martes, 10 de noviembre de 2009

Arroyomolinos y Galaroza: ovnis en la Segunda República Española

La “ufología convencional” nació en 1947, tras el avistamiento protagonizado en Estados Unidos por el piloto Kenneth Arnold. Pese a ello, son muy numerosos los avistamientos de “objetos aéreos anómalos” acaecidos en fechas anteriores a ese año. En nuestra provincia tenemos ejemplos de gran interés, como los que describo a continuación. En la lluviosa noche de la Inmaculada Concepción de 1932, en plena II República Española, dos avistamientos -separados entre sí por pocas horas y pocos kilómetros de distancia- llevaron el asombro primero y el pánico después a las localidades serranas de Arroyomolinos de León y Galaroza.

Estos casos fueron investigados y difundidos por el buen amigo y veterano ufólogo sevillano, Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, vinculado familiarmente con la localidad de Arroyomolinos de León, en la que iniciaremos la narración de estos casos tan singulares, siguiendo los informes del propio Darnaude. Los hechos tuvieron lugar en la noche del 8 al 9 de diciembre de 1932, entre las once y media y las doce. La noche era lluviosa, pero sin truenos ni tormenta. Darnaude tuvo ocasión de entrevistar a tres testigos directos del caso arroyenco: Regina Santos Núñez y las hermanas Josefa y Esperanza González Vázquez.

Aquella noche, de repente, se observo una luminosidad espectacular, originada por una masa con forma de “melón ardiente” que caía del cielo sobre la vertical de la población, aunque no llegó a estrellarse contra el suelo. Cuando el cuerpo incandescente había alcanzado una cierta altura en la trayectoria de su descenso, el “melón de fuego” se dividió en fragmentos, originando una ensordecedora explosión, muy distinta al conocido fragor de los truenos. Alguna de las testigos describió el objeto como “un ovillo o bola que iba soltando muchas chispas, una especie de madeja cuyo hilo se fuera desprendiendo”, afirmando que “cayó” (sin citar fragmentación ni impacto real en el suelo) por la zona del Barranco de la Morena.

Cuando aquello atronó los cielos, los lugareños pensaron que se trataba de una bomba de gran potencia colocada por los extremistas por motivos políticos, cundiendo una fuerte alarma. No en vano, se vivían tiempos convulsos, de huelga general y disturbios locales con enfrentamientos entre vecinos y efectivos de la guardia civil. Al oír el estruendo, estos se parapetaron en el interior de la casa cuartel, empuñando los fusiles temiendo que se tratara un atentado terrorista contra la fuerza pública. Por otra parte, un operario sevillano que trabajaba en la construcción de la carretera de Arroyomolinos de León a Cañaveral de León, estaba dormido en la fonda de la localidad y sin recordar cómo, se encontró de improviso en mitad de la calle, vestido, con las botas puestas y los calcetines en la mano.

Tras el enorme traquido de aquella explosión, en Arroyomolinos de León el fluido eléctrico se vio interrumpido durante unos dos segundos, para luego volver a la normalidad. La energía la suministraba un alternador movido por gas, propiedad del empresario Antonio Darnaude Campos -tío del investigador-, quien aseguró que no había encontró explicación alguna a la interrupción del suministro, pues ni el motor, la dinamo ni la red de cables habían sufrido el menor deterioro. Así lo atestiguó también el electricista Guillermo Silva Ballesteros, responsable en esos momentos de la supervisión de las instalaciones. Silva declaró que nada anormal se había registrado en las dependencias de la “Electro-Harinera-Panificadora San Fernando” que pudiera justificar la caída momentánea del voltaje en los conductores. La unidad motriz y el alternador continuaron funcionando sin alteraciones, y Guillermo no manipuló en esos segundos ningún interruptor ni reostato.

