miércoles, 30 de marzo de 2011

Satanismo: culto al lado oscuro

Desde muy antiguo, el Bien y el Mal han sido considerados elementos inseparables, las dos caras de una misma moneda. Las religiones han contribuido a ello mostrando frente al dios titular un anti-dios malvado, afanado en arrebatarle las almas de los adeptos. Se trata de un mito negativo imprescindible para establecer el equilibrio necesario entre lo positivo y lo negativo, entre la luz y la oscuridad. En nuestra cultura existe una innegable influencia judeo-cristiana que nos ha legado, entre otros mitos, la figura de Satanás, el ángel caído en desgracia por revelarse contra el poder de Dios, que lo habría creado como la más perfecta de sus criaturas. El mismo ser que adoptaba la forma de serpiente para hacerle la jugarreta a los incautos Adán y Eva, primigenios habitantes del paraíso terrenal. A lo largo de la historia, aquellos que han tenido que desmarcarse de las líneas generales de las corrientes religiosas establecidas han buscado en muchos casos una vía de culto a ese otro lado de la realidad divina. Así nació el satanismo, en parte como una búsqueda de refugio en el Mal cuando el Bien volvía la espalda a cierta gente. Hay quien dice que una de las labores más destacadas (aunque involuntaria) de la Inquisición fue convertir en adoradores del diablo a los perseguidos y sus allegados. También existe otro culto, llamado luciferino, que invierte los papeles tradicionales; el Mal lo encarnaría Dios y el Bien estaría en Lucifer, el portador de la luz de la sabiduría, quien la entregó a la especie humana. En ambos sentidos han sido numerosos los colectivos que han rendido culto al lado oscuro. La provincia de Huelva no ha sido ajena a tales corrientes. Tenemos varios ejemplos de prácticas rituales y de otro tipo que lo demuestran, pero antes de hacer un repaso a tales ejemplos me gustaría recordar ciertos incidentes ocurridos hace bastante tiempo en Valdelarco. No tengo evidencias de que se tratara de un caso de satanismo, pero existen ciertos indicios que apuntan en esa dirección. Por desgracia, el tiempo transcurrido impide la correcta investigación. Los hechos que conocemos por la versión más completa que he obtenido son los siguientes. Corría el año 1.974. Llegaron desde Huelva varios turistas con el propósito aparente de disfrutar durante unos días de la belleza de esta localidad, para lo que habían alquilado una vivienda. Uno de ellos asistió a misa y después se ocultó en el interior del templo. Su maniobra de ocultación fue observada por una anciana, quien -tras el cierre de la iglesia- avisó a sus convecinos. Una nutrida e indignada cuadrilla de ellos acudió a sacar al individuo del templo. El hombre huyó en dirección al cementerio, del que salió el resto del grupo. Escaparon del linchamiento campo a través y la situación tuvo que ser solucionada por los efectivos de la Guardia Civil del cuartelillo que existía entonces en la vecina localidad de Galaroza. Uno de los efectivos de la Benemérita que vivió el caso en primera persona me confirmó en su día que los protagonistas fueron enjuiciados en Huelva, con condenas de escasa relevancia. Todos menos uno, que fue enjuiciado por la vía militar porque los hechos ocurrieron durante un permiso en su servicio militar ¡en pleno régimen franquista! Nadie en Valdelarco se ha planteado que pueda tratarse de un caso de satanismo, pero mi primera impresión al conocer los hechos fue esa. Pensaba yo que el ocultado en el templo tenía como misión abrir las puertas del templo para facilitar el acceso del resto para celebrar allí una misa negra. Tras consultar a amigos expertos en satanismo, estos me indicaron que la dinámica de los grupos satánicos hace más presumible que la intención del encerrado en la iglesia fuera la de robar las hostias para luego celebrar esa misa negra en el cementerio (donde de hecho lo esperaban los compañeros, hombres y mujeres) usando como altar alguna lápida y adornando el escenario invirtiendo algunas de las cruces que pudieran hallar en el recinto. Pero la situación se precipitó y fue imposible realizar el ritual. Quince años después, 1.989, el cementerio onubense de La Soledad amanecía el domingo 18 de diciembre con unas profanaciones que sembraron cierta alarma en Huelva. Cincuenta y siete cruces habían sido arrancadas de las tumbas y clavadas de forma invertida en la tierra. Además, entre otros desperfectos, una imagen de la Virgen del Rocío había sido desprovista de su corona, que fue colocada a sus pies. Veintiocho días más tarde se produjo una nueva profanación en ese camposanto, cuando varias personas accedieron a él por la zona del