sábado, 29 de agosto de 2009

Por tierras visigodas

Cada periodo histórico se nos manifiesta acompañado de una serie de misterios de mayor o menor calado, pero hay algunas etapas que por determinadas causas presentan grandes incógnitas, que las convierten en especialmente misteriosas. En nuestra provincia ese es el caso de la época visigoda. Tal vez en otras tierras de la geografía peninsular exista una abundante documentación así como un buen número de vestigios de ese mismo periodo, arrojando en su conjunto mucha luz sobre su devenir, pero en la zona suroccidental no se da el caso. En concreto, en tierras onubenses son muy escasos, por lo que ese velo de misterio está plenamente justificado.

El asentamiento de los visigodos en la Bética coincidió en el tiempo, siglos V al VIII, con la etapa de afianzamiento del cristianismo en la zona. Su entrada en lo que hoy es nuestra provincia no fue masiva, más bien fueron pequeños grupos de la clase militar que tenían encomendada la consolidación del dominio territorial. Suponían por tanto un pequeño porcentaje respecto a la población hispanorromana, que no se resistió a su avance por considerarlos sus salvadores frente a la opresión tributaria romana. Hasta bien entrado el siglo VI no comenzó a producirse cierta fusión entre visigodos e hispanorromanos, aumentando entonces la densidad de población visigoda.

La conversión de los visigodos del arrianismo al cristianismo ayudó a este a consolidarse con mayor rapidez. Con esa fortaleza, la estructuración eclesiástica de la Bética centró su diócesis en Sevilla, creando varias sedes sufragáneas, entre ellas la de Niebla, cuyo templo catedralicio, según la historiadora Carmen Martín -experta en el periodo visigodo onubense-, debió ocupar el espacio en el que actualmente se alza la iglesia de Santa María o el ocupado por los restos de la iglesia de San Martín. Debido a ese carácter episcopal, esta localidad es una de las que más material visigodo nos ha aportado en toda nuestra provincia. Entre esos materiales cabe destacar una ventana de mármol, de triple hueco con un arco de herradura, tallada en una sola pieza. El arco se asienta sobre dos pequeñas columnas con capiteles de doble voluta dotadas de collarino, fustes lisos y basas altas. El conjunto se encuadra en un zócalo con una especie de sogueado que pasa también por la rosca de los arcos. Sobre estos hay una línea de rosetas y otra de hojas de acanto salientes con volutas esquemáticas curvadas. Además, en la iglesia de Santa María hay una ventana mudéjar, cuyo parteluz es una pilastra reutilizada, de mármol, con hojas grandes en la parte de arriba y palmeras con dos aves picando el fruto, en la de abajo. Tal ornamentación es característica del periodo visigodo.

Como hemos dicho, en nuestra provincia se han descubierto pocos restos arquitectónicos de época visigoda. Además de los descritos en Niebla, contamos con otra muestra importante en Almonaster la Real, cuya mezquita contiene, además de una muestra epigráfica incompleta, varios elementos destacables. Una de las columnas de ese templo usa como capitel un cimacio visigodo de mármol blanco, cuyas caras inclinadas presentan alternativamente una decoración de dameros y de cruces griegas inscritas en círculos tangentes, en bajorrelieve tallado a bisel. Sobre el acceso al patio existe un dintel de granito con un bajorrelieve en su cara frontal, que representa una cruz griega inscrita en un círculo, con sendas flores de lis a los lados, recuadradas y sin guardar simetría respecto al resto de la pieza.

Otra pieza destacable de las conservadas en la mezquita es una placa de cancel -de mármol blanco- con decoración en relieve, trabajada a bisel, que muestra (rodeadas por una cenefa de roleos y rosetas de cuatro hojas) tres líneas de espiga verticales. Tal es el resultado de la composición de treinta y seis recuadros -tres en la base por doce de altura-, cada uno de los cuales presenta en su interior una flor trifolia. Los cuadrados que ocupan la franja vertical central son más estrechos que los laterales, por lo que la espiga central también lo es respecto a las otras dos. También existe en el recinto una mesa de altar incompleta, de la que se conservan tres fragmentos, en algunos de los cuales se aprecia ornamentación a base de pavos reales o palomas de larga cola, cruces griegas, ángeles y variados motivos vegetales, que en conjunto hacen de esta obra una de las más importantes de este periodo en dicho monumento y en toda la provincia onubense.

Sin salir del término municipal de Almonaster la Real, nos encontramos con otro posible hallazgo de época visigoda. Al parecer, en las proximidades de una mina de La Cueva de la Mora se hallaron varios ladrillos decorados, de los que se usaban como adornos de paredes o techumbres, o con fines funerarios. Tales ladrillos, junto a otros de procedencia incierta, se encuentran en la actualidad en el Museo Provincial.

