jueves, 22 de julio de 2010

Toreo: magia y misterio en los ruedos

La tauromaquia tiene en la actualidad grandes defensores y grandes detractores. Lo que unos consideran un arte es visto por los otros como un despiadado rito de tortura animal. Sin decantarnos por una u otra postura, tenemos que reconocer que este fenómeno de lucha entre ser humano y animal tiene raíces milenarias y una simbología misteriosa que debe hacernos reflexionar sobre su realidad. Ese halo ancestral y mistérico es especialmente fuerte en la cuenca mediterránea, donde encontramos un gran número de referencias a enfrentamientos entre seres humanos y toros, simbolismo de la lucha interior que -según ciertas corrientes espirituales- cada persona debe sostener para vencer a una especie de bestia propia, que representa las tendencias más materiales de cada uno. El toro, además, es uno de los doce signos del zodíaco y muchos de los elementos de la actual tauromaquia -desde las banderillas hasta el traje de luces- tienen simbología astrológica, según el investigador Armando Carranza.

La presencia táurica comienza en la Biblia, en el libro de Job, con referencia a los astados como elementos de sacrificios. Continúa con la leyenda del minotauro de Creta y con los ejercicios religiosos acrobáticos que realizaban con toros las sacerdotisas de Cnosos. En Tesalia tenían lugar ciertos festejos conocidos como “taurocatapsis”, en los que hombres montados a caballo perseguían a los bovinos. Quizás, el ejemplo más elocuente sea el del mito del héroe Hércules, quien -obligado por el rey Euristeo- acometió diez trabajos, entre los que estaban el de capturar el toro del rey Minos y el de robar los bueyes de Gerión. Es muy posible que la isla de Erytrea, donde tuvo lugar este último, corresponda a tierras gaditanas u onubenses.

En otras partes del mundo también encontramos atávicos cultos táuricos, por ejemplo en Egipto y Asia Menor, donde se concebía al toro como generador de energías. Incluso existieron creencias solares vinculadas con toros, que parecen guardar cierta relación con los actuales toros de fuego españoles. Por otra parte, la religión indoaria de Mithras, difundida en su día por las legiones romanas, presentaba ciertos cultos al toro. En resumen, en muchas culturas antiguas el toro desempeñó un papel fundamental como símbolo del poder generador o fecundador de la divinidad y también fue alegoría de la destrucción y de la muerte. En nuestro país ha estado presente en la cultura prehistórica, según se desprende de ciertas pinturas rupestres, de algunos exvotos ibéricos y de los conocidísimos toros de Guisando.

El arte de lidiar reses bravas prosigue en la actualidad (en un mundillo, por cierto, cargado de supersticiones) en Francia, en Portugal y en España, de donde pasó a la América postcolombina, estando presente en México, Perú, Venezuela, Colombia, Ecuador... Aunque ese influjo ancestral se haya perdido, al menos en parte, aún podemos mirar el toreo como un ritual mágico cargado de simbolismos. Por eso vamos a detenernos en las manifestaciones tauromáquicas que perduran en nuestra provincia. Y descubriremos datos que, seguro, van a sorprender al lector. Prestaremos especial atención a las corridas de toros, que son los principales eventos taurinos actuales y que tienen una gran tradición histórica, como se evidencia en multitud de estudios. Valga como ejemplo el informe de don Pedro de Olavide, en 1.768, elevado al Consejo de Castilla sobre la realidad tauromáquica del reino de Sevilla, en el que se citan festejos de toros de muerte en las localidades actualmente onubenses de Almonaster la Real, Almonte, Aracena, Chucena, Cortegana, Cumbres Mayores, Trigueros y Zufre.

Antes de entrar en materia, recordaremos que en el entramado del toreo contemporáneo confluyen tres elementos principales que hacen posible el ritual mágico festivo de las corridas. Hablamos de los toreros, de las reses bravas y de los espacios taurinos. Comenzaremos por la parte humana del armazón. Sería una tarea imposible nombrar aquí a todos los matadores, rejoneadores, novilleros, banderilleros y picadores que ha dado para la historia nuestra provincia, pero no podemos dejar de citar algunos ejemplos ilustrativos -contemporáneos o recientes- del gran potencial de nuestra tierra en ese aspecto, tanto de personajes naturales como de adopción. En algunos casos, hemos contado con auténticas sagas familiares, como las de los “Litri” o los Chamaco, en la propia Huelva, que han alcanzado gran fama en algunos casos. También a la capital debemos otras celebridades como los matadores Emilio Silvera y Curro Méndez, a los que podría añadirse una larga lista de espadas.