osario e invirtieron nueve cruces. Un ciclo lunar había separado los hechos cometidos en sendas noches de luna llena y de sábados (como en un Gran Sabbath). El ambiente de temor se vio reforzado por una campaña poco afortunada de Antena 3, que anunciaba su inicio de emisiones con anuncios en los periódicos que sólo contenían el texto “Aviso a la población. El día 25 se recomienda que permanezcan en sus casas. Se podrán ver monstruos, apariciones, fenómenos”... Eso dio paso al rumor extendido de que se preparaba un secuestro de niños para un sacrificio. Algo tan falso como las pintadas que se decía que lo anunciaban en el muro del cementerio o como las pintadas realizadas con sangre en un colegio de la capital, también inexistentes. Se decía que los autores eran “súbditos extranjeros de alto standing” que residían en Sevilla, trabajando en los preparativos de la EXPO 92. Falsedades y desinformación, como la que llevó a la ex parlamentaria popular, Pilar Salarrullana, a otorgar la autoría de los hechos a las miembros de la secta satánica Las Hermanas del Halo de Belcebú. Toda una osadía, desde mi punto de vista. Por su parte, Antonio José Alés afirmó que existían claves numéricas en ambos sucesos, sus fechas y otros elementos, que informaban sobre un terremoto que se produjo el 20 de diciembre de 1.989, con epicentro en Isla Cristina, que provocó numerosos daños en esa localidad y en Ayamonte. Aunque sin daños destacables, el seísmo sembró la alarma en poblaciones como Punta Umbría, Huelva, Lepe o Cartaya. Personalmente, encuentro demasiado rebuscada esa hipótesis. Otros cementerios también han sufrido profanaciones, como el cementerio inglés de la localidad de Minas de Riotinto, lamentable gamberrada que conllevó el deterioro de algunas lápidas en ese bello recinto. Ninguna evidencia de ritual satánico ni nada parecido. En el mismo municipio, el cementerio de la aldea La Naya, próxima a Nerva, sufrió un salvaje ataque, con destrozo de numerosos nichos, llegando a desperdigar por el recinto un gran número de restos óseos humanos. Aunque no se hallaron evidencias de que se hubieran realizado rituales, no se puede descartar una intencionalidad satánica en los hechos. La duda también nos asalta en el caso de la maleta llena de huesos humanos y la cruz de mármol encontradas en la vivienda de Isla Chica, en Huelva, cuando los bomberos acudieron a sofocar el incendio que había provocado el propio dueño. Las autoridades apuntaron la posibilidad de que los huesos provinieran de un centro de estudios médicos. En algún caso, se han producido en los cementerios rituales de otro tipo, ajenos a la temática satánica, pero que han levantado una gran polvareda. En el propio cementerio de Huelva se han encontrado restos que apuntan a ceremonias de vudú. En Aljaraque se vivió un caso que tuvo gran repercusión mediática. El sepulturero de la localidad, Juan Luis Pacheco, halló en una ventana del cementerio un corazón de animal, el 14 de abril de 1.999. El órgano estaba clavado por nueve alfileres negros e iba envuelto en un paño rojo con nueve nudos. En una hendidura realizada en el centro se escondía un papel de estraza en el que había anotados nueve nombres. Al parecer, cierto tiempo antes apareció en las inmediaciones del cementerio una gallina con la cabeza cortada y otros elementos pertenecientes a un ritual de vudú o de magia. No podemos incluir entre los fenómenos de índole satánica los variados casos de vandalismo, ni siquiera aquellos que encierran un marcado mensaje político anticlerical, puesto que no tienen nada que ver con el movimiento satanista en ninguna de sus facetas. Tenemos como ejemplo las numerosas pintadas que aparecieron en Aracena en la primavera de 1.994 con mensajes simples: “Satán”, “666”, etc. Estaban firmadas con un pseudónimo y eran más de medio centenar, distribuidas por todo el casco urbano. Localicé a algunos jóvenes cercanos al autor de las mismas -cuyo nombre me ocultaron-. Estos chicos me negaron cualquier inclinación satánica en él, por lo que archivé el caso como simple gamberrada. Tampoco parecen tener nada de satánicas las pintadas amenazantes que se encontraron a finales del año 2.000 en la pared de la Parroquia Mayor de San Pedro, en la capital onubense, acompañadas del emborronamiento de un azulejo con la imagen de la Virgen de la Cinta. “Hoy pintamos, mañana kemamos” no deja de ser una consigna pseudo-anarquista que en nada evidencia culto satánico. Cierto tiempo después, la iglesia de la Concepción, también de Huelva, sufrió otras pintadas con cruz invertida y el texto “Satán te cuida”. Mantenemos el beneficio de la duda para aquellas pintadas que