viernes, 12 de junio de 2009

El Membrillo y otros pueblos abandonados

Pasear entre los muros semiderruidos de una población abandonada lleva a evocar el pasado, a preguntarse por los antiguos habitantes de tales viviendas, por sus vidas y por los motivos que los llevaron a abandonar para siempre sus raíces. Un halo de misterio envuelve esos poblados. La imaginación popular ha despertado fantasías muy variadas, entre la superstición y la leyenda, especialmente en los casos en los que el abandono se ha producido en circunstancias anómalas o traumáticas. En medio de ese ambiente, no es extraño que surjan historias -en su mayoría leyendas urbanas- sobre extraños fenómenos acaecidos entre tales ruinas. Desde psicofonías hasta apariciones misteriosas son narradas, a veces con escasa credibilidad, por testigos asustadizos o por gente que lo ha escuchado contar a otra gente...
No entraremos aquí a desentrañar la naturaleza de esos fenómenos ni a verificar los testimonios más o menos indirectos sobre ellos. No nos atraen términos como “pueblo fantasma” o “pueblo maldito”, que en la mayoría de los casos se utilizan para alimentar el morbo y el sensacionalismo. Lo que sí haremos será un repaso sobre las principales poblaciones deshabitadas que se desmoronan a lo largo y ancho de nuestra provincia. No queremos alentar a nadie a tomar grabadoras y cámaras de fotos y lanzarse a vivir experiencias extraordinarias en esos lugares, aunque cada cual es libre de tomar sus propias decisiones. En todo caso, hacemos una llamada de atención para que quienes acudan a cualquier ruina antaño habitada, lo hagan desde el respeto al medio ambiente que la rodea y a la historia que la contempla.
Por sus circunstancias, el ejemplo más paradigmático en nuestra provincia es sin duda la aldea de El Membrillo, en Zalamea la Real. Un pueblo que se deshabitó en medio de trágicos acontecimientos durante la Guerra Civil. Situado entre Zalamea, El Pozuelo y Marigenta, nos topamos con sus ruinas, cerca del Membrillo Alto, si tomamos la carretera que une la nacional 435 con El Berrocal. Los militares rebeldes, asistidos por las fuerzas paramilitares compuestas por requetés y falangistas, tomaron la aldea, la arrasaron y aniquilaron con saña a sus habitantes, incluyendo hombres y mujeres, ancianos y niños. Para colmo de sadismo, los ejecutaron a golpe de machete para no desperdiciar munición. El escritor y periodista de Cumbres Mayores, Rafael Moreno, se inspiró en esos hechos luctuosos para crear una parte sustancial de su novela “La Raya del Miedo”.

La masacre cometida en El Membrillo ha ocasionado que recientemente surgieran voces que afirmaban que entre sus ruinas se estaban produciendo fenómenos anómalos. Aunque puede tratarse de una leyenda urbana, yo mismo conozco a personas que afirman haber grabado en el lugar algunas psicofonías. De momento, no he podido verificarlo por lo que, aun sin entrar en el debate sobre los posibles orígenes de los registros psicofónicos, no nos detendremos a comentarlos. Tampoco sacaremos a colación el resto de posibles fenómenos, ya que no han sido debidamente contrastados. Como decíamos al comienzo, esa situación de rumores sobre presuntos hechos se repite en diversas localidades de la geografía nacional, como Belchite u otros, que también se han despoblado por culpa de una matanza como la que nos ocupa.

Otra guerra, entre españoles y portugueses, hizo desaparecer unos siglos antes otra aldea en territorios de lo que hoy es la provincia de Huelva. El Gallego era un núcleo de repoblación bajomedieval ubicado en terrenos de Aroche, junto a la Rivera de la Alcalaboza, cerca de la frontera con Portugal, en lo que hoy es el término municipal de Rosal de la Frontera. Este poblado sufrió asaltos y saqueos durante la Guerra de Secesión, hasta que en 1642 fue definitivamente destruido por el Conde de Prados. Sus restos fueron desapareciendo antes de que se popularizaran los fenómenos anómalos, por lo que no hay hasta ahora noticias sobre presuntos misterios entre sus casi extinguidas ruinas.