Aunque no sólo la metrópoli onubense ha sido cuna de toreros, localidades como Valverde del Camino han aportado un gran número de novilleros y matadores. De los valverdeños que más han destacado podemos citar a Sergio González “Santacruz”, Manuel Naranjo “Naranjito”, Raúl Corralejo e Isaías González. También otras poblaciones como Trigueros, Los Marines, La Nava o Niebla nos han ofrecido diestros como Pablo Gómez Terrón; Urbano Corbacho; Antonio Luis Carvajal López, “el Príncipe”; y José Doblado Beltrán, respectivamente. Algunos matadores han llegado a incluir en su nombre artístico el gentilicio de su localidad, como Juan José Orta “el Leperito”, obviamente natural de Lepe.

Entre los matadores adoptivos de nuestra provincia podemos citar a Juan Posada, definido por la periodista Inma León como “un torero de Madrid, nacido en Sevilla pero choquero hasta la médula”. O José Luis Parada, afincado desde hace muchos años en Higuera de la Sierra. También hay que citar aquí por su singularidad el caso del diestro nipón Taira Nono. El japonés llegó a España con el sueño de ser el primer torero natural de ese país oriental. Recaló en Lucena del Puerto y de allí pasó a Almonaster la Real, donde empezó a prepararse para aprender el oficio. A base de un duro esfuerzo pudo participar en unas primeras novilladas y, poco a poco, ha ido orientando su carrera.

Como mención histórica, quiero añadir que en el siglo XVIII vivió el picador y rejoneador Josef Daza, natural de Manzanilla. Daza fue coetáneo de otros varilargueros como Alonso Cabildo y Juan Hijón, paisanos suyos; Simón de Legorburu, de Almonte; y Pedro Esteban, de Escacena del Campo. A él debemos una obra de referencia para conocer el toreo de la época: “Precisos manejos y progresos del arte del toreo”. El historiador Juan Francisco Canterla afirma que en aquellos momentos se estaba viviendo una especie de revolución en el toreo, pasando de los tradicionales juegos de toros a corridas más “profesionales”. Se estaba dando la aparición en la zona llana de nuestra actual provincia de unos personajes clave para el nuevo concepto taurino, los sorteadores, predecesores de los toreros a pie. Paralelamente, se producía un gran desarrollo del toreo a caballo, siendo en Cala, en agosto de 1.710, donde se usó por primera vez la vara, según testifica Canterla, atendiendo a documentación de la época. Sobre juegos de toros, algunas de las referencias documentales más antiguas son las que evidencian esta práctica en los alrededores de las ermitas de la Virgen de Flores y de la Virgen de Rocamador, en la población de Encinasola, allá por 1.593.

En lo tocante a reses bravas, la provincia de Huelva cuenta con vastos territorios propicios para la cría y mantenimiento de este tipo de ganado. Por tanto, no puede extrañarnos que sean muy numerosas las ganaderías que se ubican a lo ancho y largo de nuestra geografía. Tampoco podemos ser exhaustivos al nombrarlas, pero no podemos pasar por alto algunos datos destacables. Creo que da una idea de la importancia de las ganaderías onubenses el hecho de que la Junta de Andalucía concediera en 2.010 la Medalla de Oro de nuestra Comunidad Autónoma a la ganadería de Hijos de Celestino Cuadri, cuyas reses pastan en las fincas Comeuñas y Cabecilla Pelada, en tierras de Trigueros.

Hay localidades en las que se reúnen varias ganaderías, como Gibraleón, donde pastan las reses de Diego Garrido, las de Los Millares -que también están presentes en Trigueros- y las de Hermanos Santacruz, compartidas a su vez con Valverde del Camino. De la misma manera, otras ganaderías reparten sus reses entre varios municipios. Además de las citadas, pondremos como ejemplos las de Carmen Borrero -en Hinojos y Cabezas Rubias- y José Luis Pereda -en Rosal de la Frontera y La Nava-. Para completar la imagen de expansión geográfica de las ganaderías en nuestra provincia, recordaremos ahora otras ganaderías y su localidad de implantación, como José Ortega, en Santa Olalla del Cala; Tomás Prieto de la Cal, en San Juan del Puerto; Concha y Sierra, en San Bartolomé de la Torre; Villamarta, en Puebla de Guzmán; Hermanos Rubio Martínez, en La Palma del Condado; y la emblemática de Miguel Báez Litri, en Escacena del Campo.

