jueves, 22 de julio de 2010

Toreo: magia y misterio en los ruedos

La tauromaquia tiene en la actualidad grandes defensores y grandes detractores. Lo que unos consideran un arte es visto por los otros como un despiadado rito de tortura animal. Sin decantarnos por una u otra postura, tenemos que reconocer que este fenómeno de lucha entre ser humano y animal tiene raíces milenarias y una simbología misteriosa que debe hacernos reflexionar sobre su realidad. Ese halo ancestral y mistérico es especialmente fuerte en la cuenca mediterránea, donde encontramos un gran número de referencias a enfrentamientos entre seres humanos y toros, simbolismo de la lucha interior que -según ciertas corrientes espirituales- cada persona debe sostener para vencer a una especie de bestia propia, que representa las tendencias más materiales de cada uno. El toro, además, es uno de los doce signos del zodíaco y muchos de los elementos de la actual tauromaquia -desde las banderillas hasta el traje de luces- tienen simbología astrológica, según el investigador Armando Carranza.

La presencia táurica comienza en la Biblia, en el libro de Job, con referencia a los astados como elementos de sacrificios. Continúa con la leyenda del minotauro de Creta y con los ejercicios religiosos acrobáticos que realizaban con toros las sacerdotisas de Cnosos. En Tesalia tenían lugar ciertos festejos conocidos como “taurocatapsis”, en los que hombres montados a caballo perseguían a los bovinos. Quizás, el ejemplo más elocuente sea el del mito del héroe Hércules, quien -obligado por el rey Euristeo- acometió diez trabajos, entre los que estaban el de capturar el toro del rey Minos y el de robar los bueyes de Gerión. Es muy posible que la isla de Erytrea, donde tuvo lugar este último, corresponda a tierras gaditanas u onubenses.

En otras partes del mundo también encontramos atávicos cultos táuricos, por ejemplo en Egipto y Asia Menor, donde se concebía al toro como generador de energías. Incluso existieron creencias solares vinculadas con toros, que parecen guardar cierta relación con los actuales toros de fuego españoles. Por otra parte, la religión indoaria de Mithras, difundida en su día por las legiones romanas, presentaba ciertos cultos al toro. En resumen, en muchas culturas antiguas el toro desempeñó un papel fundamental como símbolo del poder generador o fecundador de la divinidad y también fue alegoría de la destrucción y de la muerte. En nuestro país ha estado presente en la cultura prehistórica, según se desprende de ciertas pinturas rupestres, de algunos exvotos ibéricos y de los conocidísimos toros de Guisando.

El arte de lidiar reses bravas prosigue en la actualidad (en un mundillo, por cierto, cargado de supersticiones) en Francia, en Portugal y en España, de donde pasó a la América postcolombina, estando presente en México, Perú, Venezuela, Colombia, Ecuador... Aunque ese influjo ancestral se haya perdido, al menos en parte, aún podemos mirar el toreo como un ritual mágico cargado de simbolismos. Por eso vamos a detenernos en las manifestaciones tauromáquicas que perduran en nuestra provincia. Y descubriremos datos que, seguro, van a sorprender al lector. Prestaremos especial atención a las corridas de toros, que son los principales eventos taurinos actuales y que tienen una gran tradición histórica, como se evidencia en multitud de estudios. Valga como ejemplo el informe de don Pedro de Olavide, en 1.768, elevado al Consejo de Castilla sobre la realidad tauromáquica del reino de Sevilla, en el que se citan festejos de toros de muerte en las localidades actualmente onubenses de Almonaster la Real, Almonte, Aracena, Chucena, Cortegana, Cumbres Mayores, Trigueros y Zufre.

Antes de entrar en materia, recordaremos que en el entramado del toreo contemporáneo confluyen tres elementos principales que hacen posible el ritual mágico festivo de las corridas. Hablamos de los toreros, de las reses bravas y de los espacios taurinos. Comenzaremos por la parte humana del armazón. Sería una tarea imposible nombrar aquí a todos los matadores, rejoneadores, novilleros, banderilleros y picadores que ha dado para la historia nuestra provincia, pero no podemos dejar de citar algunos ejemplos ilustrativos -contemporáneos o recientes- del gran potencial de nuestra tierra en ese aspecto, tanto de personajes naturales como de adopción. En algunos casos, hemos contado con auténticas sagas familiares, como las de los “Litri” o los Chamaco, en la propia Huelva, que han alcanzado gran fama en algunos casos. También a la capital debemos otras celebridades como los matadores Emilio Silvera y Curro Méndez, a los que podría añadirse una larga lista de espadas.

Aunque no sólo la metrópoli onubense ha sido cuna de toreros, localidades como Valverde del Camino han aportado un gran número de novilleros y matadores. De los valverdeños que más han destacado podemos citar a Sergio González “Santacruz”, Manuel Naranjo “Naranjito”, Raúl Corralejo e Isaías González. También otras poblaciones como Trigueros, Los Marines, La Nava o Niebla nos han ofrecido diestros como Pablo Gómez Terrón; Urbano Corbacho; Antonio Luis Carvajal López, “el Príncipe”; y José Doblado Beltrán, respectivamente. Algunos matadores han llegado a incluir en su nombre artístico el gentilicio de su localidad, como Juan José Orta “el Leperito”, obviamente natural de Lepe.

Entre los matadores adoptivos de nuestra provincia podemos citar a Juan Posada, definido por la periodista Inma León como “un torero de Madrid, nacido en Sevilla pero choquero hasta la médula”. O José Luis Parada, afincado desde hace muchos años en Higuera de la Sierra. También hay que citar aquí por su singularidad el caso del diestro nipón Taira Nono. El japonés llegó a España con el sueño de ser el primer torero natural de ese país oriental. Recaló en Lucena del Puerto y de allí pasó a Almonaster la Real, donde empezó a prepararse para aprender el oficio. A base de un duro esfuerzo pudo participar en unas primeras novilladas y, poco a poco, ha ido orientando su carrera.

Como mención histórica, quiero añadir que en el siglo XVIII vivió el picador y rejoneador Josef Daza, natural de Manzanilla. Daza fue coetáneo de otros varilargueros como Alonso Cabildo y Juan Hijón, paisanos suyos; Simón de Legorburu, de Almonte; y Pedro Esteban, de Escacena del Campo. A él debemos una obra de referencia para conocer el toreo de la época: “Precisos manejos y progresos del arte del toreo”. El historiador Juan Francisco Canterla afirma que en aquellos momentos se estaba viviendo una especie de revolución en el toreo, pasando de los tradicionales juegos de toros a corridas más “profesionales”. Se estaba dando la aparición en la zona llana de nuestra actual provincia de unos personajes clave para el nuevo concepto taurino, los sorteadores, predecesores de los toreros a pie. Paralelamente, se producía un gran desarrollo del toreo a caballo, siendo en Cala, en agosto de 1.710, donde se usó por primera vez la vara, según testifica Canterla, atendiendo a documentación de la época. Sobre juegos de toros, algunas de las referencias documentales más antiguas son las que evidencian esta práctica en los alrededores de las ermitas de la Virgen de Flores y de la Virgen de Rocamador, en la población de Encinasola, allá por 1.593.

En lo tocante a reses bravas, la provincia de Huelva cuenta con vastos territorios propicios para la cría y mantenimiento de este tipo de ganado. Por tanto, no puede extrañarnos que sean muy numerosas las ganaderías que se ubican a lo ancho y largo de nuestra geografía. Tampoco podemos ser exhaustivos al nombrarlas, pero no podemos pasar por alto algunos datos destacables. Creo que da una idea de la importancia de las ganaderías onubenses el hecho de que la Junta de Andalucía concediera en 2.010 la Medalla de Oro de nuestra Comunidad Autónoma a la ganadería de Hijos de Celestino Cuadri, cuyas reses pastan en las fincas Comeuñas y Cabecilla Pelada, en tierras de Trigueros.

