lunes, 27 de abril de 2009

La Virgen aparecida en Gibraleón y su danza del Sol

El lunes catorce de octubre de 1991, la prensa provincial existente en Huelva en aquel momento no dudó en afirmar sin ningún pudor y en pleno titular de portada que “El sol se movió ayer en Gibraleón”. Semejante irresponsabilidad sirvió para dar alas a un disparatado montaje aparicionista que se estaba desarrollando en esa localidad próxima a la capital onubense. Una vidente adulta protagonizaba un caso de supuestas apariciones marianas en Gibraleón, consiguiendo que cientos de fanáticos convirtieran unos terrenos próximos al casco urbano en un lugar sagrado donde reunirse en torno a ella, para que a su través, “la Virgen les hiciera llegar sus mensajes”.

Por entonces, la provincia de Huelva ya había contado con un caso notorio de apariciones marianas, el protagonizado en 1987 por una niña en la pedanía jabugueña de El Repilado. El fenómeno del movimiento aparicionista se estaba esparciendo por todos lados, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, por lo que era muy frecuente encontrarse con nuevos puntos de la geografía en los que saltaba la noticia de que alguna persona afirmaba ver a la Madre de Dios y que ésta le daba mensajes. Curiosamente este último punto resultaba no ser enteramente cierto, puesto que lo que ocurría a la vista de seguidores y curiosos era que la supuesta Virgen poseía a la persona elegida para hablar directamente por su boca en unos instantes de trance. El esquema era similar prácticamente en todas partes.

Esta vez le tocó el turno a Gibraleón, de nuevo en nuestra provincia. Corría el año 1991 cuando un grupo no muy numeroso de personas comenzó a reunirse entorno a una encina situada en el paraje conocido por el nombre de El Alto Micael, acompañando a una vecina de la localidad olontense, María del Carmen Pérez de la Rosa. Esta mujer, denominada en su entorno con el apelativo cariñoso de María, afirmaba ver en la encina a la Virgen María, y que ésta le hablaba. La vidente, nombre con el que se designa en el mundillo de las apariciones marianas a la persona privilegiada con el supuesto don de ver a la Santa Madre cuando el resto no puede, manifestaba que la Virgen se le aparecía en su propio domicilio desde hacia dos años. Según contaba María, fue la propia Virgen quien le instó a cambiar de emplazamiento y quien la guió hasta aquella encina. María y un grupo de amigos y vecinos acudían todas las mañanas del mes de agosto a rezar el rosario. Allí, la Virgen se aparecía en algunas ocasiones. Sólo era vista por María. Sus mensajes eran muy similares a los habituales en otros casos de apariciones, hablando de penitencia, castigos, oración y sacrificio.

El modelo a imitar entre las apariciones marianas es el establecido en Fátima en las primeras décadas del siglo XX. El trece de octubre de 1917 se produjo en esa localidad lusa, ante 70.000 testigos, el supuesto milagro de la danza del sol, consistente en que el astro rey hace unos extraños giros y evoluciones ante la mirada de los fieles, sin dañarles la vista. Para este fenómeno se han dado varias explicaciones que descartan la absurda pretensión de que el sol pueda interrumpir su traslación por el espacio y que, para mayor disparate, esto sólo sea apreciable desde el lugar de la aparición. La presencia de ovnis o una especie de alucinación colectiva, provocada por un cúmulo de energía psíquica emanada de una gran masa de gente que espera ser protagonista de un milagro, son algunas de las más utilizadas.

A raíz de aquellos hechos, casi todas las recientes apariciones marianas han contado en alguna ocasión con un supuesto milagro similar al descrito en Fátima. Por eso, cuando la supuesta Virgen de las apariciones de Gibraleón anunció un hecho sobrenatural para el 13 de octubre de 1991, rápidamente se especuló con una danza del sol. El rumor se extendió y en la fecha fijada se congregaron en el lugar unas mil personas. Comenzó el rezo del rosario y al cabo de un rato se produjo el esperado encuentro entre vidente y Virgen. En el transcurso del diálogo, la Señora pidió que se mirara al sol para ver en él su imagen y la de la Cruz. En ese momento se disparó la histeria y gran parte de los presentes comenzaron a ver cosas extrañas, que fueron interpretadas como hechos milagrosos. Giros o desplazamientos veloces del sol, luces en el interior del astro o junto a él, o el hecho de mirar al sol sin ser cegados por su luz eran los argumentos esgrimidos por los defensores del caso.