Históricamente, la presencia de ganaderías bravas en la provincia de Huelva ha sido importante desde 1.890. Según el estudioso Juan Francisco Canterla, el informe de don Pedro de Olavide, en 1.768, sólo recoge dos datos de toros para lidia, en Hinojos y Rociana del Condado, mientras que contabilizaba ciento cuatro vacadas no bravas, repartidas en localidades como Valverde del Camino, El Berrocal, Zalamea la Real, Santa Bárbara de Casas, Paymogo, El Granado, San Silvestre de Guzmán, Chucena y Villanueva de los Castillejos, entre otras muchas. Afirma ese autor que a finales del siglo XIX y comienzos del XX había ya importantes toradas como la de Garrido Santamaría, en Gibraleón, y la de Valladares-Calonge, en la Sierra. Cita Canterla otras ganaderías menores de la época en Bonares, Cartaya, Galaroza, Moguer y otras localidades más.

Hablando de ganaderías bravas, podríamos hacer un estudio del simbolismo que encierran los hierros de las vacadas españolas en general y onubenses en particular y nos llevaríamos grandes sorpresas. Signos alquímicos, astrológicos y de otra índole se ven reflejados en las grafías que conforman los diseños de las marcas que se graban a fuego en los lomos de los animales, como seña de identidad grupal. Por poner algunos ejemplos, diremos que en Aracena pastan las reses de Manolo González, cuyo hierro es similar al símbolo del planeta Júpiter (algo parecido a ђ); en las dehesas de Puerto Moral y de Zufre pacen los toros de Hernández Pla, que lucen una marca muy parecida al emblema del signo astrológico de Géminis (II); y en la ganadería Arucci, de Aroche, su hierro guarda cierto parecido, aunque al revés, con el símbolo femenino y distintivo del planeta Venus (♀, pero con la cruz hacia arriba).

La mayor parte de las ganaderías cuenta entre sus instalaciones con un tentadero para probar ciertas reses. Algunos de esos espacios son de gran belleza y guardan un cierto encanto, como los de Las Gordillas y Los Lozano, en Aracena; los de La Ortigosa y Los Llanos, en Cumbres Mayores; el de Vera Antúnez, en Cala; el de La Huerta del Llano, en Zufre, cerca de la aldea aracenesa de La Umbría; el de Los Pajeros, en Cabezas Rubias; el del Chaparral, en Manzanilla; el de San Salvador, en Puerto Moral; el de Los Llanos, en Santa Olalla del Cala; el de La Morita, en Zalamea la Real; el del Álamo, en Aroche; el de Monteblanco, en Gil Márquez... Pero donde toros y toreros viven sus encuentros más espectaculares -por la fuerza que el público da al espectáculo- es en las plazas de toros. Los cosos parecen encerrar el simbolismo del mito del laberinto. Si los observáramos desde la vertical, descubriríamos que suelen ser agrupaciones de círculos concéntricos: palcos, graderío, callejón, etc. Para los seguidores de corrientes astrológicas, el ruedo simboliza la rueda zodiacal.

A lo largo de la Edad Media y Edad Moderna los festejos taurinos se celebraron -salvo excepciones- en las plazas mayores de las poblaciones o en descampados próximos a las ermitas, generalmente cerrándose esos espacios con maderos y empalizadas. A partir del siglo XVIII es cuando se empiezan a construir nuevos espacios de piedra o ladrillo destinados únicamente a la lidia de los toros. Entre las excepciones más importantes está la plaza de la ermita de San Mamés, en el actual término municipal de Rosal de la Frontera, que fue la primera del mundo en construirse para uso exclusivo taurino, o -al menos- es de la que se tiene constancia como tal hasta el momento. En la actualidad, la ermita está derruida y de la plaza de toros apenas quedan algunas hileras de piedras semiocultas por las jaras y acorraladas por un ejército de eucaliptos, que a punto estuvieron de soterrarlas para siempre con sus aterrazamientos. Se comenzó a construir en agosto de 1.599 y debió ser un recinto circular con barreras de madera y una corraleta anexa usada de toril.