Además del apagón, se produjeron otros fenómenos ligados con la electricidad. En la residencia del propio Antonio Darnaude se incendió la instalación eléctrica del piso alto, seguidamente de la “conflagración atmosférica”. Un empleado -Martín Rodríguez Garrido- consiguió sofocar las llamas en los hilos de cobre. A la vez, en el piso bajo, el cristal de una bombilla eléctrica -que estaba apagada cuando sobrevino la detonación- resultó pulverizado en pequeñísimos trozos. Había por aquel entonces tres aparatos de radio en Arroyomolinos. Al de Antonio Darnaude se le quemó el condensador fijo en la entrada de la antena. El del doctor Diego Vélez Escassi no emitía sonido alguno al día siguiente, pese a que en el momento de los hechos se encontraba apagado. Justo lo contrario que ocurría con la radio de Cornelio Fernández, que estaba encendida y no sufrió perturbaciones en el momento crítico.

Entre los efectos de índole física podemos citar también la apertura de una grieta en un muro interior de la iglesia; el derrumbamiento de un tabique en la fonda; la fracturación del suelo rocoso y consistente en un foso subterráneo (a la mañana siguiente se comprobó con asombro que el piso de la poza aparecía removido y cubierto de piedras sueltas, arrancadas del duro subsuelo por una fuerza desconocida de tremenda potencia, algunos de estos peñascos tenían un peso de más de diez kilos); la caída de un mueble aparador en un domicilio particular; y la inexplicable apertura de una zanja (de dos metros de larga, metro y medio de ancha y medio metro de profundidad) en la tierra de un corral, con extracción y dispersión por el entorno del manto vegetal y las arcillas del terreno. A todo esto hay que añadir puertas de domicilios que se abrieron solas, daños e un camión, cuadros que se cayeron de las paredes, un sinfín de cristales rotos y hasta personas mareadas o desmayadas tras el estampido.

Sin embargo, ni la central de energía, ni la posada, ni el templo parroquial, ni otros lugares donde se constataron destrozos físicos en su recinto interior, la techumbre y los muros exteriores habían sufrido el menor deterioro. Otro de los elementos sorprendentes de aquella situación fue que los desperfectos fueron muy puntuales y afectaron a espacios muy concretos, alineables en una franja de un kilómetro de longitud en línea recta, relativamente estrecha.

Por esas extrañas coincidencias de la vida, uno de los testigos del caso de Arroyomolinos se casó pasado el tiempo con una mujer natural de Galaroza. Cuando Darnaude realizó la investigación del caso, esa mujer le informó de una coincidencia asombrosa. En la misma jornada del ocho de diciembre de 1932, a las seis y media de la tarde (cinco horas antes del desplome del “balón de rugby” sobre Arroyomolinos de León), se estaba celebrando en Galaroza la solemne procesión de la Inmaculada Concepción, que transcurría sin novedad por las calles cachoneras. De pronto, los numerosos fieles que formaban parte del cortejo religioso contemplaron atónitos en el cielo “una pelota grande del color del fuego que giraba y parecía que iba dando vueltas”. El fenómeno lumínico se desplazaba lentamente, hasta el punto de que a algunos devotos les dio tiempo de ahumar cristales para observarlo mejor, lo que indica por otra parte que el objeto esférico despedía un fulgor muy intenso.

No deja de ser interesante la coincidencia de ambos fenómenos tan inusuales y llamativos en dos enclaves distantes a vuelo de pájaro unos veintiocho kilómetros, y separados tan sólo cinco horas en el tiempo. ¿Cuál fue la naturaleza y origen del “melón ardiendo” de Arroyomolinos y del “balón de candela” en Galaroza?. ¿Y hubo alguna relación entre ambas exhibiciones?. El cegador “ovillo que se deshilachaba” sobre Arroyomolinos originó una sarta de efectos electromagnéticos y físicos harto singulares, difícilmente explicables si pensamos que era un cuerpo natural en caída libre. Y, por su parte, la lenta esfera ígnea presente en el acto mariano de Galaroza no es asimilable a ningún suceso de la naturaleza ni a artefacto alguno de la aviación de la época. Desgraciadamente, el largo tiempo transcurrido nos impide acceder a nuevos testigos que nos permitirían añadir más luz a aquellos hechos.

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