mismo santo en Trigueros, se realiza una retahíla de actividades con el fuego como protagonista, como candelas y otras luminarias.

Hay celebraciones rituales y festivas en las que el fuego es la herramienta necesaria. Esto ocurre, por ejemplo, en El Cerro de Andévalo durante la romería de San Benito, donde en determinado momento de la noche se procesiona un madero incandescente al que los asistentes tratan de besar sin sufrir quemaduras. Por otra parte, en Villanueva de los Castillejos se queman corchos por San Matías con los que los jóvenes se embadurnan los rostros unos a otros. Algo similar, también con corchos quemados, ocurría en El Berrocal el Miércoles de Ceniza, tras la misa. En la festividad de la Candelaria, por ejemplo en Nerva, las candelas parecen también imprescindibles.
Sin duda, la gran noche de las hogueras es la de San Juan, entroncada con las antiguas celebraciones del solsticio vernal y considerada como una de las noches mágicas por excelencia. Cuando el calendario alcanza esa fecha son muchas las localidades que ven en sus calles y plazas el resplandor de las llamas de las fogatas. Es el caso de Encinasola, Cala, Corteconcepción, Fuenteheridos, Ayamonte, Isla Cristina, El Repilado y otros. En algunas localidades, como Santa Ana la Real, las candelas se repiten además en la festividad de San Pedro. En Bollullos Par del Condado se celebran en esos días unas fallas muy particulares, con la quema de muchos muñecos. Sin embargo, en Aljaraque se quema un pirulito con la vieja, un único muñeco.

La festividad de la Inmaculada, tal como apuntábamos antes, también lleva aparejada una larga lista de actividades en torno al fuego, a lo largo y ancho de la provincia, en la noche del siete de diciembre. Comenzaremos el recorrido por Aracena, donde en distintas zonas de la población arden las hogueras para que niños y jóvenes enciendan los rehiletes o rejiletes, que no son otra cosa que varillas de olivo que perforan un cúmulo de hojas secas de castaño. Una vez prendidos y convertidos en columnas de fuego, los rejiletes se hacen girar, simulando una especie de danza ritual. Según Romero, se trata de un rito de paso, de aceptación de los pequeños en la comunidad. Otras localidades próximas, como Linares de la Sierra, también practican la tradicional quema de los rejiletes. Algo parecido ocurre en Zufre, con hogueras y niños corriendo por las calles con sus abelorios encendidos -algunos de gran tamaño-.

En Zalamea la Real ocurre algo parecido, aunque en este caso se prenden en las hogueras las llamadas hachas o jachas, que consisten en unas especies de antorchas construidas con ramas bien entrelazadas. Allí no se danza, sino que se sostienen las jachas inclinadas hacia la hoguera, formando corros de participantes que cantan y consumen productos típicos. Con el mismo nombre de jachas se llama a los elementos incendiados esa noche el la localidad alosnera de Tharsis, mientras que las que se queman en el propio Alosno reciben del de jarchas. Por su parte en El Berrocal se queman las sachas y en Santa Bárbara de Casas, las antorchas. Rociana del Condado y Bollullos Par del Condado comparten la tradición de quemar esa noche las llamadas gamonitas, hechas con ramas de eucaliptos, hojas secas y haces de hierbas.

En muchas otras localidades se realizan candelas esa misma noche. Es el caso de Los Marines, Sanlúcar de Guadiana, Campofrío, La Granada de Riotinto, Minas de Riotinto o Santa Bárbara de Casas, entre otros. Sin embargo, lamentablemente, otras localidades han perdido esta tradición. Personalmente recuerdo como en mi infancia asistí a algunas hogueras realizadas en Puerto Moral. Hacíamos una hoguera en la zona alta de la localidad y, aprovechando la pendiente, saltábamos sobre las llamas, ajenos al fuerte simbolismo que encerraba aquel gesto. Y, pese al alto riesgo, nunca ocurrió ningún percance reseñable. Afortunadamente.

Por su parte, La Nava celebra las llamadas Candelas de Nochebuena y Año Nuevo, a base de leña de encina, para calentar el ambiente y desterrar la oscuridad. Algo similar se realiza en Encinasola, en las noches del veinticuatro y treinta y uno de diciembre, donde se hacen grandes hogueras en la Plaza Mayor para avivar el calor familiar y estrechar lazos bajo el embrujo de las llamas y el son de los villancicos. Estas hogueras navideñas también están presentes en municipios como Lepe, Bollullos Par del Condado, Beas, Galaroza, Cortegana, El Rocío o Aroche, entre otros, aunque en algunos casos las hogueras sólo tienen carácter familiar o se realizan para motivar pequeñas reuniones de amistades.