Yéndonos ahora al sur de la provincia, en 1.977 se encontró en Almonte una placa rectangular de mármol blanco -conservada en la actualidad en el Museo Provincial- que muestra evidencias de haber estado fijada a algún elemento constructivo, quizás al cancel de una basílica. Originariamente era un placa romana con una inscripción, pero en tiempos visigodos fue reaprovechada por la otra cara para crear un ornamento, bordeado por una cenefa lisa. Una columnilla de fuste helicoidal coronada por un capitel de volutas divide la pieza en dos partes simétricas, en cada una de las cuales hay nueve filas de arcos de medio punto en relieve, conformando una especie de malla, ya que el punto de tangencia de dos arcos descansa sobre la parte central de otro arco de la hilera inferior.

En algunos casos, como ocurre en Arroyomolinos de León, la ornamentación de los restos hallados no ha cambiado lo suficiente como para definir con rotundidad la pertenencia al periodo visigodo. Eso ocurre con un capitel reutilizado como pila de agua bendita en la iglesia de Santiago el Mayor. Su ornamentación no permite aclarar si es tardorromano o visigodo, aunque en principio los estudiosos se decantan por el segundo periodo. Curiosamente, una reutilización similar se da en la ermita de Santa Zita, de Zufre, donde sí queda clara su adscripción al periodo visigodo por los motivos florales presentes en el capitel de mármol. Por otra parte, en Encinasola se conservan unos restos arquitectónicos visigodos, vinculables a una basílica paleocristiana rural. Juan Aurelio Pérez describe en esa localidad dos placas de mármol reaprovechadas con relieves, en los que se aprecia una cruz griega inscrita en un círculo y unos motivos en forma de S a los lados de un tallo central.

En Hinojales fueron hallados un par de aretes de bronce pertenecientes a alguna necrópolis. En esa misma localidad, en el suelo de la ermita de Ntra. Sra. de Tórtola, hay una lápida de mármol blanco con una inscripción funeraria. La pieza, que se halla casi completa pese a su fragmentación, incluye un anagrama de cristo entre las letras alfa y omega, dos aves y el texto: “Basilia famula/ cristi vixit an/ nos plus minus/ triginta et quin/ que recessit in/ pace diae pridiae/ nonas octob/ aera DLXVIII”. Existen otras muestras epigráficas halladas en nuestra provincia. En la fachada de la iglesia parroquial de Almonte se muestra una lápida completa -del año 495-, ornamentada con un crismón dentro de láurea, rodeado de cruces y una paloma con un motivo vegetal en el pico. La pieza hace alusión a la niña Domigratia. En Corteconcepción fue encontrada otra lápida, incompleta y con crismón, que se expone en el Museo Provincial de Huelva.

Otra localidad con una importante huella visigoda es Puerto Moral. Allí existe una ermita de repoblación, construida sobre lo que fue un templo visigodo. La ermita de San Salvador en la actualidad se usa como majada para el ganado. Presenta varios sillares reaprovechados del antiguo edificio paleocristiano, como demuestran las cruces grabadas en ellos. En el cortijo colindante existían dos fragmentos -hoy desaparecidos- de un friso con decoración visigoda. En las proximidades de la ermita fueron hallados también enterramientos que contenían restos óseos humanos y un vaso votivo con asa, cuerpo moldurado y un botón saliente en el punto de unión del asa con la panza.

Un jarro parecido resultó el ajuar único de una necrópolis onubense -de cuarenta tumbas- excavada por Mariano Del Amo. También en Huelva se halló un enterramiento de una sola tumba, con dos esqueletos y un jarro de pasta blancuzca. En el museo de Huelva existen otras piezas cerámicas visigodas procedentes de necrópolis de Candón, en Beas, de Niebla y de Valverde del Camino. En Bonares se tiene noticia de la existencia de una necrópolis, de la que se desconoce la ubicación. En esa localidad se encontró casualmente una placa de cinturón de tipo liriforme. En Aroche, por su parte, existen varias necrópolis que han aportado vasos de perfil en S y fondos planos. Por otra parte, en el casco urbano de Higuera de la Sierra y en el paraje de La Tejonera, en Cortegana, han sido hallados sendos jarros realizados a mano, tal como otros provenientes de Ayamonte, Lepe y Niebla.

Volviendo a la localidad de Puerto Moral, Eduardo Del Valle y Rodolfo Recio estudiaron esos fragmentos de frisos. El primero de ellos muestra flores tetrapétalas, enmarcadas por anillos eslabonados. Tales flores presentan una profunda hendidura circular en torno a la corola. Gruesas digitaciones irregulares recorren la piedra en sentido perpendicular. El segundo friso, que según Martín podría tratarse en realidad de un fragmento de cimacio -algo que yo no comparto-, ostenta una rueda solar, configurando una extraña figura geométrica definida por unos radios -divergentes en sentido contrario al perímetro-, formados por cuatro sectores de círculo de amplios rebordes. La figura estaba bordeada por semicírculos desiguales y alternos, equidistantes de una yema o botón central.

Y eso es todo. Es evidente, como ya anunciábamos con anterioridad, que la muestra de restos visigodos es escasa en nuestra tierra. Además, no contamos en esta provincia con ningún resto de esos que asombra al observador por el brillo de los metales preciosos y las gemas. Ni cruces, ni coronas, ni nada por el estilo, pero hay dos cosas innegables: que los visigodos patearon nuestros senderos y que sabemos muy poco de su paso por estos lares.