Hay localidades en las que se reúnen varias ganaderías, como Gibraleón, donde pastan las reses de Diego Garrido, las de Los Millares -que también están presentes en Trigueros- y las de Hermanos Santacruz, compartidas a su vez con Valverde del Camino. De la misma manera, otras ganaderías reparten sus reses entre varios municipios. Además de las citadas, pondremos como ejemplos las de Carmen Borrero -en Hinojos y Cabezas Rubias- y José Luis Pereda -en Rosal de la Frontera y La Nava-. Para completar la imagen de expansión geográfica de las ganaderías en nuestra provincia, recordaremos ahora otras ganaderías y su localidad de implantación, como José Ortega, en Santa Olalla del Cala; Tomás Prieto de la Cal, en San Juan del Puerto; Concha y Sierra, en San Bartolomé de la Torre; Villamarta, en Puebla de Guzmán; Hermanos Rubio Martínez, en La Palma del Condado; y la emblemática de Miguel Báez Litri, en Escacena del Campo.

Históricamente, la presencia de ganaderías bravas en la provincia de Huelva ha sido importante desde 1.890. Según el estudioso Juan Francisco Canterla, el informe de don Pedro de Olavide, en 1.768, sólo recoge dos datos de toros para lidia, en Hinojos y Rociana del Condado, mientras que contabilizaba ciento cuatro vacadas no bravas, repartidas en localidades como Valverde del Camino, El Berrocal, Zalamea la Real, Santa Bárbara de Casas, Paymogo, El Granado, San Silvestre de Guzmán, Chucena y Villanueva de los Castillejos, entre otras muchas. Afirma ese autor que a finales del siglo XIX y comienzos del XX había ya importantes toradas como la de Garrido Santamaría, en Gibraleón, y la de Valladares-Calonge, en la Sierra. Cita Canterla otras ganaderías menores de la época en Bonares, Cartaya, Galaroza, Moguer y otras localidades más.

Hablando de ganaderías bravas, podríamos hacer un estudio del simbolismo que encierran los hierros de las vacadas españolas en general y onubenses en particular y nos llevaríamos grandes sorpresas. Signos alquímicos, astrológicos y de otra índole se ven reflejados en las grafías que conforman los diseños de las marcas que se graban a fuego en los lomos de los animales, como seña de identidad grupal. Por poner algunos ejemplos, diremos que en Aracena pastan las reses de Manolo González, cuyo hierro es similar al símbolo del planeta Júpiter (algo parecido a ђ); en las dehesas de Puerto Moral y de Zufre pacen los toros de Hernández Pla, que lucen una marca muy parecida al emblema del signo astrológico de Géminis (II); y en la ganadería Arucci, de Aroche, su hierro guarda cierto parecido, aunque al revés, con el símbolo femenino y distintivo del planeta Venus (♀, pero con la cruz hacia arriba).

La mayor parte de las ganaderías cuenta entre sus instalaciones con un tentadero para probar ciertas reses. Algunos de esos espacios son de gran belleza y guardan un cierto encanto, como los de Las Gordillas y Los Lozano, en Aracena; los de La Ortigosa y Los Llanos, en Cumbres Mayores; el de Vera Antúnez, en Cala; el de La Huerta del Llano, en Zufre, cerca de la aldea aracenesa de La Umbría; el de Los Pajeros, en Cabezas Rubias; el del Chaparral, en Manzanilla; el de San Salvador, en Puerto Moral; el de Los Llanos, en Santa Olalla del Cala; el de La Morita, en Zalamea la Real; el del Álamo, en Aroche; el de Monteblanco, en Gil Márquez... Pero donde toros y toreros viven sus encuentros más espectaculares -por la fuerza que el público da al espectáculo- es en las plazas de toros. Los cosos parecen encerrar el simbolismo del mito del laberinto. Si los observáramos desde la vertical, descubriríamos que suelen ser agrupaciones de círculos concéntricos: palcos, graderío, callejón, etc. Para los seguidores de corrientes astrológicas, el ruedo simboliza la rueda zodiacal.

A lo largo de la Edad Media y Edad Moderna los festejos taurinos se celebraron -salvo excepciones- en las plazas mayores de las poblaciones o en descampados próximos a las ermitas, generalmente cerrándose esos espacios con maderos y empalizadas. A partir del siglo XVIII es cuando se empiezan a construir nuevos espacios de piedra o ladrillo destinados únicamente a la lidia de los toros. Entre las excepciones más importantes está la plaza de la ermita de San Mamés, en el actual término municipal de Rosal de la Frontera, que fue la primera del mundo en construirse para uso exclusivo taurino, o -al menos- es de la que se tiene constancia como tal hasta el momento. En la actualidad, la ermita está derruida y de la plaza de toros apenas quedan algunas hileras de piedras semiocultas por las jaras y acorraladas por un ejército de eucaliptos, que a punto estuvieron de soterrarlas para siempre con sus aterrazamientos. Se comenzó a construir en agosto de 1.599 y debió ser un recinto circular con barreras de madera y una corraleta anexa usada de toril.

Existen en nuestra tierra otras plazas muy antiguas, de las que algunas sólo son agrupamientos de rocas que apenas señalan unos muros que antaño fueron firmes. Es el caso de la plaza del cerro San Cristóbal, en Almonaster la Real, de la que sólo es visible un círculo de piedras sobre el que crece una inmensidad de vegetación. Aún en pie están las plazas de San Bartolomé de Orullos, en Alájar, y Santa Eulalia, en Almonaster la Real, en las que se suelta alguna vaquilla en las respectivas romerías. De similares características es la plaza de toros ubicada cerca de Montes de San Benito, junto al santuario de ese santo, en El Cerro de Andévalo. Hay otras plazas que son antiguas y tienen la particularidad de haber sido establecidas en espacios pertenecientes a castillos y fortalezas, consiguiendo un espectacular resultado estético. Ocurre en Aroche, en Almonaster la Real, en Cumbres Mayores y en Cumbres de San Bartolomé, donde encontramos un curioso coso con forma rectangular.

Entre las plazas históricas destaca la de Campofrío, que es la más antigua del mundo de cuantas siguen en funcionamiento. Por esa condición, esta villa ha sido una de las fundadoras de la Unión de Plazas de Toros Históricas de España. Erigido en 1.716, este coso está demarcado por un grueso muro circular de mampostería encalada, con tres gradas y un palco-balconcillo para la presidencia. Tiene un corralillo anexo con los chiqueros. La plaza, que fue construida por suscripción popular, se encuentra incluida en el Catálogo General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. En el siglo XIX fueron apareciendo otras plazas como la de Valverde del Camino, ya citada en 1.827; la de Cortegana, inaugurada probablemente en 1.854; la de Ayamonte, levantada en 1.855; la de Aracena, estrenada en 1.864; la de Zalamea la Real, que data de 1.879; la de Fuenteheridos, inaugurada en 1884; la de Nerva, levantada en 1.888; la de Moguer, abierta en 1.886; la de Bollullos Par del Condado, estrenada en 1.899; y la de La Palma del Condado, inaugurada en el año 1.900.

Otra plaza que resulta de gran interés es la de Linares de la Sierra, en la que se celebra alguna vaquilla y un festejo anual en la celebración de San Juan Bautista. La plaza tiene la peculiaridad de que es en parte plaza de toros (con algunos tendidos y burladeros) y en parte plaza convencional, en la que hay bares y aparcan los coches. Cuando llegan los festejos se cierra la parte sur y queda exclusivamente como plaza de toros. Claro que si hablamos de plazas de toros, no podemos pasar por alto la de La Merced, en la propia Huelva, heredera de otros cosos anteriores. Además de ser la plaza de la capital de la provincia, es la que alberga el mayor número de festejos taurinos, especialmente durante las Colombinas. Recordaremos ahora otras plazas, todas ellas importantes por su historia, por su capacidad o por otros motivos.