Más alejados de estas celebraciones de fuego, nos encontramos con una particular manifestación festiva y ritual, los toros de fuego, consistentes en carretillas -o artilugios similares- que imitan más o menos la figura de un astado, rebosantes de pirotecnia (bengalas, petardos y buscapiés) y conducidas contra el público, como si embistieran con bravura. Dignos ejemplos de toros de fuego son los de Arroyomolinos de León, Cortelazor la Real, Villarrasa, Villalba del Alcor, Manzanilla, La Palma del Condado y Pozo del Camino, en Isla Cristina.

También el agua tiene un papel fundamental en muchos rituales de purificación, dada su cotidiana función limpiadora y por otros valores religiosos. Como dice el antropólogo Pedro Antón Cantero, “el agua limpia y purifica, fertiliza y regenera”. El uso purificador del agua es sobradamente conocido en todas las partes del mundo. El orbe cristiano ha institucionalizado los rituales de purificación al dar al bautismo el carácter de primer sacramento, capaz de acabar con el terrible pecado original, inherente a la naturaleza humana. El momento de pasar bajo las aguas bautismales es, al menos teóricamente, el más importante para los cristianos pues supone su incorporación a la comunidad de creyentes.

Retomando la celebración de la Noche de San Juan, son muchas las tradiciones que aún se conservan en toda la provincia en las que se utiliza el líquido elemento. Generalmente se usa agua para lavarse al amanecer. Las partes del cuerpo que se someten a este lavado purificador son el rostro y las manos. El agua se suele mantener durante toda la noche con pétalos de rosas, con romero o con ramas y flores de Hipérico perforatum, las famosas Flores de San Juan. En algunos casos, recogidos por el antropólogo Caro Baroja, el agua de San Juan tiene utilidad adivinatoria. En Alosno y Rociana del Condado se arrojaba esa agua por la ventana para que el primer hombre que pasara dijera un nombre, que luego sería el del novio, o se utilizaba un vaso en el que se echaban papelillos enrollados con nombres para ver cual flotaba.

En el caso del agua, también nos encontramos con celebraciones puntuales ancladas en la tradición mágica, aunque hayan perdido su condición ancestral en favor de su vertiente lúdica. Así ocurre en Cumbres Mayores, donde en la noche del catorce de agosto se celebra la festividad de los Jarros. En ella la gente se moja con búcaros de barro. Puerto Moral celebra una Fiesta del Agua a finales de julio, que cierra la festividad de “La Alcaldesa” (de tipo religioso), pero esta no es de carácter tradicional por lo que no parece guardar relación con la línea ritual que trabajamos en el presente trabajo. De igual manera, descartamos la Fiesta del Agua que El Almendro celebra en agosto y el remojón popular en las fiestas de la Virgen de Luna en Escacena del Campo.

La que tiene una arraigada tradición a sus espaldas es la Fiesta de los Jarritos, de Galaroza. Se celebra el día seis de septiembre y en ella el agua es la gran protagonista, porque consiste en arrojarse ese líquido entre los participantes. Cualquier persona, por el simple hecho de transitar por la calle, es considerada participante y es susceptible de ser mojada. Sus orígenes se encuentran en la venta de productos que hacían en la localidad los alfareros extremeños que iban de camino a la Peña de Alájar, donde comercializaban su mercancía en la romería. En Galaroza, las personas que compraban los búcaros, los probaban en la fuente de los doce caños que hay en la plaza. Con una fuerte motivación erótica, el siguiente paso era mojarse unos a otros, principalmente jóvenes de sexos opuestos, que bajo las prendas mojadas intuían los volúmenes que la moral de la época mantenía ocultos hasta el trámite ineludible del matrimonio. Con menos intensidad, pero relacionadas con la alfarería del agua, en El Berrocal y El Campillo se celebraban dos actividades festivo-rituales en las que el cántaro era el protagonista.

Para finalizar, voy a recordar varias celebraciones casi rituales con el agua del mar como protagonista. En Isla Cristina, donde en la noche de San Juan la gente se moja los pies en la playa, tenemos dos manifestaciones de este tipo. En julio, la Virgen del Carmen es llevada a la orilla del mar y embarcada, además de celebrarse cucañas sobre el agua, con las consiguientes zambullidas. En agosto le toca el turno a la Virgen del Mar, que es llevada en barco por la ría y el mar, para después ser desembarcada en plena playa, donde la juventud la porta por el agua hasta tierra firma. En Sanlúcar de Guadiana, la Virgen del Carmen realiza una procesión por el río, con desembarco en el margen portugués incluido. En Isla Canela (Ayamonte), la imagen de idéntica advocación es introducida en el río a hombros de los fieles, en medio de un gran fervor. El río Piedras es el escenario elegido por los marineros de El Rompido, en Cartaya, para pasear en sus embarcaciones a la patrona del mar. Otro tanto ocurre en Punta Umbría, donde la Virgen del Carmen es procesionada en varias ocasiones, en barco por la ría o en las aguas de la playa a hombros de los fieles.