A la hora de entender las causas de los abandonos “naturales” de poblaciones tenemos que tener en cuenta que influye principalmente una componente económica, manifestada en cambios de producción, variaciones de rutas u otros parámetros. A continuación haremos un repaso a los pueblos y aldeas desaparecidos en la provincia de Huelva, siempre teniendo en cuenta que algunas de esas poblaciones reaparecen por repoblaciones circunstanciales -como pasó con la aldea de El Calabacino, en Alájar, que tras perder su población autóctona fue colonizada paulatinamente por miembros del movimiento hippie- o mantienen un cierto poblamiento puntual de vacaciones o fines de semana -también nos vale otro ejemplo alajeño, el de Los Madroñeros-. En algunos casos las repoblaciones no son suficientes para dejar de considerar abandonado el poblado. Así ocurre en Santa Ana la Real, donde la aldea de La Fuente del Oro presenta las sobrecogedoras ruinas de las antiguas casas, cerca de donde recientemente han construido varias viviendas, visibles desde la carretera nacional, dando la falsa apariencia de cobijar un buen número de vecinos, mientras a sus espaldas agonizan los antiguos muros.

En el mismo municipio encontramos los restos de otros dos núcleos desaparecidos, Las Gasparas y La Ribera, ambas localizadas entre La Corte de Santa Ana y Calabazares. Estas aldeas sucumbieron en gran medida por el empuje de La Corte, a la que llegó la electricidad y el agua corriente y -sobre todo- la carretera nacional 435. El influjo de las comunicaciones llega a ser vital en algunos casos, como el de Los Viejos, una aldea de Aroche a punto de desaparecer, porque no tiene carretera, mientras que sus vecinas Los Bravos y Los Andreses subsisten ya que una vía asfaltada las une con poblaciones mayores. Precisamente en Aroche encontramos otra localidad, El Hurón, desaparecida allá por los comienzos de la Transición, tal vez por la falta de carreteras o por la falta de ciertos servicios básicos, como electricidad y agua potable.

Para hacernos una idea de las diferentes motivaciones que llevan a la desaparición de poblados, podemos repasar un ejemplo bien documentado, el de las aldeas de Aracena. El historiador Javier Pérez-Embid analizó hace unos años la evolución del territorio aracenés entre los siglos XIII y XVIII, dando cuenta del nacimiento y emancipación o fenecimiento de las distintas aldeas que se han conocido en esa zona. Armuña, Chaparral o Casavieja son algunas de esas poblaciones ya desaparecidas. En ese listado de aldeas me llama la atención el caso de Las Granadas (hoy conocida como Las Granadillas), que debió surgir a causa del auge viticultor en el siglo XV y desapareció a causa de la caída de ese cultivo en el XIX. En la actualidad sólo se conserva la iglesia, a la que se hace una romería desde Aracena. Significativo es también el caso de Santa Marina., localizada entre Valdezufre e Higuera de la Sierra. Allí quedan la iglesia, el cementerio (en el que se entierran los difuntos de Valdezufre), y dos picotas que marcaban la entrada y la salida de la población. En mi infancia -y aún después- he visitado en algunas ocasiones esa aldea y recuerdo una manzana de casas semiderruidas, que han sido demolidas definitivamente. Unos ladrillos de un suelo, colocados en espiga, son el único vestigio de aquellas viviendas que, gracias a eso, todavía no ha desaparecido del todo.

De algunas de las aldeas aracenesas no se ha sabido su emplazamiento hasta hace muy poco tiempo, como Curueñeros, que debió asentarse en lo que hoy es el sureste del término municipal de Puerto Moral. Algunos historiadores especulaban sobre posibles ubicaciones de esta aldea hasta que descubrí un cortijo que se llamaba Curuñeros, dando carpetazo a ese asunto. Curuñeros fue una aldea de baja población que aparecía en los padrones del siglo XV, pudiendo haber desaparecido a comienzos del XVI. Pérez-Embid apunta que el origen de este poblado tal vez podría haber estado ligado a fabricantes o suministradores de curueñas o cureñas (soportes de madera para cañones) para la guerra de Granada. Según otros historiadores, el nombre podría estar relacionado con el río leonés Curueño, de cuyo entorno podrían proceder los repobladores que crearon la población.