En la Sierra destacan -además de las plazas citadas- los cosos de Santa Olalla (localidad que, además, posee un modesto museo taurino), Zufre, Arroyomolinos de León e Higuera de la Sierra, donde se celebra anualmente un interesante festejo benéfico. También en la Sierra encontramos el caso de Santa Ana la Real, en cuya modesta plaza se celebra un evento muy peculiar, el Toro del Voto. En el Andévalo hay un reducido número de cosos taurinos, aunque todos ellos destacan por su importancia histórica y por la calidad de los festejos que ofrecen. Se me vienen rápidamente a la memoria los de Nerva, Zalamea la Real y Valverde del Camino, que ya hemos citado. Cerrando el periplo geográfico, repasaremos las plazas de toros del Condado y el litoral. En esta zona son destacables, además del coso capitalino, los ruedos de Niebla, Paterna del Campo, Palos de la Frontera y Ayamonte.

Ocasionalmente, para la celebración de eventos taurinos se recurre a plazas de toros portátiles, como en Rociana del Condado y Lucena del Puerto, donde se usan habitualmente, o en Puebla de Guzmán, que recurre a ellas para festejos y vaquillas. En Gibraleón también se monta uno de esos ruedos ambulantes para acoger los eventos de rejoneo organizados con motivo de la Feria de San Lucas. Ocasionalmente, también son usadas en Lepe y en Manzanilla. Me consta que esto también ha ocurrido alguna vez en Los Romeros, aldea de Jabugo. En tales ocasiones, el municipio ha contado con tres plazas, ya que tanto Jabugo como la otra pedanía, El Repilado, poseen plaza estable.

Otras plazas, en cambio, han perdido su utilidad y duermen el sueño de los calendarios. La de Minas de Riotinto, construida en 1.882, fue derribada unos años más tarde. Su recuerdo -salvo una vieja foto- desapareció con el resto de lo que fue el antiguo pueblo minero. En el caso de Calañas, la gloriosa plaza construida en 1.894 cerró sus puertas en 1.912 y sólo quedan de ella algunos restos apenas reconocibles. La plaza de Galaroza, más reciente, fue derruida en parte, quedando en pie sólo una zona de su graderío. La de Fuenteheridos permanece en pie, aunque cada vez más abandonada, lo mismo que el modestísimo ruedo de Corteconcepción. Cerca del puente de Aradilla, en Villarrasa, existe una vieja plaza que debió usarse en antiguos festejos ligados a las romerías locales. En Castaño del Robledo existe una plaza, con el graderío adaptado a la topografía y una estampa hermosísima, en la que los alcornoques juegan un papel especial. Después de muchos años de abandono, la plaza ha sido recientemente adquirida por el Ayuntamiento, que pretende restaurarla. En el caso de La Nava, de la plaza de toros de piedra cercana a la ermita de la Virgen de las Virtudes sólo quedan referencias documentales del siglo XVIII, pero ni una sola roca que la delate sobre el terreno.

Opina el antropólogo Pedro Antón Cantero que las corridas son el máximo exponente del ritual mágico festivo del toreo, siendo un intento de sublimación artística del trance y la escenificación teatral del rito de la muerte. Pese a ello, no podemos dejar de reconocer que hay otras manifestaciones táuricas más de base en las que, claramente, también se da el comentado enfrentamiento entre ser humano y bestia, así como un cierto juego de la muerte. Es el caso de las capeas, de las vaquillas, de los toros de cuerda y de los toros embolados.

Entre los ejemplos más destacados de capeas y vaquillas tenemos los casos de Trigueros, en los últimos días de agosto y primeros de septiembre, y San Juan del Puerto, en las fiestas de San Juan Bautista. Otra de las capeas interesantes es la que tiene lugar en Cumbres Mayores, con motivo de las fiestas del Corpus Cristi. Sus vecinas Hinojales, Cumbres de Enmedio y Cumbres de San Bartolomé también cuentan con celebraciones en las que se sueltan vaquillas para la lidia popular. Algo parecido ocurre en La Corte de Santa Ana la Real, donde se construye una empalizada para soltar una vaquilla durante sus fiestas patronales en agosto. Arroyomolinos de León, Niebla y Beas igualmente ofrecen vaquillas en algunas de sus festividades. En algunas localidades, las vaquillas han tenido carácter ocasional, como en Cortelazor la Real o Cañaveral de León. Recuerdo que en Puerto Moral, de donde soy natural, se capeó alguna becerra hace ya muchos años, siendo yo aún adolescente.

Cierran el abanico de manifestaciones taurinas los toros ensogados (muy frecuentes en el pasado), embolados y similares. Por Canterla sabemos que en Cumbres Mayores tenía lugar en 1.756 una celebración en la que el protagonista era un toro embolado. En la actualidad tenemos en Villalba del Alcor un festejo con dos toros encordados, que tiene lugar con motivo de las fiestas del Carmen, a finales de agosto y comienzos de septiembre. Un caso muy especial era el “toro de San Marcos”, documentado por Canterla en Alosno en el siglo XVIII, aunque también podría haber existido en Villanueva de las Cruces o Alájar, que contaban con cultos a dicho santo. En 1.772, el Consejo Supremo de Castilla prohibió expresamente tal celebración porque contenía elementos paganos, pues el toro era tratado como una encarnación del evangelista, llegando a ser procesionado como tal.

Hasta aquí llega el repaso sobre la realidad del mundo taurino en nuestra provincia. Hay aspectos que no hemos abordado, como la crítica especializada, las industrias colaterales al mundo del toro, las peñas, las tertulias y otros que he considerado que nada aportaban a la idea central del presente trabajo, la del origen mágico y ritual de los festejos táuricos. En cualquier caso, es innegable que en nuestra provincia permanece ampliamente extendido el mito ancestral del enfrentamiento entre seres humanos y astados.

Visitantes de dormitorio en Huelva

De la mano y la pluma de mi buen amigo Moisés Garrido conocí un tema muy interesante, con casuística destacable en nuestra provincia. Es sin duda uno de los fenómenos ufológicos más controvertido y más polémico, aunque algunos investigadores prefieren encuadrarlo en el entramado místico, más que en el campo de la ufología. Me estoy refiriendo a los llamados visitantes de dormitorio, un fenómeno que parece guardar mucha relación con los íncubos y súcubos medievales, con las apariciones de espíritus en los siglos XIX y XX y con otros relatos de manifestaciones en las alcobas. En opinión de Garrido, las influencias pro-alienígenas de ciertas obras literarias norteamericanas han derivado esta casuística hacia el entramado ufológico en el que se ubica actualmente, aunque esa interpretación se debe también en parte a una serie de avistamientos ovni asociados a ciertos casos.

En breves palabras, los sucesos de visitantes de dormitorio o de apariciones de alcoba consisten en la presencia de entidades de aspecto antropomorfo, semitransparentes en algunos casos, y rodeadas de una intensa luminosidad. A veces, tales aparecidos traen intenciones manipulatorias. En general, esas presencias suelen acontecer cuando el observador está en su cama, casi a punto de dormirse o pocos instantes después de despertar. Excluyendo los casos patológicos, la gran incógnita que plantean estos hechos es si existe realmente una entidad externa al individuo o la explicación se halla realmente en su mente. No podemos olvidar que los momentos crepusculares son proclives a la apreciación como reales de algunas visiones oníricas (las llamadas alucinaciones hipnagógicas e hipnopómbicas) y que los momentos de relajación como estos son adecuados para que se produzcan estados alterados de conciencia, en los que podrían originarse percepciones extrasensoriales.

En cuanto a casuística onubense, Moisés Garrido ha recogido varias historias protagonizadas por vecinos de Huelva capital, de las que abordaremos algunas a continuación. En ellas se descarta el origen patológico, pero quedan abiertas otras puertas a su explicación racional, como detallaremos al final.

