domingo, 2 de enero de 2011

Apariciones de la Virgen en El Repilado

El periplo aparicionista mariano en la provincia de Huelva comenzó oficialmente en el municipio de Jabugo, en la pedanía de El Repilado, allá por 1.987. Aunque, como se verá, hubo otro caso anterior que ha permanecido inédito hasta el momento. Con posterioridad a El Repilado, se produjeron nuevas supuestas apariciones de la Virgen en Gibraleón y Lepe. Sin embargo, el caso jabugueño se diferencia de estos dos últimos por ser la vidente una niña. Llamada Alba Bermúdez Navarro, contaba con diez años de edad. Tras muchos años de investigación de las apariciones marianas, he llegado a la conclusión de que todos los casos protagonizados por videntes adultos tienen un origen fraudulento, consciente o no. Sólo los videntes infantiles me merecen una cierta credibilidad, aunque estoy convencido de que las visiones, probablemente reales, tienen otro origen menos trascendente. En cualquier caso, ha llegado el momento de centrarse exclusivamente en los hechos de El Repilado.
Todo comenzó en abril de 1.987, cuando la pequeña Alba, bastante nerviosa, dijo un día a su madre que se había caído y se había lastimado la rodilla y que al incorporarse había visto a la Virgen sobre un árbol. Aquella noche, al acostarse, la niña se quejó de que le escocían y dolían los ojos. Al día siguiente tuvo una nueva visión en el colegio, ante su profesor y sus compañeros. En el tercer día, la entidad le ordenó ir todas las tardes ante el plátano de Indias ubicado en la estación, donde se manifestaría. La estación Jabugo-Galaroza, como es denominada por Renfe por estar próxima a esas dos localidades. A partir de entonces, Alba acudió cada día -excepto sábados y domingos, que la Virgen la dejaba descansar- a cumplir lo mandado.
Decía notar un repeluco y una especie de pálpito en el corazón -con latidos muy fuertes- y sentir entonces la necesidad imperiosa de acudir al árbol, como si la Virgen la estuviera llamando. Cuando la noticia corrió por el vecindario, fueron concentrándose los primeros curiosos para ver a la niña llegar ante el plátano de Indias, arrodillarse y rezar durante unos minutos mirando a las ramas más altas. La pequeña iniciaba entonces una breve conversación con un personaje invisible al resto de los presentes. Al terminar el extraño diálogo, Alba se iba tranquilamente a jugar, como una niña absolutamente normal.
La noticia corrió como la pólvora y saltó a los medios. La primera reseña la publicó en el periódico Huelva Información mi buen amigo Augusto Thassio, escritor nacido en Isla Cristina y residente en Rosal de la Frontera, donde trabajaba como maestro. Era el día seis de mayo y ya el fenómeno venía produciéndose desde hacía un par de semanas, por lo que había trascendido a otras localidades próximas. Según Thassio, ya iban acudiendo todas las tardes curiosos de otras poblaciones para ver a la niña sobre las seis y media acercarse a ver a la Virgen en la estación de trenes de El Repilado. Esos curiosos afirmaban que asombraba la serenidad de la niña mientras rezaba y que se ponía muy pálida.
Alba decía que se trataba de la Virgen de Fátima y que la veía acompañada de un fuerte resplandor. La describía como una señora muy guapa, de pelo largo, con una corona en la cabeza, un vestido blanco, capa azul, y un rosario en las manos, que mantenía juntas sobre el pecho. La niña anunció en cierto momento que la virgen le había dicho que el día trece iba a producirse un milagro. El día que se cumplirían setenta años desde los acontecimientos de Cova D’Iria (Portugal), aniversario del que la pequeña no tenía ni idea.
Y llegó el gran día. Según la Guardia Civil, unas diez mil personas se dieron cita en El Repilado aquel trece de mayo de 1.987. Renfe organizó dos trenes especiales, uno desde Huelva y otro desde Zafra. Además, hasta la pedanía jabugueña llegaron cientos de automóviles y gran número de autobuses. Entre el gentío había numerosas personas enfermas y con minusvalías físicas y psíquicas, que acudían con la esperanza de protagonizar el anunciado milagro. Con dificultad, la Benemérita les facilitó una ubicación cercana al árbol, lo mismo que a los periodistas que acudieron a cubrir la información del evento.
Desde varias horas antes de la cita, la cantidad de personas congregadas alrededor del plátano de Indias era considerable. Y a cada momento llegaba más gente. El espacio se iba agotando. Hubo quien se subió a los trenes, a postes cercanos... cualquier cosa con tal de no perderse el acontecimiento. Hacía un calor propio de comienzos de verano. Los más devotos entonaban cánticos de contenido religioso. En la aglomeración se produjeron escenas de histeria colectiva y algunos mareos y desmayos. Los últimos enfermos en llegar fueron acercados por los aires, sobre las cabezas de los presentes.