sí conllevan intencionalidad satanista. En ellas los mensajes son claramente satánicos, como la estrella invertida de cinco puntas, la cruz invertida, el número 666 o la palabra Satán, entre otras. Se me vienen a la mente varios ejemplos de estos casos. El primero de los que tuve conocimiento fue el caso de las pintadas en el Embalse del Corumbel, en el término municipal de La Palma del Condado. Alertado por mi gran amigo Alejandro Rubio, compañero de fatigas en muchas investigaciones, acudí a esta localidad en 1.990 y en su compañía visité el paraje. Efectivamente, en la superficie de un muro de hormigón lucían un par de graffitis realizados con pintura negra. Lógicamente, es difícil dilucidar si el hecho entra dentro del mundillo satánico o en el de la gamberrada. En principio, le concedemos el beneficio de la duda y lo adjudicamos al primero. Después he hallado nuevas pintadas de índole satánico en Aracena (estas sí parecían más serias) y en Huelva capital, en pleno Parque Alonso Sánchez. Dejando atrás las pintadas, de psicosis satánica podemos definir los hechos que acaecieron en Rociana del Condado el día 6 de junio de 1.996. Lorenzo Serrano, de 21 años y devoto asiduo de los oficios religiosos, influenciado por los guarismos de la fecha (6-6-6), se creyó el Anticristo y se dirigió a la iglesia, donde rompió el cristal de la urna que protegía a la Virgen del Socorro, que sufrió algunos desperfectos. El joven arrancó de la imagen la talla del Niño Jesús y lo destrozó a golpes con la culata de una escopeta. Más tarde fue detenido y trasladado a la Unidad Psiquiátrica del Hospital Juan Ramón Jiménez, de Huelva. Dejo para el final otro caso que ronda el delirio pseudosatanista, aunque quiero abordarlo con todas las reservas porque está relacionado con un terrible asesinato, el de la niña Ana María Jerez Cano. Prefiero no entrar en excesivos detalles, sólo recordaremos que en febrero de 1.991 fue asesinada la niña, cuyo cuerpo apareció en abril de ese año. A los dos días fue detenido José Franco De la Cruz “El Boca”, como acusado del asesinato. En enero de 1.993 se celebró el juicio, que se resolvió con la condena de 44 años al Boca por tal asesinato, cifra que fue rebajada a treinta años por el Supremo. Y cuando este hombre cumplía ya su condena, allá por 1.995, es cuando se desarrollan los hechos que nos interesan. El Supremo reabrió el caso porque un supuesto vidente, Emilio Martín Ortega, presentó ante la Justicia un manuscrito redactado por el curandero José Barrera Barrios. Martín había sido testigo en el juicio contra el Boca, aportando una coartada que no fue creída por el tribunal. También afirmó que los padres de la niña le consultaron cuando la buscaban y él aconsejó no ampliar la búsqueda más allá del perímetro delimitado por las localidades de Puebla de Guzmán, Huelva, San Juan del Puerto, Moguer, Almonte, La Palma del Condado, Zalamea la Real y Huelva. El documento fue escrito presuntamente en agosto de 1.993 y entregado al vidente para ser hecho público tras su óbito. Barrera tenía su domicilio en Punta Umbría y, anteriormente, en Rociana del Condado. El autor murió en septiembre de 1.994. En esa carta, Barrera se autoinculpaba del asesinato de la niña, alegando motivaciones satánicas y dando detalles que no eran conocidos por nadie al margen de la investigación. Al parecer quería sacudirse el sentimiento de culpa porque lo atormentaba una grave enfermedad. Según ese manuscrito, el cuerpo estuvo guardado durante algún tiempo para esperar a la siguiente luna, en la que sería ofrecido a Satán, en la orilla. Para conservarlo adecuadamente se le había introducido ciertas hierbas impregnadas con sangre de gato negro. La cabeza estaba separada del cuerpo porque en el acto se la colocaba en un palo para que observara la ofrenda a Satán. Un documento estremecedor. La viuda de Barrera denunció a Martín, alegando que el manuscrito era falso. La mujer manifestó que Martín había hecho firmar a su marido un papel en blanco. En la revisión, en marzo de 1.996, el supremo dictaminó que el documento era falso, que había sido escrito con la máquina de escribir de Martín y después de ser firmado por Barrera. El Boca siempre ha defendido su inocencia contra viento y marea. Su condena se basó principalmente en una fibra encontrada en el cadáver, que fue definida como “gemela” de otra hallada en el domicilio del acusado, aunque esta prueba fue invalidada posteriormente por el Supremo. Las dudas sobre la resolución de la revisión han dejado abierta cierta incertidumbre sobre la verdad del caso. ¿Hubo o no hubo implicación satánica en el asesinato? No sé si algún día lo sabremos.