Comenzaremos por la historia de Julia G., que es una ama de casa aparentemente normal, nacida en 1.961. En 1.969, cuando contaba con ocho años de edad, tuvo su primera experiencia, escuchando voces cuando se levantaba de la cama. Era una voz de mujer que la llamaba por su nombre, pero ella se tapaba la cabeza hasta que se dormía. Una de aquellas noches llegó a ver una figura blanca, algo como una nube que iba convirtiéndose en persona: una mujer morena, con túnica, sonriente y silenciosa. Cuando Julia se tapó la cabeza oyó los pasos de la figura acercándose a la cama. Tras apreciar un ligero roce, notó que la aparición desaparecía. Allí comenzó una historia de fenómenos protagonizados por Julia, entre los que podemos citar psicografías, viajes astrales, premoniciones, contactos telepáticos, avistamientos de ovnis y un largo etcétera.

Su marido ha compartido alguna vez sus experiencias, como una vivida en 1.987, en la que el hombre oyó ruidos y pensó que eran ladrones. Al incorporarse vio una especie de ojo enorme que se precipitaba sobre él. Entonces alertó a su mujer y Julia vio en la habitación un nutrido grupo de seres blancos, luminosos, idénticos entre ellos y sin brazos ni rasgos faciales. Una mujer cantaba y los demás hacían música con sus voces. Ella se asustó y comenzó a rezar y los seres desaparecieron de inmediato a través de la pared. También su hija ha protagonizado algunos hechos significativos. En 1.988, contado la misma edad que Julia cuando vivió su primera experiencia, vio ante su cama a un ser alto, moreno, con una túnica blanca y un crucifijo; poco tiempo después observó a otro ser, esta vez rubio, con pelo largo y ojos rasgados.

A raíz de su experiencia, Julia G. ha enfocado su vida desde una perspectiva más trascendente y espiritual. Durante una de las entrevistas que tuvieron le comunicó a Garrido que el fenómeno la había ayudado a comprender que existen otras dimensiones, quién es realmente Dios, que la muerte no existe tal y como la entendemos...

La historia de Hermelinda Humanes, nacida en 1.954, comenzó cuando contaba con diez años. Afirma que por aquel entonces se murió un tío suyo y se le apareció poco después. Eso marcó el punto de inicio de una serie de fenómenos de ruidos, golpes y sombras, siempre mientras estaba acostada, llegando incluso a flotar en el aire y percibir caras en cuanto cerraba los ojos. La protagonista sufre en ocasiones visiones de tipo apocalíptico y recibe por medios psicográficos poemas -según ella- revelados por entidades espirituales elevadas. Humanes cree que la estaban sometiendo a un duro entrenamiento con el fin de que pueda ejercer la curación.

Hermelinda afirma ante Garrido que sus visitantes (a los que no duda en definir como extraterrestres) la llevaron al interior de un ovni, a finales de 1.989, tras haber tenido una visón en la que percibía dos soles, uno de los cuales era en realidad -según ella- una nave. Esa supuesta estancia en el ovni fue descrita de forma muy similar a las narraciones que ofrecen algunos protagonistas de abducciones, aunque Humanes afirma que tras la experiencia se sintió regenerada, como nueva. Al parecer, en los días siguientes se notó una marca en la nuca, como dos granitos que se encogían y sonaban.

Moisés Garrido conoció a Margarita Lopetegui, nacida en 1.932, por ser esta una profesional del sector librero. En cierta ocasión, la mujer anunció al investigador que había protagonizado una larga serie de vivencias de contactos, avistamientos y experiencias extracorpóreas. Todo comenzó -según narró a Garrido, cuando una noche se despertó y vio a su padre, que murió siendo ella muy niña, a los pies de la cama. Incluso si cerraba los ojos seguía viéndolo. La habitación se iluminaba por la luz que emitían los ojos del padre. Ella temblaba, aunque no sentía miedo. El aparecido se comunicaba con ella en un perfecto castellano y la ayudó a comprender los mensajes que transmiten las imágenes de los sueños.

Cuando Margarita contaba una edad de cuarenta y cinco años, allá por 1.978, comenzó a contactar telepáticamente con un ser extraterrestre llamado Luz del Alba, quien le aportaba información sobre Adán y Eva, la rebelión de Lucifer, etc. Habla también esta mujer de que en sueños ha viajado hasta una nave extraterrena, en la que un ser vestido de blanco, al que no veía la cara, le daba instrucciones. A diferencia de otros casos, a Margarita su experiencia le ha acarreado serios problemas personales, especialmente de tipo conyugal.

Vicente falleció al poco tiempo de que Moisés investigara su caso. Hasta ese momento, sólo había narrado esas experiencias a sus familiares, por lo que al principio le costó sincerarse con mi compañero. Decía percibir un par de extraños pitidos en la nuca que lo avisaban de la llegada de los seres que lo visitaban en su dormitorio. A continuación comenzaba una serie de sacudidas frenéticas que lo alteraban considerablemente. Él creía que los supuestos seres experimentaban con su cuerpo, entre otras razones porque a veces oía voces que le ordenaban qué hacer, dónde o cómo situarse... También creía que los seres convivían en su domicilio. En su entorno familiar, un sobrino suyo también ha protagonizado avistamientos y presencias de sombras durante la noche.
Estos son los testimonios estudiados por Moisés Garrido. En todos ellos -a juicio del investigador- subyace un estado anímico caracterizado por la presencia de ciertas carencias, como crisis afectivas, soledad interior, sentimiento de incomprensión, falta de autoestima, etc. y de tendencia a trascendentalizar sus encuentros. En algunos casos, como el de Julia y el de Hermelinda, Garrido ha detectado un cierto desarrollo de la capacidad de percepción extrasensorial, a la vez que en ciertas ocasiones se ha topado con descripciones de seres que encajan plenamente en figuras simbólicas y arquetipos. Tanta complejidad en el fenómeno nos impide de momento establecer una explicación tajante y definitiva para estas extrañas visitas.

jueves, 17 de junio de 2010

Lepe, otra delirante historia de supuestas apariciones marianas

Como hemos comentado en anteriores trabajos, la provincia de Huelva conocía públicamente hasta 1.996 un par de casos de apariciones marianas: El Repilado, en Jabugo, y Gibraleón. A finales de ese año comenzó a rodar por nuestras tierras un nuevo caso, que tuvo una gran incidencia mediática. Se produjo en Lepe y lo protagonizó una mujer -vidente, curandera...- llamada Trinidad Eugenio Mendoza, que por aquel entonces contaba con cincuenta y dos años de edad. Era de aspecto humilde. No sabía leer ni escribir y vivía en una modesta casa de la calle Miño, en la propia localidad de Lepe.

Tuve ocasión de investigar in situ este caso codo a codo con mi gran amigo y mejor experto en estos fenómenos, el onubense Moisés Garrido, autor de la esclarecedora obra “El negocio de la Virgen”. Junto a él acudí por primera vez al nuevo enclave mariano en diciembre de ese año. Una gran muchedumbre se agolpaba entorno a la vidente y al árbol elegido. No faltaba un nutrido grupo de periodistas. Cuando el rezo del rosario alcanzaba el quinto misterio, Trinidad parecía entrar en trance, con las rodillas en tierra y la vista fija en las ramas del alcornoque. A partir de ahí, la imagen repetida de otras apariciones. Mensajes de la Virgen a los presentes, a través de la voz de la vidente... Materializaciones de cruces entre las manos de Trini... Incluso, algún estigma en la mano izquierda de la curandera...

Los mensajes fueron particulares, la vidente hacía una señal a la persona elegida y cuando se acercaba le hablaba al oído, transmitiéndole las órdenes o consejos de la Virgen. Con el tiempo supimos que en otras ocasiones sí hubo mensajes generales, como era de esperar de notable contenido catastrofista y reaccionario, cuando no se trataba de alguno de carácter secreto, que también los hubo. Respecto al resto de fenómenos, no todo era lo que parecía. A los periodistas nos habían reservado un lugar privilegiado alrededor del alcornoque, por lo que los buenos observadores logramos apreciar bastantes detalles. Yo estaba junto a la vidente y pude ver con nitidez como una niña pequeña pasaba a Trinidad la cruz supuestamente materializada milagrosamente justo antes de que ella la mostrara al entregado público. Y vi con la misma claridad como la mujer disimuladamente frotaba un brazo de la cruz (probablemente afilado apropósito) contra la palma de la mano izquierda hasta que brotaba una ligera mancha rojiza. El fraude era más que evidente, aunque la concurrencia parecía no apreciarlo, tal vez sugestionada por el enorme fervor subyacente o tal vez distraída por el manejo escénico y mediático de la vidente y de su entorno de acólitos.