Existen en nuestra tierra otras plazas muy antiguas, de las que algunas sólo son agrupamientos de rocas que apenas señalan unos muros que antaño fueron firmes. Es el caso de la plaza del cerro San Cristóbal, en Almonaster la Real, de la que sólo es visible un círculo de piedras sobre el que crece una inmensidad de vegetación. Aún en pie están las plazas de San Bartolomé de Orullos, en Alájar, y Santa Eulalia, en Almonaster la Real, en las que se suelta alguna vaquilla en las respectivas romerías. De similares características es la plaza de toros ubicada cerca de Montes de San Benito, junto al santuario de ese santo, en El Cerro de Andévalo. Hay otras plazas que son antiguas y tienen la particularidad de haber sido establecidas en espacios pertenecientes a castillos y fortalezas, consiguiendo un espectacular resultado estético. Ocurre en Aroche, en Almonaster la Real, en Cumbres Mayores y en Cumbres de San Bartolomé, donde encontramos un curioso coso con forma rectangular.

Entre las plazas históricas destaca la de Campofrío, que es la más antigua del mundo de cuantas siguen en funcionamiento. Por esa condición, esta villa ha sido una de las fundadoras de la Unión de Plazas de Toros Históricas de España. Erigido en 1.716, este coso está demarcado por un grueso muro circular de mampostería encalada, con tres gradas y un palco-balconcillo para la presidencia. Tiene un corralillo anexo con los chiqueros. La plaza, que fue construida por suscripción popular, se encuentra incluida en el Catálogo General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. En el siglo XIX fueron apareciendo otras plazas como la de Valverde del Camino, ya citada en 1.827; la de Cortegana, inaugurada probablemente en 1.854; la de Ayamonte, levantada en 1.855; la de Aracena, estrenada en 1.864; la de Zalamea la Real, que data de 1.879; la de Fuenteheridos, inaugurada en 1884; la de Nerva, levantada en 1.888; la de Moguer, abierta en 1.886; la de Bollullos Par del Condado, estrenada en 1.899; y la de La Palma del Condado, inaugurada en el año 1.900.

Otra plaza que resulta de gran interés es la de Linares de la Sierra, en la que se celebra alguna vaquilla y un festejo anual en la celebración de San Juan Bautista. La plaza tiene la peculiaridad de que es en parte plaza de toros (con algunos tendidos y burladeros) y en parte plaza convencional, en la que hay bares y aparcan los coches. Cuando llegan los festejos se cierra la parte sur y queda exclusivamente como plaza de toros. Claro que si hablamos de plazas de toros, no podemos pasar por alto la de La Merced, en la propia Huelva, heredera de otros cosos anteriores. Además de ser la plaza de la capital de la provincia, es la que alberga el mayor número de festejos taurinos, especialmente durante las Colombinas. Recordaremos ahora otras plazas, todas ellas importantes por su historia, por su capacidad o por otros motivos.

En la Sierra destacan -además de las plazas citadas- los cosos de Santa Olalla (localidad que, además, posee un modesto museo taurino), Zufre, Arroyomolinos de León e Higuera de la Sierra, donde se celebra anualmente un interesante festejo benéfico. También en la Sierra encontramos el caso de Santa Ana la Real, en cuya modesta plaza se celebra un evento muy peculiar, el Toro del Voto. En el Andévalo hay un reducido número de cosos taurinos, aunque todos ellos destacan por su importancia histórica y por la calidad de los festejos que ofrecen. Se me vienen rápidamente a la memoria los de Nerva, Zalamea la Real y Valverde del Camino, que ya hemos citado. Cerrando el periplo geográfico, repasaremos las plazas de toros del Condado y el litoral. En esta zona son destacables, además del coso capitalino, los ruedos de Niebla, Paterna del Campo, Palos de la Frontera y Ayamonte.