Afortunadamente, en el lugar también había gente seria y objetiva, como el investigador Moisés Garrido, que constató la presencia de nubes que filtraban la luz solar y cuyo desplazamiento provocaba el efecto óptico de que el sol se movía. Como es lógico, el sol no se movió fuera de su órbita, pese a lo que afirmara el autor o autora del artículo que cité al comienzo. En cuanto a las luces o manchas junto al astro o en su interior, son achacables a las impresiones luminosas en las retinas de los observadores. La historia de las apariciones de Gibraleón ya no tenía freno. Seguidores y detractores comenzaron una encarnizada lucha, que sólo sirvió para darle más publicidad aún al caso. La primera voz en alzarse en contra de las supuestas apariciones fue la del párroco olotense, Diego Suárez Mora, quien no dudó en afirmar que todo era falso y que la vidente había protagonizado otras presuntas historias descabelladas. Según el párroco, María había afirmado en alguna ocasión que se le aparecía una niña muerta de la localidad, lo cual no había gustado nada, siempre según Diego Suárez, a la familia de la pequeña difunta. Según la versión del párroco, María había ejercido alguna vez de curandera, y en alguna ocasión afirmó poseer una figura del Corazón de Jesús que movía los ojos y los labios. Por otra parte, en una visita que realicé a Gibraleón en noviembre de ese mismo año en compañía del investigador Alejandro Rubio, en el convento de la Orden de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento nos afirmaron estar convencidas de que nada divino había detrás de todo aquello, puesto que la obra divina une a los hombres y no los separa. Las monjas adoratrices dijeron rezar a diario pidiendo a Dios que si aquello era obra suya, que siguiera adelante y si no, que desapareciera.

Ambos investigadores asistimos a una sesión de apariciones, en la que constatamos que el esquema era similar al de otros casos de videntes adultos, con un considerable tufillo a montaje descarado. Evidenciamos la presencia de un grupo de acólitos que trabajaba en el entorno más inmediato de la vidente para dar credibilidad al fenómeno. Una de sus tareas era asegurar a los periodistas un lugar privilegiado para la observación de los acontecimientos. Ese mismo grupo se encargaba algún tiempo más tarde -en nuevas visitas nuestras al enclave- de mostrar a los curiosos fotografías con presuntos hechos milagrosos acaecidos en el paraje. De la observación de tales fotos se apreciaba que se trataba de simples efectos ópticos logrados enfocando a contraluz al disparar las cámaras.

En pleno tinglado aparicionista, la destacada seguidora de las manifestaciones marianas, Esperanza Ridruejo, más conocida como “Pitita”, visitó en 1993 Gibraleón, antes de impartir una conferencia sobre el tema en el salón de actos del vicerrectorado onubense. Para “Pitita” Ridruejo, la sencillez de la vidente, la devoción y el respeto que ella había encontrado en el caso y el contenido de los mensajes, entre otras cosas, le hacían pensar que en Gibraleón se estaba apareciendo realmente la Virgen María. Este nuevo espaldarazo a la vidente María no sirvió para que el caso se perpetuara.

No sabemos si por las plegarias de las adoratrices o porque todas las cosas caen por su peso, lo cierto es que el caso está cerrado desde hace bastante tiempo, ya que la Virgen dejó de aparecerse, aunque la vidente afirmara que estaba presente cuando rezaban el rosario en el lugar, cosa que ocurrió con frecuencia durante cierto tiempo, puesto que los acólitos siguieron acudiendo con bastante asiduidad. El trece de julio de 1993 la ya conocida como Virgen de la Encina le había dicho a la vidente que no volvería a aparecerse. Al parecer, la Madre de Dios cumplió su promesa, dejando que poco a poco se fuera diluyendo el tufillo marianista que tanta atención había acaparado durante varios años.