Mucha gente se fue de allí con la impresión de haber presenciado algo grandioso. Nosotros, con la certeza de haber evidenciado el fraude. Pero teníamos interés en profundizar en el tema y en tratar de comprender las motivaciones de Trinidad. También nos interesaba comprender los mecanismos que llevan a tantas personar a confiar a pies juntillas -movidas por la fe- en las palabras y los hechos de personajes como esta supuesta vidente y curandera. Por todo ello continuamos nuestra investigación, visitando varias veces la localidad de Lepe, acudiendo incluso al domicilio de Trinidad. En cierta ocasión, la propia vidente puso en mis manos un libro, teóricamente dictado por ella, en el que se recogían multitud de sus supuestas y maravillosas vivencias. El libro no difería casi nada de las explicaciones que la vidente nos iba dando en las entrevistas que mantuvimos con ella.

En los primeros momentos quisimos contar con la versión y la valoración de la Iglesia. Para ello acudimos al párroco local, Feliciano Fernández Sousa, quien definió a la vidente como una persona sencilla, no muy culta y con escasa formación religiosa. El sacerdote confirmó que la postura de la Iglesia Católica ante los hechos era la de la prudencia. A él, desde el respeto a todas las personas y a los hechos que se estaban desarrollando, le daba pena que se suscitaran movimientos de masas en torno a la vidente en los que se generaran expectativas que después pudieran verse defraudadas.

Pasemos ahora a conocer los antecedentes del caso. Según nos confesó Trinidad Eugenio en las reuniones que sostuvimos con ella, desde muy niña venía protagonizando multitud de sucesos anómalos. Siempre según su versión, a los siete u ocho años Trinidad decía a su madre que no quería salir a jugar a la calle porque estaba entreteniéndose con unos niños que tenían plumas. La madre la habría llevado a una vidente, que identificó como angelitos a tales seres alados. Entre las vivencias anómalas que nos relató Trinidad podemos citar visiones nocturnas, premoniciones, estigmatizaciones, dermografías, clarividencias, experiencias fuera del cuerpo y contactos con espíritus, entre otras, a cual más increíble.

En su adolescencia comenzó a ejercitar la facultad de curación. A los quince años sintió la necesidad de curar a su padre, que se hallaba enfermo. A partir de ese momento -y siempre según la versión de la vidente-, Trinidad siguió ejerciendo esa labor, aunque argumentando que es en realidad la Virgen quien cura a través de ella. Trini afirmaba realizar sus diagnósticos mirando al enfermo y pintando a la vez sobre un papel rayas y garabatos que luego interpreta. La vidente ponía énfasis en que cuando el mal requería intervención quirúrgica, ella no actuaba y remitía el paciente a los médicos oficiales.

Cuando pedimos a Trinidad que nos contara cómo había empezado a ver a la Virgen, ella nos comentó que en 1.984 una nieta suya enfermó de pronto. Entonces se le apareció la Virgen, instándola a curar a la niña y ofreciéndole agua bendita para cuando la necesitara. Un tiempo después, Trinidad comenzó a reunirse cada tarde con unas quince o veinte mujeres para rezar el rosario. En numerosas ocasiones hacían acto de presencia en medio de esas reuniones la Virgen o algunos personajes celestiales, aunque de todas las asistentes, la única que podía verlos era ella. En octubre o noviembre de 1.995, una tarde, la Virgen tomó la mano de Trinidad y dibujó con ella sobre un papel un árbol y dos caminos. Con las indicaciones que le dio la madre de Cristo, la vidente acudió junto a unas amigas a intentar localizar el lugar que le había sido mostrado. Cuando lo halló, la Virgen le dijo que debía acudir hasta el alcornoque todos los días trece de cada mes, acompañada de cuantos hermanos quisieran ir con fe.

Ese enclave sagrado se encontraba en la zona conocida como La Arboleda, a las afueras de Lepe. Y todos los días trece de cada mes, siguiendo el mandato mariano, se reunían ante el árbol un grupo de personas que, junto a Trinidad, rezaban el rosario. Supuestamente, la Virgen acudía al acto y era vista por la curandera vidente, que la describía como una figura de mujer de metro y medio de altura, de unos veinte años de edad y con un rostro muy bello. La descripción se amplía con unos ojos grandes oscuros, pelo largo castaño oscuro, vestido blanco, manto celeste, un velo transparente en la cabeza y un rosario o unas flores en las manos.

Con la construcción de una carretera muy cerca del alcornoque sobre el que supuestamente se daban las apariciones marianas, el caso cobró cierta fama (que con el tiempo lo acabó llevando incluso a la televisión) y saltó a los periódicos provinciales, momento en el que nosotros lo conocimos. Sobre el enclave, sólo añadiré que, como a primeros de 1.997 la afluencia de público -fieles y curiosos- creció considerablemente, los dueños de la finca amenazaron con cortar el árbol, pero no llegaron a cumplir el ultimátum, para tranquilidad de los seguidores del evento pararreligioso.

Como en toda aparición mariana, además de defensores hubo detractores muy activos que acusaron a Trinidad Eugenio de haber creado un montaje con intereses económicos de por medio, puesto que protagonizar un caso así la ayudaría a llenar de pacientes su consulta de curandera. Desde su entorno cercano también supimos que en los años previos Trini había estado organizando excursiones a ciertos enclaves marianos, principalmente españoles, siempre con ánimo de lucro. Suponemos que esas visitas le sirvieron para documentarse sobre la supuesta fenomenología aparicionista e inspirarse para crear su propio caso.

Surgieron en su entorno y fuera de él testimonios de otras personas que también afirmaban ver a la Virgen. Inmediatamente, la propia Trinidad se encargaba de dejar claro que tales visiones respondían a acciones del demonio para sembrar la confusión entre los fieles. A nosotros nos parecía que más bien la vidente trataba de evitar la competencia en algo que tanto esfuerzo le había costado crear personalmente. En cualquier caso, ninguna de las otras visiones siguió adelante, ya sea por la presión de Trini o porque no encontraron el suficiente eco.

El colmo del despropósito llegó poco tiempo más tarde, cuando Trinidad apareció en algunos platós televisivos -acompañada de varias de sus acólitas más cercanas- para escenificar una aparición mariana en directo. Especialmente significativo fue el paso por el programa Esta noche cruzamos el Mississippi, presentado por el controvertido periodista Pepe Navarro, la noche del catorce de enero de 1.997. Como si estuviera ante el alcornoque lepero, rodeada de velas, la vidente entró en éxtasis y la Virgen se le apareció y habló a través de ella. El bochornoso espectáculo ofrecido hizo que muchos creyentes aparicionistas le volvieran la espalda a partir de aquel momento. Y así, poco a poco, el caso fue cayendo en desprestigio hasta diluirse como otros muchos similares. El tiempo, la presión demográfica y el consiguiente desarrollo urbanístico han cambiado considerablemente el aspecto del lugar que por aquellas fechas muchas personas consideraron sagrado.

domingo, 9 de mayo de 2010

Continentes perdidos del Silúrico

La provincia de Huelva cuenta con destacados elementos geológicos como la barra de El Rompido, en Lepe, el travertino de la Peña de Alájar, los yacimientos de fósiles pliocenos de Bonares, las formaciones volcánicas de Cumbres de Enmedio, las dunas de Almonte, la Gruta de las Maravillas de Aracena o las mineralizaciones de la Faja Pirítica en su conjunto, entre otros muchos. Pero para mi gusto, uno de los más sorprendentes es el afloramiento de rocas de la corteza oceánica en plena Sierra de Aracena.