Pero en la Sierra hay más ejemplos de pueblos abandonados. Entre Galaroza y Valdelarco se encuentra otra aldea abandonada, cuyas ruinas se niegan a borrar definitivamente la huella que tuvo junto al camino entre ambas poblaciones. Se trata de Las Cañadas, de la que tuve la primera noticia por un magnífico artículo del periodista y amigo Aurelio De Vega, quien no quiso olvidarla al escribir sobre Galaroza y sus aldeas. Habló de Las Chinas (aldea a la vez de Galaroza y de La Nava), de Navahermosa (no confundir con la homónima aldea de Beas) y de los “restos de media docena de casas, que debieron ser hermosas, hechas de piedra...” de Las Cañadas, sin olvidar su iglesia, que “sólo conserva los lados mayores y parte de lo que debió ser la portada”. Su descripción resulta tan sugestiva que es imposible negarse a visitarla. Por su parte, Jabugo cuenta con la aldea de Castaño Abajo (o Castaño Bajo), que se halla entre esa localidad y la de Castaño del Robledo. Serpos y El Cincho son otras aldeas de Almonaster la Real que han muerto como tales o están casi a punto de hacerlo. En el mismo caso se hallan Ventas de Abajo y Las Majadas, en término de Campofrío.

Si descendemos hacia el sur, encontramos nuevos ejemplos de localidades desaparecidas. Algunas de ellas, más antiguas, las he conocido en un trabajo de los investigadores Juan Aurelio Pérez Macías y Leonardo Serrano Pichardo titulado “La alquería de Purchena (Chucena, Huelva)”. En él se abordan cuestiones relacionadas con la cora de Niebla, por lo que abundan en el texto las referencias a asentamientos rurales islámicos y post-islámicos de la zona, la mayor parte de ellos conocidos por las fuentes andalusíes y las cristianas posteriores a la conquista. A la hora de localizarlos en el terreno, las más de las veces ha sido necesario recurrir a la arqueología. La propia Purchena se localizaría a caballo entre los municipios de Chucena y Villalba del Alcor. Otro poblado perdido es Tejada la Nueva -en Escacena del Campo-, relacionada con la actual Aldea de Tejada en Paterna del Campo. Para no alargar en exceso la lista, cerraremos citando a Gelorauz, en Hinojos.

Retomando el municipio de Chucena, tengo que recordar el ejemplo de la población de Alcalá de la Alameda, de la que en la actualidad no queda nada, salvo la iglesia. Estuvo situada a medio kilómetro del casco urbano de Chucena, junto a la carretera que va a Hinojos. Fue cabeza de un marquesado, desde 1574, pero terminó perdiendo hasta su identidad. Por un Decreto de las Cortes de Cádiz en 1812, las villas de Chucena y Alcalá de la Alameda se vieron obligadas a unificarse bajo el nombre de Chucena, con lo que la segunda fue despoblándose hasta desaparecer.

Pasando ahora a otro aspecto de nuestra provincia, en su geografía tiene especial relevancia el caso de las poblaciones mineras desaparecidas. Las motivaciones de tales abandonos están directamente relacionadas con las fluctuaciones del mercado de los productos mineros, con los vaivenes de los balances económicos de las compañías explotadoras de las concesiones o con la extinción de los recursos minerales. Mucho de economía y poco misterio, lo cual no implica que la visita a alguno de esos poblados no nos sobrecoja al adentrarnos entre las tapias ruinosas de lo que fueron las viviendas, oficinas y otras instalaciones. Desolación y silencio se unen a un ya de por sí paisaje desolado y triste como el del Andévalo minero, salpicado de túneles, pozos, cortas, socavones, trincheras... Una tierra malherida por la avaricia humana.

Antonio Perejil elaboró en el año 1993 un catálogo con las principales poblaciones mineras onubenses desaparecidas o casi desaparecidas. Llama la atención de ese catálogo que todas ellas eran entidades menores, salvo el caso de Minas de Riotinto, pueblo desaparecido en gran parte en 1908 por el hundimiento de una amplia zona, debido a la proximidad de las labores extractivas. Escasas evidencias quedaron de aquel emplazamiento anterior, hasta que -como comprobé hace poco tiempo- las escombreras cubrieron definitivamente los restos. También tenemos que citar aquí las ruinas de La Atalaya (en 1910 alcanzaba casi mil quinientos habitantes) y de La Naya (con ochocientos cincuenta habitantes en el mismo año, llegando a contar con iglesia, panadería, casino, economato y cementerio), presentes ambas en el término municipal riotinteño. De la segunda sólo quedan en pié el cementerio y un edificio que no he sabido identificar.