Esta es, básicamente, la historia en la que una supuesta vidente, movida por no sabemos qué motivos o, incluso, tal vez de forma inconsciente, protagonizó unos hechos similares a tantos otros casos. Unos hechos que -en muchos de esos casos- acaban arrastrando a personas que se encuentran desesperadas o que buscan con ansia una realidad divina a la que aferrarse. Gente sin escrúpulos que se aprovecha de la buena voluntad de sus semejantes.

miércoles, 1 de abril de 2009

Cráneos trepanados y dioses de pizarra

Uno de los grandes misterios de la antigüedad lo constituye, sin duda alguna, el caso de las trepanaciones de cráneos, un fenómeno de distribución prácticamente universal. En Jabugo se conoce desde principios del siglo XX uno de esos cráneos trepanados, correspondiente al periodo Neolítico. Pero, antes de entrar en materia convendría recordar que una trepanación consiste en realizar un orificio en el cráneo, es decir en retirar un trozo óseo de la calota (pero sin llegar a dañar las meninges) mediante variadas técnicas de incisión. Esta práctica tuvo su máximo apogeo durante el Neolítico, aunque las primeras trepanaciones conocidas datan del Epipaleolítico, hace unos 11 milenios. Pese a este dato muchos estudiosos opinan que esta práctica podría ser mucho más antigua aún. La perforación craneal ha suscitado polémica, ya que los expertos no han llegado a ponerse de acuerdo sobre su motivación. Ciertos investigadores sostienen que se trataba de una intervención quirúrgica destinada a aliviar enfermedades cerebrales o que constituían tratamientos para tumores óseos de la calota e incluso cerebrales. Por el contrario, otros antropólogos defienden que se trataba de una práctica de iniciación, tras la cual el individuo que había sido sometido a dicha intervención comenzaba a ser considerado como adulto en caso de sobrevivir al proceso. Tampoco se descarta que la intencionalidad de esta actividad fuera dejar salir por el orificio, según ritos y creencias ancestrales, los malos espíritus o las enfermedades.

Ya avanzamos al comienzo que el cráneo trepanado hallado en nuestra provincia fue encontrado en la localidad de Jabugo, famosa por sus productos del cerdo ibérico. En concreto, en el yacimiento de la Cueva de la Mora. Esta cavidad se originó por un proceso cárstico en unos mármoles dolomíticos de edad correspondiente al Cámbrico Inferior. Estos materiales afloran en un área situada al norte del casco urbano jabugueño. Se trata de una cavidad de desarrollo casi horizontal con una leve pendiente hacia el Este. Está localizada en la vertiente sur de un cerro de 625 m. de altitud. Posee dos salas, la mayor, al comienzo, con unos siete metros de bóveda y la segunda, situada a mayor cota, de dimensiones más reducidas y con menor interés arqueológico. La importancia de este yacimiento, empleado como lugar de hábitat y funerario, radica en la amplia secuencia poblacional que se ha detectado y en el interés cuantitativo y cualitativo de la cultura material que se encuentra asociada a los diferentes periodos de ocupación.

Para conocer más a fondo el cráneo trepanado descubierto en Jabugo comenzaremos haciendo un poco de historia sobre el yacimiento que lo albergaba, basándonos en las investigaciones de dos buenos amigos, los arqueólogos Eduardo Romero y Timoteo Rivera, que lo han investigado en profundidad. Según la documentación que han manejado, en 1906, Juan Manuel Romero Martín, propietario de la finca “El Mirón”, inició unas labores de limpieza para convertir en almacén una cueva que había en aquel paraje. Los trabajos pusieron al descubierto algunos materiales arqueológicos que evidenciaban su uso por comunidades prehistóricas y llamaron la atención del dueño de los terrenos, quien lo notificó al Museo Arqueológico Nacional y donó los materiales a tal institución. Juan Manuel Romero inició en 1922 nuevas excavaciones, encontrando otros materiales que fueron mostrados en la Exposición Iberoamericana de 1929, para pasar después a estar depositados en el Museo Arqueológico de Sevilla. De todas esas labores nos ha quedado un importante legado consistente en piezas arqueológicas recogidas en museos, abundante documentación epistolar y un gran archivo fotográfico de material arqueológico (de muchas piezas se desconoce el actual paradero).