Sonará extraño -misterioso, incluso- eso de que las rocas de la corteza oceánica afloren a altitudes de setecientos y ochocientos metros sobre el nivel del mar, pero es una realidad incuestionable. La ciencia geológica -afortunadamente- ha resuelto el enigma. Probablemente, no me hubiera decidido a incluir este trabajo aquí de no ser porque el caso lleva asociada la presencia de una especie de continente desaparecido. Aunque eso también está explicado por la geología. Ambas evidencias suponen una realidad científica muy singular y muy poco conocida por el gran público. Permítanme que, además de darles las explicaciones pertinentes sobre los hechos geológicos, les acompañe a realizar una excursión por los terrenos cuyas rocas nos aportan tan singular información.

Comenzaremos por recordar las claves geológicas que explican esta realidad, utilizando un lenguaje sencillo para que resulte más asequible al lector poco familiarizado con la terminología geológica. La litosfera es una capa fina de la corteza de la Tierra, de tan sólo unos cincuenta kilómetros de espesor. Hay dos tipos de litosfera, la oceánica y la continental. La primera está constituida por rocas basálticas y se corresponde con los fondos de los océanos. La segunda está formada mayoritariamente por granitos y abarca los continentes emergidos y los taludes continentales. La litosfera está fragmentada en una serie de bloques conocidos por el nombre de placas tectónicas.

Estas placas están suspendidas sobre la astenosfera (una capa del manto terrestre, que se encuentra semifundida) y no son estáticas, sino que se encuentran en constante movimiento. Para que pueda producirse ese desplazamiento mientras cubren la superficie completa del planeta es necesario que en unos bordes de las placas se genere material y en otros se destruya. Estos movimientos son muy lentos al ojo humano, no olvidemos que la unidad de tiempo en geología es el millón de años (M. A.). A lo largo de la historia de la Tierra ha habido algún momento en que todas las placas continentales han estado unidas, formado un supercontinente llamado Pangea.

La generación de litosfera se produce en las dorsales oceánicas, gracias al ascenso de magma desde la astenosfera, que va adosándose al extremo de la placa correspondiente. En los límites donde se destruye material litosférico, una de las placas subduce (se introduce) bajo la placa vecina, por lo que la masa rocosa pasa a la astenosfera. El Ciclo de Wilson (descrito por este geólogo en 1.968) recoge de forma esquemática el proceso completo con todas las fases posibles. Se parte de una zona continental antigua allanada por la erosión. Ese continente se rompe en dos placas, dando lugar a un océano joven, en el que -al crecer por la separación de las dos placas- comienza a crearse corteza oceánica. Con el tiempo, en el centro del nuevo océano surge una dorsal. Un cambio en la dinámica hace que un extremo de la corteza oceánica comience a introducirse bajo la corteza continental, con lo que las dos placas surgidas de la rotura del continente inicial empiezan a acercarse nuevamente. Las cortezas continentales llegan a cerrar la cuenca oceánica y terminan por colisionar y cohesionarse, dando lugar a una nueva cordillera.

En esas colisiones continentales, una parte de la capa de corteza oceánica queda incrustada en la nueva cordillera. Por tanto, cuando encontramos rocas procedentes de una antigua litosfera oceánica intercalada con rocas continentales, tenemos una evidencia definitiva de la existencia de una sutura entre dos continentes que han colisionado para formar esa cordillera. Las rocas que en nuestra Sierra suponen tal evidencia son las ortoanfibolitas de Acebuches, así llamadas en honor a aquella aldea de Almonaster la Real, en la que fueron estudiadas. Estas rocas, según los geólogos que las han estudiado, afloran desde Beja (Portugal) hasta Almadén de la Plata (Sevilla), aunque en nuestra comarca yo, personalmente, no las he hallado ni en Rosal de la Frontera y Encinasola, por el oeste, ni en Zufre y Santa Olalla del Cala, por el este.

Aunque los geólogos no se ponen de acuerdo en las denominaciones, siguiendo el criterio de Díaz Azpiroz, podemos decir que las placas que chocaron en su día (hace unos 320 Millones de Años) eran la Euroasiática (Centro Europa y la meseta ibérica) y la Placa Surportuguesa (que abarcaba el sur de Portugal y el centro y sur de lo que hoy es la provincia de Huelva). El océano que se formó en medio se llamaba Japeto. Los basaltos originales se formaron en su fondo hace más de cuatrocientos millones de años, para dar lugar -después de sufrir un complejo proceso de metamorfismo- a esas ortoanfibolitas que hemos citado.

Estas rocas tan peculiares afloran en varias localidades serranas, siendo especialmente bien apreciables en algunos lugares muy concretos. Los afloramientos más destacables son: al sur de Aroche y Cortegana; en Las Veredas y Almonaster la Real; al norte de Calabazares y La Corte de Santa Ana la Real; al sur de Alájar y Linares de la Sierra; en la carretera que une Aracena con Campofrío; y en Jabuguillo e Higuera de la Sierra.

En determinados sitios de nuestra geografía la observación de las ortoanfibolitas lleva asociada la visión de las dos placas continentales fusionadas. Así, mirando desde la ladera sur del Cerro San Cristóbal, en Almonaster la Real, vemos al norte el “continente” de Eurasia, concretado en las zonas más altas de esa montaña. Mirando al sur vemos el “continente” Surportugués, que abarca toda la extensión de terreno serrano que avanza hacia el sur y las tierras andevaleñas que son apreciables desde la zona: El Cerro de Andévalo, Calañas, Zalamea la Real...

Otro tanto ocurre en la Curva de la Piedra Llana (Santa Ana la Real) y en las inmediaciones de Higuera de la Sierra, en los kilómetros 75 y 76 de la carretera nacional 433. En el emplazamiento santanero pueden apreciarse las aldeas de La Corte y Calabazares, asentadas sobre las ortoanfibolitas, custodiadas al norte por las alturas euroasiáticas de la Sierra de san Cristóbal y las sierras que desde Santa Ana ascienden hacia Aguafría y Jabugo. Hacia el sur pueden verse las tierras surportuguesas de La Granada de Riotinto, Minas de Riotinto, El Campillo, Valverde del Camino, etc.

Una vez que hemos puesto luz en este misterio de la ciencia, podemos afirmar, aunque suene raro, que la Sierra y el resto de la provincia de Huelva pertenecen a continentes distintos. Dos continentes en una sola provincia.

viernes, 30 de abril de 2010

La Dama de la curva: un fenómeno entre la fantasía y la realidad

Se me viene a la memoria un anuncio de coches, emitido en televisión allá por 1998. En él se veía a un señor que circulaba de noche y en circunstancias meteorológicas adversas y se encontraba con una mujer que hacía autostop. Lánguida y pálida. El conductor le manifestaba su extrañeza por encontrarla en tales circunstancias, a lo que ella simplemente contestaba que tuviera cuidado porque se acercaban a una curva muy peligrosa. Las grandes cualidades del vehículo le permitían salvar la curva sin problemas, ante la desesperación de la autostopista, que sólo buscaba conducirlos al desastre.

La línea argumental de la primera parte del anuncio está basada en un fenómeno mundialmente conocido y muy debatido en los foros mal llamados paranormales. En unos lugares se le llama “la dama de la curva”, en otros simplemente “la autostopista”. El gran escritor japonés Yasunari Kawabata -Premio Nóbel de Literatura en 1968- recoge ese fenómeno en uno de sus magníficos relatos. “Dicen que el espectro de una mujer joven se sube a los automóviles que pasan junto al crematorio por la noche”. Creo que es el mejor ejemplo posible de la universalidad de un fenómeno cuya naturaleza no está nada clara.

Para muchos investigadores, nos encontramos ante una de las leyendas urbanas más arraigadas en la sociedad, sin ningún fundamento. Por el contrario, para los seguidores de corrientes espiritistas o similares, el origen del fenómeno se halla en la actividad post mortem de espíritus desencarnados que no saben buscar el camino hacia otros planos de la existencia ultraterrena. Aunque personalmente no descarto ninguna hipótesis, por los resultados de las investigaciones que he realizado, me decanto por las teorías más escépticas.