Poder y mística del fandango

Recientemente, el Flamenco ha sido declarado por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Por numerosas razones, en palabras de José Antonio Griñán, por fomentar “la multiculturalidad, la tolerancia, la transmisión generacional el reconocimiento a la tradición y el respeto a las minorías”. Aparte de todas esas cualidades del flamenco, existen ciertas componentes mágicas y mistéricas que hacen de esta música mucho más que eso. Los orígenes del flamenco son inciertos, pero sus raíces se hunden claramente en los terrenos de las canciones judías, las coplas árabes, las zambras arábigo-andaluzas, los romances y jarchas mozárabes y -por supuesto- el sustrato gitano, enorme y misterioso como todo lo relacionado con esa etnia. Según Isabel de Armas, el vocablo flamenco “surge como castellanización de dos voces árabes que significan forajido, tránsfuga, hombre huido por los campos”. El cante jondo junta el consuelo y el desconsuelo, aflora la queja de un pueblo subyugado, su lamento y su desesperación. Y todo ello en consonancia con el territorio subyacente. Como dice Ricardo Molina, “el imperio telúrico se revela en el cante como fenómeno de arraigo”.Para muchos, el flamenco es -como el yoga- un camino de perfeccionamiento interior cuya meta es la fusión con la divinidad. En ese sentido, el propio Molina afirma que “La acción del ritmo en el arte flamenco es decisiva. Por él se funde a las profundidades entrañables de la vida interior (física y mental)”. Más adelante analizaremos algunos aspectos que parecen corroborar lo dicho anteriormente, ahora nos centraremos en los elementos más relacionados con nuestra geografía. Claro que, hablando de flamenco en la provincia de Huelva, tenemos que mirar con detenimiento el caso del fandango, un palo ligado indiscutiblemente a nuestro territorio. Haremos pues un repaso de la presencia del fandango a lo largo y ancho de la geografía onubense, con especial atención a aquellas poblaciones en las que este palo adquiere nombre propio y se define como un estilo local. No olvidaremos citar algunos cantaores de renombre: de ayer, de hoy y futuras promesas. Y algunos guitarristas, que tanto aportan al fandango aunque se les vea a menudo en segundo plano, tras los cantaores. A la hora de ahondar en el mundo del fandango, no indagaremos en su incierto origen (tal vez portugués, tal vez astur-leonés) ni en su distribución geográfica casi universal. Fandangos hay muchos, pero sólo un puñado de ellos están relacionados con nuestra tierra. Al parecer existen cantos homónimos, pero que nada tienen que ver desde el punto de vista “genealógico” con lo que conocemos en la actualidad por fandangos de la provincia de Huelva, por lo que no los comentaremos aquí. Emparentadas o no con nuestros fandangos, tampoco tienen interés en el presente trabajo las composiciones conocidas con ese nombre por toda la geografía nacional, incluidas otras provincias andaluzas, aun cuando guarden cierta relación, como ciertos cantes malagueños derivados del fandango de Encinasola. Por razones obvias, sólo nos interesan los fandangos que se dan en nuestra provincia, que según Romero Jara, “es uno de los lugares en donde más ha arraigado el fandango”. Hay fandangos que son bailables y otros que no. Pero no haremos especial hincapié en lo referente al baile, porque ya se abordó detenidamente en el artículo que hemos dedicado a las danzas provinciales. De los contenidos de las letras sólo diremos que abordan una temática ilimitada. Como dice Romero Jara, “un cante tan universal y tan extendido no podía por menos de tocar todos los argumentos posibles”. Desde sentimientos humanos hasta escenas de la naturaleza, desde yugos laborales hasta elementos geográficos, desde la muerte hasta lo festivo... Hay quien afirma, con escaso rigor, que cada pueblo de Huelva posee un estilo de fandango. Obviamente, esa aseveración es falsa, no hay fandango propio en Puerto Moral, ni en Fuenteheridos, ni en Valdelarco... En realidad, son muchos más los pueblos que no poseen su estilo local que los que sí. Según el propio Romero Jara, en los estudios que se han realizado sobre el fandango han venido apareciendo listados de pueblos de Huelva que tienen estilo propio. Tales listados contienen errores de bulto que han sido repetidos constantemente sin realizar una revisión crítica que hubiera permitido su corrección. Cita Romero como localidades a las que erróneamente se les ha adjudicado un estilo de fandango a: Almonte, El Almendro, Villanueva de los Castillejos, Puebla de Guzmán, Cumbres (supongo que se refiere a Cumbres Mayores, aunque tal vez el término englobe también a Cumbres de Enmedio y Cumbres de San Bartolomé), Cortegana, Aroche, Galaroza, Sanlúcar de Guadiana, Ayamonte, Punta Umbría, Paymogo, Valdelamusa y Tharssis, entre otras. Se justifican tales errores por diversos motivos. El caso de El Almendro y Villanueva de