Otra localidad con numerosos poblados mineros desaparecidos es Zalamea la Real. El poblado Tinto-Santa Rosa alcanzó más de mil doscientos habitantes y contaba con equipo de fútbol, grupo de teatro, taller de costura, y círculos culturales y recreativos). Castillo del Buitrón superó los ciento cincuenta habitantes entre 1910 y 1920, mientras que Barranco de los Bueyes contaba con doscientos ochenta habitantes en 1910. Estos tres poblados se localizaban entre Valverde del Camino, Zalamea la Real y Calañas. Por otra parte, los poblados de Palanco y Guadiana, ambos poco relevantes, se hallaban próximos por el oeste a la carretera N-435, entre Zalamea y Valverde del Camino.

Almonaster la Real no se queda atrás. En su término se hallaba San Platón, que alcanzó un máximo de trescientos cincuenta habitantes y contaba con escuela. Estaba cerca de Minas Concepción y de Soloviejo. También ha desaparecido San Miguel, que alcanzó cerca de quinientos habitantes y se hallaba entre Soloviejo y Cueva de la Mora. Otro tanto le ocurrió a Mina Esperanza, próxima a San Platón y que tuvo más de cuatrocientos habitantes, y a Monte Romero, que quedaba cerca de Cueva de la Mora, como La Juliana, que no llegó a los doscientos habitantes. El propio Soloviejo está a punto de desaparecer, ya que sólo quedan algunas edificaciones reutilizadas por agricultores de la zona.

En Alosno desapareció El Lagunazo, al noroeste de Tharsis, muy cerca ya del término municipal de Puebla de Guzmán. Llegó a contar con mil trescientos habitantes a finales del siglo XIX, siendo uno de los más importantes poblados mineros de la provincia, pero tuvo una vida efímera. En el mismo término municipal también desaparecieron La Lapilla y El Chaparral. En la vecina Puebla de Guzmán corrieron la misma suerte Cabezas del Pasto -situada al oeste de Las Herrerías, llegó a contar con más de trescientos habitantes, con iglesia propia- y Mina El Toro, de unos doscientos habitantes, que se hallaba en una zona entre Puebla de Guzmán, Cabezas Rubias, Paymogo y Santa Bárbara de Casas.

En El Campillo, junto al arranque del término municipal de Aracena, entre Soloviejo y Ventas de Arriba, se encontraba el poblado Poderosa, que llegó a dar cobijo a más de cuatrocientos habitantes en 1910. Contaba incluso con sus propias escuelas. Ya en término de Nerva -entre esa localidad, Campofrío y Minas de Riotinto-, han desaparecido Peña del Hierro y La Chaparrita. La primera estuvo muy bien comunicada por carreteras y ferrocarril, llegando a tener casi mil doscientos habitantes en 1888. Parte de los restos de las casas de La Chaparrita -un poblado de escasa importancia- han quedado inundados por las aguas de un dique.

El resto de poblados mineros desaparecidos están más repartidos. En Calañas tenemos La Torera, cerca de Sotiel Coronada, que contó con iglesia y otros edificios públicos, y que la Junta quiso reconstruirlo con fines culturales y recreativos. En término de El Almendro, entre El Granado y Puebla de Guzmán, estaba La Isabel, de más de trescientos habitantes. Valverde del Camino vio desaparecer los poblados de Campanario y La Ratera. Cortegana, a El Carpio, cercano a San Telmo. Romanera, Vuelta Falsa y San José son los tres núcleos desaparecidos en Paymogo. Y por último, extinguidos o próximos a hacerlo tenemos otros ejemplos. En El Granado, es el caso de Santa Catalina y el Puerto de la Laja, que se ubica al final del ferrocarril de Herrerías, junto al río Guadiana. En El Cerro de Andévalo encontramos La Joya, en la carretera hacia San Telmo, y Lomero, entre Valdelamusa y San Telmo.

A modo de conclusión, cabe decir que resulta curioso ver como podemos establecer a lo largo y ancho de la provincia una geografía paralela de los lugares que han sido y ya no son. Una geografía carente de carreteras, pero no de caminos. Una geografía que no luce (a veces ni siquiera consta) en los mapas, pero que encierra en sí misma toda la melancolía que poseen cada una de sus localidades, conserven o no sus ruinas.