Desde muy antiguo, el Bien y el Mal han sido considerados elementos inseparables, las dos caras de una misma moneda. Las religiones han contribuido a ello mostrando frente al dios titular un anti-dios malvado, afanado en arrebatarle las almas de los adeptos. Se trata de un mito negativo imprescindible para establecer el equilibrio necesario entre lo positivo y lo negativo, entre la luz y la oscuridad. En nuestra cultura existe una innegable influencia judeo-cristiana que nos ha legado, entre otros mitos, la figura de Satanás, el ángel caído en desgracia por revelarse contra el poder de Dios, que lo habría creado como la más perfecta de sus criaturas. El mismo ser que adoptaba la forma de serpiente para hacerle la jugarreta a los incautos Adán y Eva, primigenios habitantes del paraíso terrenal. A lo largo de la historia, aquellos que han tenido que desmarcarse de las líneas generales de las corrientes religiosas establecidas han buscado en muchos casos una vía de culto a ese otro lado de la realidad divina. Así nació el satanismo, en parte como una búsqueda de refugio en el Mal cuando el Bien volvía la espalda a cierta gente. Hay quien dice que una de las labores más destacadas (aunque involuntaria) de la Inquisición fue convertir en adoradores del diablo a los perseguidos y sus allegados. También existe otro culto, llamado luciferino, que invierte los papeles tradicionales; el Mal lo encarnaría Dios y el Bien estaría en Lucifer, el portador de la luz de la sabiduría, quien la entregó a la especie humana. En ambos sentidos han sido numerosos los colectivos que han rendido culto al lado oscuro. La provincia de Huelva no ha sido ajena a tales corrientes. Tenemos varios ejemplos de prácticas rituales y de otro tipo que lo demuestran, pero antes de hacer un repaso a tales ejemplos me gustaría recordar ciertos incidentes ocurridos hace bastante tiempo en Valdelarco. No tengo evidencias de que se tratara de un caso de satanismo, pero existen ciertos indicios que apuntan en esa dirección. Por desgracia, el tiempo transcurrido impide la correcta investigación. Los hechos que conocemos por la versión más completa que he obtenido son los siguientes. Corría el año 1.974. Llegaron desde Huelva varios turistas con el propósito aparente de disfrutar durante unos días de la belleza de esta localidad, para lo que habían alquilado una vivienda. Uno de ellos asistió a misa y después se ocultó en el interior del templo. Su maniobra de ocultación fue observada por una anciana, quien -tras el cierre de la iglesia- avisó a sus convecinos. Una nutrida e indignada cuadrilla de ellos acudió a sacar al individuo del templo. El hombre huyó en dirección al cementerio, del que salió el resto del grupo. Escaparon del linchamiento campo a través y la situación tuvo que ser solucionada por los efectivos de la Guardia Civil del cuartelillo que existía entonces en la vecina localidad de Galaroza. Uno de los efectivos de la Benemérita que vivió el caso en primera persona me confirmó en su día que los protagonistas fueron enjuiciados en Huelva, con condenas de escasa relevancia. Todos menos uno, que fue enjuiciado por la vía militar porque los hechos ocurrieron durante un permiso en su servicio militar ¡en pleno régimen franquista! Nadie en Valdelarco se ha planteado que pueda tratarse de un caso de satanismo, pero mi primera impresión al conocer los hechos fue esa. Pensaba yo que el ocultado en el templo tenía como misión abrir las puertas del templo para facilitar el acceso del resto para celebrar allí una misa negra. Tras consultar a amigos expertos en satanismo, estos me indicaron que la dinámica de los grupos satánicos hace más presumible que la intención del encerrado en la iglesia fuera la de robar las hostias para luego celebrar esa misa negra en el cementerio (donde de hecho lo esperaban los compañeros, hombres y mujeres) usando como altar alguna lápida y adornando el escenario invirtiendo algunas de las cruces que pudieran hallar en el recinto. Pero la situación se precipitó y fue imposible realizar el ritual. Quince años después, 1.989, el cementerio onubense de La Soledad amanecía el domingo 18 de diciembre con unas profanaciones que sembraron cierta alarma en Huelva. Cincuenta y siete cruces habían sido arrancadas de las tumbas y clavadas de forma invertida en la tierra. Además, entre otros desperfectos, una imagen de la Virgen del Rocío había sido desprovista de su corona, que fue colocada a sus pies. Veintiocho días más tarde se produjo una nueva profanación en ese camposanto, cuando varias personas accedieron a él por la zona del osario e invirtieron nueve cruces. Un ciclo lunar había