Arreciaron los cantos, aumentaron los desmayos. Un cordón humano, compuesto por vecinos de El Repilado, abrió paso a la niña desde su casa hasta el árbol de la estación. Alba llegó vestida con el traje de primera comunión y un lazo blanco en el pelo, dando cuenta de un chupa-chups. En las manos portaba un sencillo ramillete de flores. El público y los periodistas se agacharon para facilitar la visibilidad. El murmullo cedió considerablemente. Alba miró a su alrededor y titubeó. Buscó con la mirada a los números de la Guardia Civil, alguno le hizo un gesto. La niña colocó el ramo junto al tronco del árbol.
Con un gesto muy infantil arrojó el chupa-chups, retrocedió unos pasos y se arrodilló. Unió las manos en gesto de oración y comenzó a mover los labios. En algún momento sufrió ligeras convulsiones; en otros, se encogía de hombros. De vez en cuando volvía a emitir algunas palabras, ajena al griterío que la rodeaba. En alguna ocasión, asintió con la cabeza. Su respiración era agitada y tuvo que mojarse varias veces los labios, que se le resecaban por el calor. Después de llevar un ratito arrodillada, se tambaleó un poco. Pasados algo menos de diez minutos, Alba hizo la señal de la cruz y se levantó vacilante. El gentío quería acercarse a la niña y tocarla, por lo que la Guardia Civil tuvo que alzar a Alba del suelo e introducirla por una ventana en la Cantina de la estación, donde la recogieron algunos vecinos.
A continuación, los agentes tuvieron que llevarla hasta su casa, protegiéndola de la multitud que seguía queriendo tocarla o, al menos, verla de cerca. También tuvieron que amparar a los padres de la niña para que pudieran desplazarse a su domicilio familiar. Para entonces, el tumulto ya se había desbocado junto al plátano de Indias. Casi todo el mundo quería llevarse una hoja o un trozo de corteza de aquel árbol sobre el que se había aparecido la Virgen a la pequeña repilense. Un árbol que quedó seriamente mutilado, pero que con el tiempo se regeneró de una forma que muchos en su momento definieron como milagrosa, aunque aquel no era el tan esperado milagro. No, la mayoría de la asistencia sufrió una gran decepción. Ningún ciego recuperó la vista, ningún paralítico se alzó de la silla de ruedas...
Volviendo a la narración de los hechos, muchos de los que querían ver a Alba acudieron hasta las puertas de su domicilio. Tal aglomeración hizo que la niña tuviera que salir al balcón a saludar a la muchedumbre. Incluso los padres se vieron obligados a asomarse para cumplir con la multitud que los aclamaba. Cuando los periodistas tuvieron acceso a ella, la pequeña afirmó que no podía decir algunas de las cosas que le había contado la Virgen, pero explicó que esta le había ordenado que no volviera más al árbol.
Los días siguientes discurrieron en medio de un fuerte debate. Por una parte, los detractores del evento criticaron duramente los hechos y ridiculizaron a Alba y la ausencia del prometido milagro. Los defensores de la niña y de las apariciones pretendieron justificar el milagro con varias curaciones repentinas. Unas mejorías de ciertas dolencias que tuvieron como protagonistas a algunas vecinas de El Repilado y a la hija de uno de los guardias civiles que asistió al acontecimiento. Recuperaciones que podrían no tener nada de milagroso puesto que a veces la mente humana es el más eficaz de los placebos. En cualquier caso, ninguna de esas curaciones fue tan colosal como para pensar que no tuviera una explicación razonable.
Otra de las repercusiones del acontecimiento fue la recogida de hojas. Muchas eran las personas que se acercaban a por esas reliquias vegetales procedente del plátano de Indias. Incluso las había que llamaban o escribían al cantinero de la estación, quien amablemente se las hacía llegar por correo a sus domicilios. Con el tiempo, junto al árbol se levantó un monolito conmemorativo (hoy desaparecido) con una imagen de la Virgen de Fátima. Durante muchos años, el plátano se vio inundado de imágenes de santos, fotos de enfermos... Ahora todo eso ha desaparecido y nada recuerda ya aquellos acontecimientos.
Por otra parte, la postura de la Iglesia respecto al caso quedó muy clara desde el principio. El vicario de Huelva, Ildefonso Caballero, declaró a El País que se trataba de “un fenómeno que surge al margen de la comunidad eclesial, ya que se trata de un movimiento emocional ante el cual la Iglesia se mantiene expectante y prudente, al tiempo que escéptica”. Por su parte, el obispo onubense, monseñor González Moralejo, afirmó a ABC que “hechos como estos ocurren con frecuencia en muchos lugares del mundo, pues la psicología humana es propensa a estas cosas”. El obispo negó que la Iglesia hubiera iniciado ningún tipo de investigación de los presuntos fenómenos de El Repilado.
Fueran o no auténticos esos hechos, lo cierto es que la vida de Alba quedó marcada para siempre. Y no de forma positiva. Su vida no ha sido fácil desde entonces pues creció más rápido que otros niños. Desde muy joven ha tenido que pisar el acelerador para sacar adelante a su hija (ya tiene dos pequeñas) en medio de la maltrecha economía familiar. No se le han caído los anillos por trabajar en las industrias chacineras locales ni por irse a dónde hiciera falta a buscar trabajo. Su vida sentimental tampoco ha discurrido sobre una alfombra de pétalos de rosa. Muy lejos ha quedado ya aquel mayo de 1.987.