los Castillejos está motivado por la confusión con el cante acuñado por Enrique Ortega Monje “el Almendro”. También, el fandango de Paymogo no es un estilo local, sino uno personal de El Moreno de Paymogo (José Mª Martín Infante), aunque otros autores apuesten por una identidad local, de la que El Moreno habría creado su estilo propio. En otras ocasiones, los errores se deben a invenciones o deformaciones efectuadas por cantaores poco acertados o mal documentados. Otro ejemplo de error viene de la inclusión de un fandango en el pasodoble dedicado a una localidad, como Aroche o Nerva, lo cual no implica que ese fandango sea del estilo local, inexistente en realidad. Para Romero, el fandango de San Bartolomé de la Torre también responde a un error. Sin embargo, otros estudiosos apuestan decididamente por su autenticidad, como los autores del coleccionable “De Huelva y su fandango”, editado por el periódico Huelva Información. Estos reconocen que existe cierta polémica a la hora de determinar si este canto es realmente un fandango o una tonadilla. También infieren la posibilidad de que este fandango haya servido de introducción ligera para un estilo de más enjundia, como el fandango cané del Alosno. Pese a la generalización de la expresión “fandango de Huelva”, en Huelva capital no existe un estilo local de fandango, aunque encontramos, eso sí, un buen número de estilos personales. El sustrato musical de Huelva se debe, según Moreno Jara, a “las aportaciones que los vecinos de los distintos pueblos le han ido dando” por la vía de la emigración desde mediados del siglo XIX, tras hacerse con la capitalidad provincial, habiendo sido hasta entonces una pequeña villa de pescadores. Por tal motivo, no vamos a detenernos en los fandangos de la capital. Sí lo haremos en Almonaster la Real, Alosno, Cabezas Rubias, Calañas, El Cerro de Andévalo, Encinasola, Minas de Riotinto, Santa Bárbara de Casas, Valverde del Camino y Zalamea la Real, que son -a juicio del propio Manuel Romero- las poblaciones que poseen fandangos propios. En la comarca de la Sierra nos encontramos con Encinasola y Almonaster la Real, cuyos fandangos son cantados en grupo y bailables. Los cantes marochos son ejecutados por el grupo local de danza. Son cuatro fandangos con estribillos que se cantan siempre en el mismo orden. En Almonaster y sus aldeas hay varios tipos de fandangos, interpretados en gran parte por grupos de mujeres. Los de las cruces y el de los pinos están ligados a la celebración de las Cruces de Mayo, tanto en el propio Almonaster como en las aldeas de Aguaría y Las Veredas. El aldeano y los de Santa Eulalia son bailables. Los segundos, como su nombre indica, se entonan en la romería de Santa Eulalia y son los más conocidos fuera de Almonaster. El fandango aldeano es originario de las pedanías de La Escalada y Calabazares. Hay quien opina que los municipios actuales que antaño fueron territorios pertenecientes a Almonaster (Jabugo y Santa Ana la Real) debieron tener en su tiempo fandangos aldeanos propios, que debieron perderse tras sus respectivas emancipaciones, pero es -de momento- pura hipótesis. Existe un fandango ligado a Santa Bárbara de Casa, aunque -según Romero, en contra de otras opiniones- no es autóctono de allí. Al parecer, fue creado en 1.946 por “Canalejas”, de Puerto Real, como deferencia a una doncella suya originaria de Santa Bárbara, que se encargó de darlo a conocer en la localidad, donde se canta desde entonces. En cuanto al fandango de Cabezas Rubias, también está rodeado de una cierta incertidumbre, de hecho, gran parte de la población creía que tal toná era originaria de la vecina Santa Bárbara, hasta que la Peña Flamenca de Huelva los grabó en 1.978 bajo el nombre de fandangos de Cabezas Rubias. Por su parte, el fandango de El Cerro de Andévalo no presenta ninguna duda sobre su raigambre. Se canta desde muy antiguo, principalmente, en las fiestas de San Benito Abad. Existe una variante, que El Cabrero denomina de los Montes de San Benito, la pedanía cerreña próxima al santuario, pero que en realidad no tiene estilo propio de fandango. De Valverde del Camino comenta Romero que tiene un solo estilo de fandango, aunque haya quien afirme que son tres. Al parecer, en algún sitio se ha nombrado dos estilos locales distintos: el de Pichardo y el de El Gatillo, que, según él, son iguales, salvo que el segundo añade un par de !ay¡. También habla de un tercer fandango, menos valiente, que los propios valverdeños repudian. Se ha adjudicado también a Valverde otro fandango, apodado como al estilo de Gorito. Según Romero, en realidad se trata de un fandango original de Minas de Riotinto, aunque parece corresponder a un estilo personal local. Existe en esa población otro estilo de fandango, creado en la segunda década del siglo XX por Juan Serrano, uno de los componentes de entonces de “La Esquila”. Este estilo fue recuperado por la Coral Minera, usando