separado los hechos cometidos en sendas noches de luna llena y de sábados (como en un Gran Sabbath). El ambiente de temor se vio reforzado por una campaña poco afortunada de Antena 3, que anunciaba su inicio de emisiones con anuncios en los periódicos que sólo contenían el texto “Aviso a la población. El día 25 se recomienda que permanezcan en sus casas. Se podrán ver monstruos, apariciones, fenómenos”... Eso dio paso al rumor extendido de que se preparaba un secuestro de niños para un sacrificio. Algo tan falso como las pintadas que se decía que lo anunciaban en el muro del cementerio o como las pintadas realizadas con sangre en un colegio de la capital, también inexistentes. Se decía que los autores eran “súbditos extranjeros de alto standing” que residían en Sevilla, trabajando en los preparativos de la EXPO 92. Falsedades y desinformación, como la que llevó a la ex parlamentaria popular, Pilar Salarrullana, a otorgar la autoría de los hechos a las miembros de la secta satánica Las Hermanas del Halo de Belcebú. Toda una osadía, desde mi punto de vista. Por su parte, Antonio José Alés afirmó que existían claves numéricas en ambos sucesos, sus fechas y otros elementos, que informaban sobre un terremoto que se produjo el 20 de diciembre de 1.989, con epicentro en Isla Cristina, que provocó numerosos daños en esa localidad y en Ayamonte. Aunque sin daños destacables, el seísmo sembró la alarma en poblaciones como Punta Umbría, Huelva, Lepe o Cartaya. Personalmente, encuentro demasiado rebuscada esa hipótesis. Otros cementerios también han sufrido profanaciones, como el cementerio inglés de la localidad de Minas de Riotinto, lamentable gamberrada que conllevó el deterioro de algunas lápidas en ese bello recinto. Ninguna evidencia de ritual satánico ni nada parecido. En el mismo municipio, el cementerio de la aldea La Naya, próxima a Nerva, sufrió un salvaje ataque, con destrozo de numerosos nichos, llegando a desperdigar por el recinto un gran número de restos óseos humanos. Aunque no se hallaron evidencias de que se hubieran realizado rituales, no se puede descartar una intencionalidad satánica en los hechos. La duda también nos asalta en el caso de la maleta llena de huesos humanos y la cruz de mármol encontradas en la vivienda de Isla Chica, en Huelva, cuando los bomberos acudieron a sofocar el incendio que había provocado el propio dueño. Las autoridades apuntaron la posibilidad de que los huesos provinieran de un centro de estudios médicos. En algún caso, se han producido en los cementerios rituales de otro tipo, ajenos a la temática satánica, pero que han levantado una gran polvareda. En el propio cementerio de Huelva se han encontrado restos que apuntan a ceremonias de vudú. En Aljaraque se vivió un caso que tuvo gran repercusión mediática. El sepulturero de la localidad, Juan Luis Pacheco, halló en una ventana del cementerio un corazón de animal, el 14 de abril de 1.999. El órgano estaba clavado por nueve alfileres negros e iba envuelto en un paño rojo con nueve nudos. En una hendidura realizada en el centro se escondía un papel de estraza en el que había anotados nueve nombres. Al parecer, cierto tiempo antes apareció en las inmediaciones del cementerio una gallina con la cabeza cortada y otros elementos pertenecientes a un ritual de vudú o de magia. No podemos incluir entre los fenómenos de índole satánica los variados casos de vandalismo, ni siquiera aquellos que encierran un marcado mensaje político anticlerical, puesto que no tienen nada que ver con el movimiento satanista en ninguna de sus facetas. Tenemos como ejemplo las numerosas pintadas que aparecieron en Aracena en la primavera de 1.994 con mensajes simples: “Satán”, “666”, etc. Estaban firmadas con un pseudónimo y eran más de medio centenar, distribuidas por todo el casco urbano. Localicé a algunos jóvenes cercanos al autor de las mismas -cuyo nombre me ocultaron-. Estos chicos me negaron cualquier inclinación satánica en él, por lo que archivé el caso como simple gamberrada. Tampoco parecen tener nada de satánicas las pintadas amenazantes que se encontraron a finales del año 2.000 en la pared de la Parroquia Mayor de San Pedro, en la capital onubense, acompañadas del emborronamiento de un azulejo con la imagen de la Virgen de la Cinta. “Hoy pintamos, mañana kemamos” no deja de ser una consigna pseudo-anarquista que en nada evidencia culto satánico. Cierto tiempo después, la iglesia de la Concepción, también de Huelva, sufrió otras pintadas con cruz invertida y el texto “Satán te cuida”. Mantenemos el beneficio de la duda para aquellas pintadas que sí conllevan intencionalidad satanista. En ellas los