Ocasionalmente, para la celebración de eventos taurinos se recurre a plazas de toros portátiles, como en Rociana del Condado y Lucena del Puerto, donde se usan habitualmente, o en Puebla de Guzmán, que recurre a ellas para festejos y vaquillas. En Gibraleón también se monta uno de esos ruedos ambulantes para acoger los eventos de rejoneo organizados con motivo de la Feria de San Lucas. Ocasionalmente, también son usadas en Lepe y en Manzanilla. Me consta que esto también ha ocurrido alguna vez en Los Romeros, aldea de Jabugo. En tales ocasiones, el municipio ha contado con tres plazas, ya que tanto Jabugo como la otra pedanía, El Repilado, poseen plaza estable.

Otras plazas, en cambio, han perdido su utilidad y duermen el sueño de los calendarios. La de Minas de Riotinto, construida en 1.882, fue derribada unos años más tarde. Su recuerdo -salvo una vieja foto- desapareció con el resto de lo que fue el antiguo pueblo minero. En el caso de Calañas, la gloriosa plaza construida en 1.894 cerró sus puertas en 1.912 y sólo quedan de ella algunos restos apenas reconocibles. La plaza de Galaroza, más reciente, fue derruida en parte, quedando en pie sólo una zona de su graderío. La de Fuenteheridos permanece en pie, aunque cada vez más abandonada, lo mismo que el modestísimo ruedo de Corteconcepción. Cerca del puente de Aradilla, en Villarrasa, existe una vieja plaza que debió usarse en antiguos festejos ligados a las romerías locales. En Castaño del Robledo existe una plaza, con el graderío adaptado a la topografía y una estampa hermosísima, en la que los alcornoques juegan un papel especial. Después de muchos años de abandono, la plaza ha sido recientemente adquirida por el Ayuntamiento, que pretende restaurarla. En el caso de La Nava, de la plaza de toros de piedra cercana a la ermita de la Virgen de las Virtudes sólo quedan referencias documentales del siglo XVIII, pero ni una sola roca que la delate sobre el terreno.

Opina el antropólogo Pedro Antón Cantero que las corridas son el máximo exponente del ritual mágico festivo del toreo, siendo un intento de sublimación artística del trance y la escenificación teatral del rito de la muerte. Pese a ello, no podemos dejar de reconocer que hay otras manifestaciones táuricas más de base en las que, claramente, también se da el comentado enfrentamiento entre ser humano y bestia, así como un cierto juego de la muerte. Es el caso de las capeas, de las vaquillas, de los toros de cuerda y de los toros embolados.

Entre los ejemplos más destacados de capeas y vaquillas tenemos los casos de Trigueros, en los últimos días de agosto y primeros de septiembre, y San Juan del Puerto, en las fiestas de San Juan Bautista. Otra de las capeas interesantes es la que tiene lugar en Cumbres Mayores, con motivo de las fiestas del Corpus Cristi. Sus vecinas Hinojales, Cumbres de Enmedio y Cumbres de San Bartolomé también cuentan con celebraciones en las que se sueltan vaquillas para la lidia popular. Algo parecido ocurre en La Corte de Santa Ana la Real, donde se construye una empalizada para soltar una vaquilla durante sus fiestas patronales en agosto. Arroyomolinos de León, Niebla y Beas igualmente ofrecen vaquillas en algunas de sus festividades. En algunas localidades, las vaquillas han tenido carácter ocasional, como en Cortelazor la Real o Cañaveral de León. Recuerdo que en Puerto Moral, de donde soy natural, se capeó alguna becerra hace ya muchos años, siendo yo aún adolescente.

Cierran el abanico de manifestaciones taurinas los toros ensogados (muy frecuentes en el pasado), embolados y similares. Por Canterla sabemos que en Cumbres Mayores tenía lugar en 1.756 una celebración en la que el protagonista era un toro embolado. En la actualidad tenemos en Villalba del Alcor un festejo con dos toros encordados, que tiene lugar con motivo de las fiestas del Carmen, a finales de agosto y comienzos de septiembre. Un caso muy especial era el “toro de San Marcos”, documentado por Canterla en Alosno en el siglo XVIII, aunque también podría haber existido en Villanueva de las Cruces o Alájar, que contaban con cultos a dicho santo. En 1.772, el Consejo Supremo de Castilla prohibió expresamente tal celebración porque contenía elementos paganos, pues el toro era tratado como una encarnación del evangelista, llegando a ser procesionado como tal.