Hablo de mis investigaciones porque en nuestra geografía, como no podía ser menos, también se han dado casos de la llamada “dama de la curva”, algunos de los cuales he tenido ocasión de estudiar. Antes de entrar en detalles sobre esos casos, quiero recordar que el investigador José Manuel García Bautista cita ciertos casos en la Sierra, en curvas cercanas a Aracena, referentes a ancianas enlutadas y a seres alados. Personalmente, no he tenido noticias sobre ellos, por lo que la información que poseo es escasa. Por lo que comenta el amigo García Bautista, estos casos parecen alejarse de los clásicos de “dama de la curva” o “autostopista”, así que no profundizaré más en ellos y pasaré sin más dilación a los dos casos que yo conozco.

Desde muy niño he oído contar historias sobre casos de este tipo acaecidos en la zona conocida como las catorce curvas, en la carretera nacional 433, a la altura de Fuenteheridos, justo en el espacio existente entre los dos accesos a esa localidad -desde Galaroza y desde Los Marines-, de un kilómetro de longitud. Actualmente esas curvas han desaparecido con la remodelación de la carretera, cada día más transitada. Sin embargo, en aquella época, el trazado y la climatología invernal serrana daban una combinación perfecta para el fenómeno de la autostopista. Claro que todos fueron testimonios indirectos.

Al perderse las fuentes de origen, las noticias sobre esos casos -silenciados en gran medida por los posibles protagonistas- caen en los círculos rumorísticos, que van añadiendo aportes creados por la imaginación de los sucesivos eslabones de la cadena de propagación del rumor. Todo ello dificulta enormemente las opciones de acceder a las fuentes originales, las únicas que pueden ofrecer la información de primera mano, imprescindible para llevar a cabo una investigación rigurosa. Algo así ha ocurrido con lo de Fuenteheridos.

En numerosas ocasiones he buscado afanosamente a los posibles testigos de ese supuesto fenómeno, pero me ha sido imposible dar con uno solo de ellos, ni en Fuenteheridos ni en otras localidades de la comarca. Sin testigos no hay caso, por lo que lo más acertado es dictaminar que el caso de la autostopista de las catorce curvas de Fuenteheridos sólo puede considerarse un rumor, encajando claramente en la explicación de la leyenda urbana. Aunque cuando tuve mi primer coche, antes de que se redujera el número de curvas, en varias noches de lluvia me acerqué hasta la zona y la recorrí emocionado, esperando ver si el fenómeno surgía antes mis ojos. Como era de esperar, nunca apareció ante mí ninguna mujer de rostro pálido y ropas extrañas, haciendo autostop.

Más gratificante fue la segunda investigación que desarrollé sobre un nuevo caso, aunque tampoco allí se trataba de un fenómeno sobrenatural. Fue a mediados de los noventa, en la localidad de Higuera de la Sierra. Por las localidades cercanas, como Puerto Moral o Corteconcepción, comenzó a circular el rumor de que en la salida de Higuera en dirección a Aracena se estaba apareciendo una extraña mujer que hacía autostop. Era en la travesía del casco urbano, en la misma carretera N-433.

Las supuestas apariciones acaecieron en pleno verano y siempre a altas horas de la madrugada, ocasionando más de un susto entre los conductores. Los rumores personificaron a la “aparecida” como una joven higuereña que había muerto hacía ya bastantes años. Pensé que los familiares podrían ayudarme a localizar a algunos de los testigos del caso. Hasta la familia de la difunta habían llegado esas noticias, según me confirmaron cuando me entrevisté con ellos, pero desconocían la identidad de los posibles testigos. Además, ellos dudaban de que fuera su añorada pariente la que se aparecía. A base de perseverar en las indagaciones por otras vías conseguí identificar a un testigo, que me aclaró muchas dudas.

En primer lugar, por su descripción, la joven tenía poco aspecto de estar difunta. Entre su indumentaria destacaba la minifalda y el bolso, que no encajaban para nada en el retrato robot de las protagonistas del fenómeno. El testigo me negó que fuera una chica de la localidad o que guardara relación con Higuera. Cabía la posibilidad de que se tratara de alguna mujer que se desplazara después de una noche de “marcha”, pero nuevos testigos me ayudaron a aventurar otra hipótesis. En alguna ocasión, la chica había sido vista a cierta hora por alguien que iba a Aracena y, a la vuelta, se encontraba que ya había desaparecido. Esa misma persona volvía a pasar un par de horas más tarde y de nuevo veía a la joven.

Esto me llevó a sospechar que podría tratarse de una prostituta que trataba de ejercer su profesión en aquel lugar. Eso justificaba esas ausencias y presencias en una misma noche. Por lo demás, como ya hemos dicho, su aspecto encajaba bastante más con la prostituta que con la difunta. Lo cierto es que al poco tiempo -puede que la escasez de clientela tuviera algo que ver, en caso de ser acertada la hipótesis de la prostitución- esta mujer dejó de “aparecerse” por allí, y con ella se esfumaron los rumores.

Es muy posible que se hayan dado más casos en nuestra provincia, pero hasta el momento lo desconozco. No puedo terminar sin antes hacer alguna matización genérica. La leyenda urbana y la prostitución son las explicaciones más verosímiles para estos dos casos que he seguido. No por ello, pretendo dictaminar que toda la amplia casuística de este tipo encaje en esas dos explicaciones, puede haber otras interpretaciones. Tampoco niego rotundamente, aunque lo dudo seriamente, que haya algún caso que se deba a la acción de alguna alma desencarnada que trata de aferrarse a la vida, ayudando a los conductores que pasan por el lugar donde se produjo su óbito. No lo sé con certeza.

domingo, 24 de enero de 2010

Maná bíblico en tierras onubenses

Dice el libro del Éxodo (16, 13-15 y 35): “y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Al evaporarse el rocío, apareció sobre la superficie del desierto una costra fina, escamosa, y tenue como la escarcha sobre la tierra. Cuando los hijos de Israel lo vieron, decíanse unos a otros: ¿Qué es esto? Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: Es el pan que os ha dado Yahvéh para comer. (...) Los hijos de Israel comieron el maná por espacio de cuarenta años, hasta su llegada a país habitado; comieron el maná hasta su llegada a los confines del país de Canaán.”. Maná significa literalmente ¿qué es esto?. Pues en nuestra provincia pudo haber ocurrido algo parecido una noche de noviembre del año 1764.

La primera noticia de este caso la tuve a través de la obra “La España Extraña” de Jesús Callejo y del amigo Javier Sierra, periodista e investigador, quienes lo ubican en Cumbres Mayores, citando como fuente el artículo publicado en el ABC de Sevilla el día veintinueve de marzo de 1968, cuyo autor era Gabriel Sánchez de la Cuesta, catedrático de la Universidad de Sevilla y miembro de las hispalenses Reales Academias de Medicina y de Buenas Letras. Tiempo más tarde, el también investigador y amigo José Manuel García Bautista volvía a citarlo en la Guía Misteriosa de Andalucía Occidental. García Bautista, que usa la misma fuente, también lo limita a Cumbres Mayores.

Para profundizar en el caso recurrí a la lectura del trabajo en el diario ABC. El artículo en cuestión se basa en una publicación que el autor afirma poseer, consistente en un informe técnico de “un sabio monje, perito en Física, jerónimo del monasterio de San Isidro, contiguo a la villa de Santiponce” concerniente a la “blanca polución de la noche del 1 de noviembre de 1764, ocurrida en las proximidades de Cumbres”. Al tratar de averiguar la identidad del jerónimo me encontré que a tal informe se le atribuyen dos autorías. Según es.wikipedia.org, se trataría de José Olivares, que fue un químico nacido en Sevilla, hijo de un boticario de Santiponce, graduado en medicina en 1723, boticario de la Casa Real, visitador del arzobispado y socio numerario de la Real Sociedad de Sevilla. Por su parte, Justino Matute y Gaviria, en su obra de 1827 “Bosquejo de Itálica ó apuntes que juntaba para su Historia” afirma que se trata de Fernando González de Ceballos, nacido en Espera, hijo de D. Manuel de Ceballos, bautizado en su iglesia parroquial el nueve de septiembre de 1782, que estudió filosofía y teología en el colegio de Sto. Tomás de Sevilla, donde se graduó de Doctor en octubre de 1752, y que posteriormente tomó el hábito y profesó en este monasterio de S. Isidro del Campo, donde se entregó al estudio de toda clase de letras.