mensajes son claramente satánicos, como la estrella invertida de cinco puntas, la cruz invertida, el número 666 o la palabra Satán, entre otras. Se me vienen a la mente varios ejemplos de estos casos. El primero de los que tuve conocimiento fue el caso de las pintadas en el Embalse del Corumbel, en el término municipal de La Palma del Condado. Alertado por mi gran amigo Alejandro Rubio, compañero de fatigas en muchas investigaciones, acudí a esta localidad en 1.990 y en su compañía visité el paraje. Efectivamente, en la superficie de un muro de hormigón lucían un par de graffitis realizados con pintura negra. Lógicamente, es difícil dilucidar si el hecho entra dentro del mundillo satánico o en el de la gamberrada. En principio, le concedemos el beneficio de la duda y lo adjudicamos al primero. Después he hallado nuevas pintadas de índole satánico en Aracena (estas sí parecían más serias) y en Huelva capital, en pleno Parque Alonso Sánchez. Dejando atrás las pintadas, de psicosis satánica podemos definir los hechos que acaecieron en Rociana del Condado el día 6 de junio de 1.996. Lorenzo Serrano, de 21 años y devoto asiduo de los oficios religiosos, influenciado por los guarismos de la fecha (6-6-6), se creyó el Anticristo y se dirigió a la iglesia, donde rompió el cristal de la urna que protegía a la Virgen del Socorro, que sufrió algunos desperfectos. El joven arrancó de la imagen la talla del Niño Jesús y lo destrozó a golpes con la culata de una escopeta. Más tarde fue detenido y trasladado a la Unidad Psiquiátrica del Hospital Juan Ramón Jiménez, de Huelva. Dejo para el final otro caso que ronda el delirio pseudosatanista, aunque quiero abordarlo con todas las reservas porque está relacionado con un terrible asesinato, el de la niña Ana María Jerez Cano. Prefiero no entrar en excesivos detalles, sólo recordaremos que en febrero de 1.991 fue asesinada la niña, cuyo cuerpo apareció en abril de ese año. A los dos días fue detenido José Franco De la Cruz “El Boca”, como acusado del asesinato. En enero de 1.993 se celebró el juicio, que se resolvió con la condena de 44 años al Boca por tal asesinato, cifra que fue rebajada a treinta años por el Supremo. Y cuando este hombre cumplía ya su condena, allá por 1.995, es cuando se desarrollan los hechos que nos interesan. El Supremo reabrió el caso porque un supuesto vidente, Emilio Martín Ortega, presentó ante la Justicia un manuscrito redactado por el curandero José Barrera Barrios. Martín había sido testigo en el juicio contra el Boca, aportando una coartada que no fue creída por el tribunal. También afirmó que los padres de la niña le consultaron cuando la buscaban y él aconsejó no ampliar la búsqueda más allá del perímetro delimitado por las localidades de Puebla de Guzmán, Huelva, San Juan del Puerto, Moguer, Almonte, La Palma del Condado, Zalamea la Real y Huelva. El documento fue escrito presuntamente en agosto de 1.993 y entregado al vidente para ser hecho público tras su óbito. Barrera tenía su domicilio en Punta Umbría y, anteriormente, en Rociana del Condado. El autor murió en septiembre de 1.994. En esa carta, Barrera se autoinculpaba del asesinato de la niña, alegando motivaciones satánicas y dando detalles que no eran conocidos por nadie al margen de la investigación. Al parecer quería sacudirse el sentimiento de culpa porque lo atormentaba una grave enfermedad. Según ese manuscrito, el cuerpo estuvo guardado durante algún tiempo para esperar a la siguiente luna, en la que sería ofrecido a Satán, en la orilla. Para conservarlo adecuadamente se le había introducido ciertas hierbas impregnadas con sangre de gato negro. La cabeza estaba separada del cuerpo porque en el acto se la colocaba en un palo para que observara la ofrenda a Satán. Un documento estremecedor. La viuda de Barrera denunció a Martín, alegando que el manuscrito era falso. La mujer manifestó que Martín había hecho firmar a su marido un papel en blanco. En la revisión, en marzo de 1.996, el supremo dictaminó que el documento era falso, que había sido escrito con la máquina de escribir de Martín y después de ser firmado por Barrera. El Boca siempre ha defendido su inocencia contra viento y marea. Su condena se basó principalmente en una fibra encontrada en el cadáver, que fue definida como “gemela” de otra hallada en el domicilio del acusado, aunque esta prueba fue invalidada posteriormente por el Supremo. Las dudas sobre la resolución de la revisión han dejado abierta cierta incertidumbre sobre la verdad del caso. ¿Hubo o no hubo implicación satánica en el asesinato? No sé si algún día lo sabremos.
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