una letra escrita por el querido y añorado poeta de Campofrío, Juan Delgado. Muchos autores afirman que en Calañas hay dos estilos diferentes, que llaman el tradicional y el viejo. Según Romero, sólo hay uno, el auténtico, que nos ha llegado gracias a unas reconstrucciones realizadas por cantaores locales y con el tiempo se vieron corroboradas por una presunta partitura, hoy desaparecida. Del segundo, afirma que en realidad es una variante personal creada por Gonzalo Clavero, sin más. Por otra parte, en Zalamea la Real, Ricardo Gómez Ruiz dio a conocer, en un estudio histórico y antropológico sobre la localidad, varias partituras de fandangos correspondientes a los siglos XIX y XX. El más reciente es el que se canta y baila en la actualidad. Aunque al bailarlo no se canta, sólo se interpreta instrumentalmente, y al cantarlo, no se baila. Y Alosno, por supuesto. Alosno es caso aparte. Para muchísimos aficionados, esta localidad es la cuna del fandango. Son numerosos los estilos que existen en Alosno, porque en esa población el fandango ha crecido, ha evolucionado y se ha diversificado. Hay fandangos personales (creados o conservados por una persona, de la que toman el nombre); populares, como el cané y el valiente (de los que no se conoce el autor); y el fandango “parao”, que es el que se baila el día de San Juan, como se comentó en el capítulo dedicado a las danzas onubenses. Podríamos extendernos considerablemente a analizar la realidad del fandango en Alosno, pero no aportaríamos mucho al presente trabajo, por lo que dejaremos tal tarea a los flamencólogos. Sólo definiremos el fandango valiente, porque guarda mucha relación con los dos rasgos mágicos que vamos a detallar en párrafos siguientes. Ese fandango es una demostración de energía, que debe mostrarse desde el inicio hasta el final. Fuerza, poderío y entrega... Hemos hablado de localidades y ahora llega el momento de hablar de cantaores, pero antes de entrar en particularidades vamos a comentar algunos rasgos mágicos de la interpretación del flamenco en general y del fandango en particular. Ahondaremos en algunos de los aspectos mágicos que envuelven al fandango. Los mantras son palabras o frases que se repiten para que influyan en la mente y permitan el acceso a estados extraordinarios de conciencia. Sintoniza con las vibraciones personales. El significado no importa, lo que importa es que cree cambios en el estado de conciencia. Abre las puertas de una nueva forma de percepción y evita la dispersión mental de quien lo entona, a la vez que lo incorpora al ámbito de lo eterno. Aunque se da principalmente en el yoga y otras prácticas orientales, hay fenómenos parecidos en otras corrientes, como la recitación durante horas del nombre de Alá en el Islam o el canto gregoriano y el rezo del rosario en el cristianismo, además de los eslóganes publicitarios y los juegos de voz de los rockeros en sus conciertos. En el fandango (y en el flamenco en general) se da algo parecido cuando el cantaor emite unos sonidos guturales, onomatopeyas, quejidos o ciertas palabras bajo los acordes de la guitarra, antes de entonar el fandango. Se conoce como “ayeo” y el poeta Luis Rosales lo define como “sólo expresión pura”. Se hace para “coger” el tono, pero en parte ayuda al artista a acercarse a ese estado de trance en el que entra al cantar. Por otra parte, algo similar ocurre con los gestos que los cantaores hacen con las manos durante la entonación de los fandangos y de otros palos del flamenco. Según el budismo y el hinduismo, con la mano se pueden ejecutar todos los símbolos sagrados mediante gestos llamados mudras. Estos son la auténtica expresión de la actitud y evolución espiritual de quien los ejecuta y aportan el sentido externo de un significado interior. Parecen obedecer a patrones arquetípicos comunes a numerosas culturas. Según Manuel Figueroa, evidencian una liturgia y “plasman arquetipos que provocan una reacción subjetiva en el espíritu del que los realiza”. Es muy importante si se realiza con la derecha o la izquierda, pues la diestra corresponde a la acción y la zurda a la sabiduría. Así, algunos cantaores realizan gestos con sus manos inequívocamente personales, que los hacen reconocibles, como elevar las palmas, cerrar los puños, separar los pulgares del resto de dedos, avanzar los dedos índice y otros muchos por el estilo. Para analizar las figuras del fandango necesitaríamos editar toda una enciclopedia. Por eso, nos vamos a limitar a citar algunos de los principales nombres de todos los tiempos, aun a sabiendas de las flagrantes omisiones que vamos a cometer, pidiendo que me perdonen los no citados. Si miramos al pasado, entre los cantaores antiguos destacamos a Antonio Rengel, Paco Isidro y Herrerito, todos ellos de Huelva; José Rebollo y el Pilili, de Moguer; Joaquín Vera y Francisco Monge, de Chucena; Niño León, de Bollullos Par del Condado; Pepe el de la Nora, de San Juan