Hasta aquí llega el repaso sobre la realidad del mundo taurino en nuestra provincia. Hay aspectos que no hemos abordado, como la crítica especializada, las industrias colaterales al mundo del toro, las peñas, las tertulias y otros que he considerado que nada aportaban a la idea central del presente trabajo, la del origen mágico y ritual de los festejos táuricos. En cualquier caso, es innegable que en nuestra provincia permanece ampliamente extendido el mito ancestral del enfrentamiento entre seres humanos y astados.

Visitantes de dormitorio en Huelva

De la mano y la pluma de mi buen amigo Moisés Garrido conocí un tema muy interesante, con casuística destacable en nuestra provincia. Es sin duda uno de los fenómenos ufológicos más controvertido y más polémico, aunque algunos investigadores prefieren encuadrarlo en el entramado místico, más que en el campo de la ufología. Me estoy refiriendo a los llamados visitantes de dormitorio, un fenómeno que parece guardar mucha relación con los íncubos y súcubos medievales, con las apariciones de espíritus en los siglos XIX y XX y con otros relatos de manifestaciones en las alcobas. En opinión de Garrido, las influencias pro-alienígenas de ciertas obras literarias norteamericanas han derivado esta casuística hacia el entramado ufológico en el que se ubica actualmente, aunque esa interpretación se debe también en parte a una serie de avistamientos ovni asociados a ciertos casos.

En breves palabras, los sucesos de visitantes de dormitorio o de apariciones de alcoba consisten en la presencia de entidades de aspecto antropomorfo, semitransparentes en algunos casos, y rodeadas de una intensa luminosidad. A veces, tales aparecidos traen intenciones manipulatorias. En general, esas presencias suelen acontecer cuando el observador está en su cama, casi a punto de dormirse o pocos instantes después de despertar. Excluyendo los casos patológicos, la gran incógnita que plantean estos hechos es si existe realmente una entidad externa al individuo o la explicación se halla realmente en su mente. No podemos olvidar que los momentos crepusculares son proclives a la apreciación como reales de algunas visiones oníricas (las llamadas alucinaciones hipnagógicas e hipnopómbicas) y que los momentos de relajación como estos son adecuados para que se produzcan estados alterados de conciencia, en los que podrían originarse percepciones extrasensoriales.

En cuanto a casuística onubense, Moisés Garrido ha recogido varias historias protagonizadas por vecinos de Huelva capital, de las que abordaremos algunas a continuación. En ellas se descarta el origen patológico, pero quedan abiertas otras puertas a su explicación racional, como detallaremos al final.

Comenzaremos por la historia de Julia G., que es una ama de casa aparentemente normal, nacida en 1.961. En 1.969, cuando contaba con ocho años de edad, tuvo su primera experiencia, escuchando voces cuando se levantaba de la cama. Era una voz de mujer que la llamaba por su nombre, pero ella se tapaba la cabeza hasta que se dormía. Una de aquellas noches llegó a ver una figura blanca, algo como una nube que iba convirtiéndose en persona: una mujer morena, con túnica, sonriente y silenciosa. Cuando Julia se tapó la cabeza oyó los pasos de la figura acercándose a la cama. Tras apreciar un ligero roce, notó que la aparición desaparecía. Allí comenzó una historia de fenómenos protagonizados por Julia, entre los que podemos citar psicografías, viajes astrales, premoniciones, contactos telepáticos, avistamientos de ovnis y un largo etcétera.

Su marido ha compartido alguna vez sus experiencias, como una vivida en 1.987, en la que el hombre oyó ruidos y pensó que eran ladrones. Al incorporarse vio una especie de ojo enorme que se precipitaba sobre él. Entonces alertó a su mujer y Julia vio en la habitación un nutrido grupo de seres blancos, luminosos, idénticos entre ellos y sin brazos ni rasgos faciales. Una mujer cantaba y los demás hacían música con sus voces. Ella se asustó y comenzó a rezar y los seres desaparecieron de inmediato a través de la pared. También su hija ha protagonizado algunos hechos significativos. En 1.988, contado la misma edad que Julia cuando vivió su primera experiencia, vio ante su cama a un ser alto, moreno, con una túnica blanca y un crucifijo; poco tiempo después observó a otro ser, esta vez rubio, con pelo largo y ojos rasgados.