Al margen de ese detalle de autoría del informe, en la lectura de dicho artículo del ABC pude comprobar que el fenómeno tuvo lugar en más localidades de lo que en la actualidad es la provincia de Huelva, como detallaré más tarde. Según el autor del reportaje, la primera noticia del suceso aparecía en una carta del prior de San Jerónimo del Campo, de Sevilla, fray Juan de San José, dirigida a ese otro monje jerónimo del mismo monasterio solicitándole una explicación. La misiva iba acompañada de una ramita recubierta de la misteriosa “nieve” que había caído en Cumbres Mayores en la noche del 1 al 2 de noviembre de 1764. En palabras textuales del prior “Cayó en la villa de Cumbres Mayores una especie de nieve, que causó mucha novedad, porque no se deshizo, como regularmente sucede; sino que enjugándose, permaneció la tierra blanca, y lo mismo los árboles y piedras; quedándoles pegada una como especie de azúcar, que aplicada a la lengua se percibe dulce”.

Continúa Gabriel Sánchez el escrito afirmando:
Practicadas diversas averiguaciones se comprobó la extensión del fenómeno. El médico de Cumbres, don Joaquín José Gil, informó que había ocurrido a modo de una nevada general, “más abundante en la Dehesa que llaman de Abaxo, ...pero universal a toda suerte de territorio no sólo donde había plantas, y monte, sino también sobre los yelmos, y campos rasos”.

Sánchez de la Cuesta manifiesta también que:
Noticias posteriormente recogidas por el fraile daban cuenta de que sucedió lo mismo en Cerro de Andévalo, Calañas, Puebla de Guzmán, Alosno, Sanlúcar la Mayor y otros pueblos aún más hacia el litoral. “Persona de la más delicada formalidad y exquisita lección como fray Manuel de Fontanilla -dice el citado opúsculo-, hallándose el día de la nevada en su pueblo natal de Manzanilla, observó al amanecer una gran niebla y con ella blanqueaban todos los texados que alcanzaba su vista...; salió a un descubierto donde estaba una hazina de leña seca, y la vio toda blanca, y llena de la misma nieve; la tocó, y cogió; y habiéndola gustado de un dulce exquisito, repitió el cogerla y gustarla muchas veces...”.

Dos interrogantes se nos plantean al conocer esa información: la naturaleza del fenómeno y la verdadera magnitud territorial del evento. Sobre la primera de ellas poco podemos aclarar en la actualidad por el largo tiempo transcurrido. Pese a ello, Sánchez de la Cuesta apunta varias hipótesis al respecto, antes de expresar la explicación que el monje da al fenómeno. La primera hipótesis apunta a un origen vegetal (una especie de secreción generada por algún árbol o planta, depositada por la acción de los vientos). Esta posibilidad requeriría de grandes bosques productores, que no han sido detectados. Además, el efecto se repetiría en el tiempo -al menos de vez en cuando-, cosa que no ha vuelto a ocurrir.

La segunda explicación -que el articulista encuentra muy posible- es la de la recepción en la atmósfera de un material extraterreno. No existe ningún indicio que apunte en esa dirección. La tercera teoría apunta hacia la génesis del producto en la propia atmósfera, lo cual resulta indemostrable ya que, al no conocerse la composición química del producto, no se puede estudiar la viabilidad del posible proceso de génesis. Según Gabriel Sánchez, el escrito del jerónimo apunta la siguiente posibilidad de origen:
(se hizo) en la atmósfera, de diferentes partículas salinas, sulfúreas y minerales que elevó y coció el calor de los días precedentes, y otras que siempre vagan por ella. La Maestra naturaleza es quien, sin haber comunicado a nadie la receta, sabe templar allí las puntas de las sales con la crasitud de un azufre exaltado y dexarlas solamente capaces de punzar halagüeñamente el paladar, no haciendo mordeduras en la lengua con algún sabor acerbo o amargo, sino rascando blandamente el sentido con un picante dulce y suave.

Como hipótesis ahí queda, indemostrable como las otras, pero referida por alguien que tuvo en sus manos el supuesto maná.

La otra interrogante -la geográfica- también plantea dificultades a la hora de resolverla. Es lógico pensar que si el fenómeno afectó a Cumbres Mayores y sus alrededores, debió darse también en los pueblos próximos como Cumbres de Enmedio, Cumbres de San Bartolomé o Hinojales. Por otra parte, si cayó maná en El Cerro de Andévalo, Calañas, Puebla de Guzmán y Alosno, necesariamente debió hacerlo también en Villanueva de las Cruces, que se encuentra rodeada de las anteriores poblaciones. También, si se vieron afectadas Manzanilla y la sevillana Sanlúcar la Mayor, es lógico pensar que otro tanto debió ocurrir con otras localidades onubenses vecinas como Chucena, Villalba del Alcor, Escacena del Campo y Paterna del Campo. Cito sólo las poblaciones actualmente onubenses, pues tenemos que tener en cuenta que en 1764 no existía aún la provincia de Huelva y todas las localidades citadas en este trabajo dependieron de Sevilla hasta la división provincial del siglo XIX.

Desgraciadamente, no tenemos más datos sobre localidades afectadas, salvo las citadas expresamente. Desconocemos incluso a qué poblaciones se refiere al decir “otros pueblos aún más hacia el litoral”, por lo que resulta difícil aventurar nombres de poblaciones afectadas. Las tres grandes áreas que hemos visto antes conforman un triángulo de gran extensión. Si colocamos los vértices en las poblaciones de Cumbres Mayores, Sanlúcar la Mayor y Puebla de Guzmán nos encontramos que hay un gran número de localidades dentro de ese triángulo. Además de algunas de las citadas anteriormente, encontramos a La Nava, Cortegana, Aracena, Almonaster la Real, Alájar, Linares de la Sierra, Santa Ana la Real, Jabugo, Galaroza, Valdelarco, Cortelazor la Real, Los Marines, Fuenteheridos, Castaño del Robledo, Campofrío, La Granada de Riotinto, Nerva, Minas de Riotinto, El Campillo, Zalamea la Real, Valverde del Camino y El Berrocal. También incluye gran parte del actual término municipal de Niebla y partes de los actuales términos de Zufre, Hinojales, Aroche, Cabezas Rubias, Beas, Villarrasa, La Palma del Condado y Villalba del Alcor. Es muy posible que muchas de ellas -tal vez todas- se vieran afectadas por este enigmático fenómeno, aunque probablemente nunca lo sepamos.

Para concluir, quiero manifestar que este no ha sido el único fenómeno atmosférico extraño que haya ocurrido en Cumbres Mayores. El periodista y escritor cumbreño Rafael Moreno me informaba hace algún tiempo que por tradición oral había conocido la existencia en siglos pasados de un huracán que había provocado una gran deforestación en la zona. Añadía Moreno que la localidad ha sufrido en varias ocasiones lluvias de ranas, fenómeno que no es exclusivo de Cumbres, ya que Ignacio Darnaude Rojas-Marcos ha informado de una lluvia similar en Arroyomolinos de León, hacia el verano de 1952. Según Darnaude, tras una aparatosa tormenta, las calles de esa localidad serrana “aparecieron cubiertas de numerosas y diminutas ranas, cuyo dudoso origen -traído por los pelos- se atribuyó al arroyo del Abismo que cruza la población”.