del Puerto; Rojita, de Isla Cristina; Eufrasio Domínguez Millán, de La Palma del Condado; y el inolvidable Paco Toronjo, de Alosno. En el panorama actual, citaré en primer lugar, aunque no esté ya en activo, a Perlita de Huelva. También son destacables los onubenses Paco Cerrejón, Arcángel o Jesús Corbacho, que tiene sus raíces en el municipio serrano de Los Marines; así como Eduardo H. Garrocho, de Palos de la Frontera, Regina, de Rociana del Condado, y Santiago Cruz, de Villanueva de los Castillejos. Podemos, incluso, mirar al futuro porque disponemos de jóvenes promesas, como Pilar Bogado, de Moguer; Noelia Romero, de Almonte; Tania Cumbreras, de Palos de la Frontera; Cheíto, de Lepe; o Cristi Coronel, de Bonares, entre otros. A la labor individual de cantaores y cantaoras hay que añadir el trabajo de las Peñas Flamencas, tanto masculinas como femeninas. Son abundantes en nuestra provincia y se agrupan en su mayoría en la Federación Onubense de Peñas Flamencas “el Fandango”. He querido realizar una lista de las Peñas existentes en la provincia, pero me ha resultado difícil, ya que los listados que aparecen en internet suelen ser incompletos (por ejemplo, www.affedis.com y www.deflamenco.com). Por eso, he tenido que indagar por mi cuenta para elaborar esta enumeración. Las peñas más conocidas son las de Huelva, donde hay varias: la “masculina”, la “femenina”, la Orden, Colonias, el Higueral, la Ribera y la Soleá. En la Sierra hay peña en Aracena y en la Cuenca Minera, en Nerva. En el Condado de Niebla, contamos con peñas en Paterna del Campo, La Palma del Condado y Bollullos Par del Condado. En el resto de la provincia encontramos peñas en Hinojos, Almonte, Palos de la Frontera, Moguer, Punta Umbría, Aljaraque, Cartaya, Lepe, Isla Cristina, Ayamonte, Villanueva de los Castillejos, Gibraleón, San Juan del Puerto, Trigueros, Beas, Valverde del Camino y Calañas. Espero que no se haya quedado ninguna fuera. A título anecdótico, citaré que en Chucena, los niños del colegio celebraron en 2.011 el Día de Andalucía “montando” literalmente una peña flamenca infantil, que actuó ante el Presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán. Igual que cantaores, los guitarristas onubenses que tocan fandango abundan en número y en diversidad geográfica. Citaré algunos de esos artistas de hoy, de ayer y de siempre, aún sabiendo que dejo en el tintero a muchos muy valiosos. Para no realizar una enumeración muy extensa, aquí dejo un puñado de nombres: Manuel Gómez Vélez (Minas de Riotinto), José María Rodríguez (Lepe), Silvestre Morón (Alosno), Juan Carlos Romero (Huelva), Francisco Cruzado (Huelva), José Luis Rodríguez (Huelva, que ha sido Premio Nacional de Guitarra Flamenca) y Carmelo Picón (Mazagón). No están, obviamente, todos los que son, pero sí son todos los que están. Pido disculpas a los tocaores omitidos.

Los enigmas y misterios colombinos

El descubrimiento de América es sin duda el acontecimiento histórico que más enigmas y misterios encierra a su alrededor. Las Culturas Precolombinas; posibles viajeros anteriores; los orígenes de Colón; la información barajada; sucesos de la conquista... Pasaremos muy por encima de casi todos ellos, pero nos detendremos en algunos que afectan más directamente a nuestra provincia. Algunos, incluso, tienen protagonistas onubenses. Las tierras americanas están plagadas de misterios, especialmente relacionados con los habitantes anteriores a la llegada de Colón. Olmecas, mayas, aztecas, incas, toltecas, navajos, siux, cherokees, apaches y la lista se hace tan larga que necesitaría varios folios para enumerarlas a todas. Sin embargo, no nos detendremos en ninguna de esas tribus. Tampoco prestaremos atención al descubrimiento y colonización de Groenlandia, ni a los supuestos viajes vikingos a América. Ni siquiera ahondaremos en la cuna de Colón, pese a que el tema da para todo un libro y aunque el almirante sí nos interesa. Diremos, eso sí, que más de veinte localidades italianas se disputan ser su lugar de nacimiento, pese a que el interesado no sabía hablar italiano. También se barajan las posibilidades de que fuera ibicenco, mallorquín, catalán, castellano, portugués, gallego o corso. Lo que sí parece ya poco discutible es su origen judío, aunque el historiador Juan Eslava Galán lo niega categóricamente. Sin embargo, Juan G. Atienza defiende la sangre judía colombina y de buena parte del entorno del almirante. El investigador Salvador Freixedo defiende la cuna gallega de Colón en base a dos grandes argumentos: la presencia del apellido en tierras gallegas en el siglo XV y la abundante adjudicación de topónimos gallegos a tierras americanas por parte del descubridor. Freixedo infiere que Colón ocultó su origen porque los Reyes Católicos odiaban a los judíos y sentían cierta aversión hacia Galicia. Añade este estudioso a la argumentación la existencia de documentos fidedignos y la utilización de galleguismos