A raíz de su experiencia, Julia G. ha enfocado su vida desde una perspectiva más trascendente y espiritual. Durante una de las entrevistas que tuvieron le comunicó a Garrido que el fenómeno la había ayudado a comprender que existen otras dimensiones, quién es realmente Dios, que la muerte no existe tal y como la entendemos...

La historia de Hermelinda Humanes, nacida en 1.954, comenzó cuando contaba con diez años. Afirma que por aquel entonces se murió un tío suyo y se le apareció poco después. Eso marcó el punto de inicio de una serie de fenómenos de ruidos, golpes y sombras, siempre mientras estaba acostada, llegando incluso a flotar en el aire y percibir caras en cuanto cerraba los ojos. La protagonista sufre en ocasiones visiones de tipo apocalíptico y recibe por medios psicográficos poemas -según ella- revelados por entidades espirituales elevadas. Humanes cree que la estaban sometiendo a un duro entrenamiento con el fin de que pueda ejercer la curación.

Hermelinda afirma ante Garrido que sus visitantes (a los que no duda en definir como extraterrestres) la llevaron al interior de un ovni, a finales de 1.989, tras haber tenido una visón en la que percibía dos soles, uno de los cuales era en realidad -según ella- una nave. Esa supuesta estancia en el ovni fue descrita de forma muy similar a las narraciones que ofrecen algunos protagonistas de abducciones, aunque Humanes afirma que tras la experiencia se sintió regenerada, como nueva. Al parecer, en los días siguientes se notó una marca en la nuca, como dos granitos que se encogían y sonaban.

Moisés Garrido conoció a Margarita Lopetegui, nacida en 1.932, por ser esta una profesional del sector librero. En cierta ocasión, la mujer anunció al investigador que había protagonizado una larga serie de vivencias de contactos, avistamientos y experiencias extracorpóreas. Todo comenzó -según narró a Garrido, cuando una noche se despertó y vio a su padre, que murió siendo ella muy niña, a los pies de la cama. Incluso si cerraba los ojos seguía viéndolo. La habitación se iluminaba por la luz que emitían los ojos del padre. Ella temblaba, aunque no sentía miedo. El aparecido se comunicaba con ella en un perfecto castellano y la ayudó a comprender los mensajes que transmiten las imágenes de los sueños.

Cuando Margarita contaba una edad de cuarenta y cinco años, allá por 1.978, comenzó a contactar telepáticamente con un ser extraterrestre llamado Luz del Alba, quien le aportaba información sobre Adán y Eva, la rebelión de Lucifer, etc. Habla también esta mujer de que en sueños ha viajado hasta una nave extraterrena, en la que un ser vestido de blanco, al que no veía la cara, le daba instrucciones. A diferencia de otros casos, a Margarita su experiencia le ha acarreado serios problemas personales, especialmente de tipo conyugal.

Vicente falleció al poco tiempo de que Moisés investigara su caso. Hasta ese momento, sólo había narrado esas experiencias a sus familiares, por lo que al principio le costó sincerarse con mi compañero. Decía percibir un par de extraños pitidos en la nuca que lo avisaban de la llegada de los seres que lo visitaban en su dormitorio. A continuación comenzaba una serie de sacudidas frenéticas que lo alteraban considerablemente. Él creía que los supuestos seres experimentaban con su cuerpo, entre otras razones porque a veces oía voces que le ordenaban qué hacer, dónde o cómo situarse... También creía que los seres convivían en su domicilio. En su entorno familiar, un sobrino suyo también ha protagonizado avistamientos y presencias de sombras durante la noche.
Estos son los testimonios estudiados por Moisés Garrido. En todos ellos -a juicio del investigador- subyace un estado anímico caracterizado por la presencia de ciertas carencias, como crisis afectivas, soledad interior, sentimiento de incomprensión, falta de autoestima, etc. y de tendencia a trascendentalizar sus encuentros. En algunos casos, como el de Julia y el de Hermelinda, Garrido ha detectado un cierto desarrollo de la capacidad de percepción extrasensorial, a la vez que en ciertas ocasiones se ha topado con descripciones de seres que encajan plenamente en figuras simbólicas y arquetipos. Tanta complejidad en el fenómeno nos impide de momento establecer una explicación tajante y definitiva para estas extrañas visitas.