en los textos de Colón, quien -como hemos dicho- no sabía hablar italiano. El historiador Manuel Barrios también se ha preocupado por la cuna de Colón. Según él, Colón trató a toda costa de borrar su pasado, tal vez porque, según documentos de 1.473, atacaba las costas valencianas y catalanas un corsario llamado Colón, que bien pudiera haber sido nuestro protagonista. El propio Manuel Barrios opina que Colón no buscaba las Indias, sino que conocía la existencia del Nuevo Mundo, según se desprende de la precisión con la que el marino efectúa ciertos cambios de ruta para llegar al destino exacto al que llegó. Barrios cree que Colón contaba con abundante información sobre las tierras que se encontraban al oeste del Océano Atlántico, incluida cierta cartografía. De hecho, viajó hacia América con rumbo fijo por el paralelo 28 (que le proporcionó vientos alisios favorables) y regresó subiendo más al norte para aprovechar las corrientes del Golfo, como si conociera previamente tales rutas óptimas. La posibilidad de que Colón poseyera documentación previa sobre las tierras americanas nos lleva directamente a dos asuntos muy onubenses: la presencia del marino en La Rábida y la figura de Alonso Sánchez de Huelva. La Rábida es un paraje de Palos de la Frontera, colindante con el río Tinto, en el que en aquellos tiempos existía ya un monasterio que aún perdura en la actualidad, junto a la Universidad Internacional de Andalucía y al Foro Iberoamericano. De La Rábida se dice que fue altar en honor al dios marinero fenicio Baal y su esposa Tanit. Con la dominación romana pasó a ser templo de Proserpina, hija de la Tierra que bajó a los infiernos, transformada luego por el cristianismo en Nuestra Señora de la Candelaria. En época islámica albergó un ribath y tras la invasión cristiana dependió primero de los caballeros templarios y, más tarde, de los frailes franciscanos. Colón se valió de la inestimable ayuda de los responsables del monasterio para convencer a los reyes Fernando e Isabel, como es bien sabido. Al parecer, el marino pasó largo tiempo en el monasterio, lo cual ha llevado a algunos estudiosos a relacionar el hecho con el pasado templario del mismo. La hipótesis de que los templarios ya habían llegado a América antes de su disolución, indemostrada e indemostrable, lleva a plantearse que tal vez estos caballeros dejaran abundante documentación en el monasterio sobre sus viajes. Documentación que consultó detenidamente Colón y le permitió planificar su proyecto de viaje. Eso habría hecho que Colón, en homenaje a sus inspiradores, hubiera pintado en las velas de los barcos las cruces que vemos en muchas pinturas sobre el Descubrimiento. Claro que en realidad, nadie sabe a ciencia cierta qué llevaban pintadas las velas de aquel destacado viaje colombino. Para hablar sobre la figura de Alonso Sánchez de Huelva tenemos que retrotraernos a tiempos atrás del Descubrimiento. Según Eslava Galán, Colón se casó con una portuguesa y se instaló a vivir en la isla de Porto Santo, colonizada por su suegro. Se dice que allí recibió la información de que a 750 leguas justas (unas 2.800 millas) de la isla del Hierro, en el grado 28 del paralelo norte, existían islas y tierra firme. Hay quien apunta que la información provenía de su suegro, pero la mayoría de investigadores apunta como fuente a un piloto desconocido. El historiador afirma que a las costas de Porto Santo debió llegar un moribundo, ultimo superviviente de un naufragio, que dio información a Colón sobre las tierras antillanas. Bien porque Colón lo ayudó en sus últimos momentos y se lo agradeció de esa manera o bien, como sostienen algunos estudiosos detractores de su figura, porque Colón se la robó. Pero, ¿quién era ese náufrago? ¿Un vizcaíno, un portugués? La hipótesis más aceptada sobre ese prenauta o predescubridor, como se le llama ahora, es que se trataba de Alonso Sánchez de Huelva. Así lo afirman figuras relevantes como Fray Bartolomé de las Casas o el Inca Garcilaso. Poco se sabe de ese tal Alonso Sánchez. Se dice que era un marino y comerciante nacido en Huelva, que tras una tormenta su barco se vio arrastrado hacia América. Tras acaparar víveres habría regresado, sufriendo un naufragio al acercarse a la isla portuguesa donde vivía Colón. Hay incluso quien insinúa que era tuerto y que tenía amistades en el Monasterio de La Rábida, por lo que él mismo habría aconsejado a Colón personarse en el monasterio y reclamar la colaboración de los frailes. Con información previa o sin ella, lo cierto es que el viaje iniciado en la localidad de Palos de la Frontera sirvió con el tiempo para dar a conocer al mundo que existía un continente ignorado hasta ese momento. Y en esa tarea, Colón contó con el esfuerzo de los marineros reclutados en Palos, Moguer, Lucena del Puerto y otras localidades de los alrededores. Ellos fueron los verdaderos y anónimos -en su mayoría- artífices del Descubrimiento.