Los trabajos de excavación realizados por Juan Manuel Romero alcanzaron los cinco metros de profundidad, constatándose la existencia de poblamiento desde la Edad del Bronce hasta el Neolítico, así como en época romana. Cabe la posibilidad de que la cueva también estuviera habitada en el Paleolítico Superior, ya que en el Museo Provincial de Huelva existe una pieza ósea grabada datada en la etapa magdaleniense, que está atribuido a dicho yacimiento en base a una referencia incompleta, aunque podría corresponder a algún otro yacimiento con el mismo nombre (como el de la Cueva de la Mora de La Umbría/Puerto Moral). El soporte óseo corresponde a un radio de cáprido o cérvido, en el que se han grabado, por una cara, la figura de un ciervo con la cabeza vuelta, parte de otro animal y dos patas de un tercero. En la otra cara aparece la imagen de un rinoceronte.

En cuanto al periodo Neolítico, en la Cueva de la Mora se recuperó material que corresponde a vasos cerámicos decorados (que se datan en la primera mitad del IV milenio a.C.). Tales utensilios tienen formas globulares y ovoides, que presentan decoración en franjas junto al borde. Esta decoración está basada en impresiones, incisiones y acanaladuras. Pero el mayor porcentaje del repertorio ergológico de esta Cueva se encuadra en el periodo Calcolítico, entre el 2500 a. C. y principios del II milenio a. C. En esta cultura material destacan los ítems de carácter ideológico, los denominados ídolos placas, construidos sobre pizarras o esquistos. Presentan formas rectangulares y trapezoidales, con una o dos perforaciones. Están decorados con bandas y triángulos reticulados (también llamados “dientes de lobo”), líneas en zig-zag, motivos de “chevrons” y soles. Estas piezas son similares a las halladas en la comarca lusa del Alentejo, donde son muy abundantes. Otras localidades onubenses también han aportado ejemplares de ídolos placa. Los dólmenes de El Pozuelo, en Zalamea la Real, son el ejemplo más prolífico. Además, el arqueólogo Enrique Pérez halló otro ídolo de pizarra en la excavación de una sepultura de cúpula en San Bartolomé de la Torre. En Aljaraque fueron halladas otras dos piezas de esta naturaleza. Estos ídolos placa encierran en su utilidad un gran misterio, por lo que por sí solos merecen un amplio estudio.

En lo referente al material lítico hallado en la caverna jabugueña, se encontraron hachas pulimentadas, pulidores, láminas de sílex y una pieza interpretada como alabarda. La cerámica corresponde a vasos que presentan formas con tendencias esféricas, elipsoidales, cilíndricas o troncocónicas, la mayoría sin decoración y de pequeño o mediano tamaño. Destacan en cuanto a la decoración, 2 vasos con motivos de ajedrezado y de líneas en zig-zag, así como los fragmentos de cerámica campaniforme. De la Edad del Bronce también existen evidencias de ocupación en esta cavidad. En el Museo Arqueológico Nacional de Madrid están depositados los materiales hallados en el interior de un característico enterramiento en cista, como ajuar funerario, que son un cuenco y otros objetos de cerámica, hachas pulimentadas y un ídolo placa. Además de esos, se documentan otros materiales como vasos o un fragmento cerámico con escorificaciones, que podría corresponder a un crisol o a una vasija-horno.

Por otra parte, los responsables de las excavaciones detectaron la existencia de grabados rupestres en el interior de la cavidad, representando a diversos animales, como avestruces y elefantes, entre otros. En una primera valoración no se ha confirmado su autenticidad pues no presentan pátinas, por lo que se está pendiente de contrastar su autenticidad. Puede que fueran realizados durante el pasado siglo, lo cual no se sabrá hasta que no se hagan los estudios pertinentes. En la Cueva de la Mora se ha constatado la presencia de restos faunísticos, como cráneos u otros huesos de tejón, comadreja, Capra hispánica, zorro, meloncillo y conejo. Pero lo más interesante es la existencia de restos humanos procedentes de los enterramientos realizados en su interior. La presencia de un mínimo de ocho individuos se deriva del estudio de tales restos, aunque podrían ser más.

El más importante de los restos óseos es sin duda alguna el cráneo trepanado, que presenta su respectiva mandíbula. Ambas piezas evidencian una preservación óptima. Corresponden a un adulto masculino, joven aún. Se trata de la única trepanación documentada hasta el momento en la provincia de Huelva y la tercera en Andalucía occidental, pero quizás no haya sido la única de la Cueva de la Mora, ya que parece haber evidencias fotográficas de otros restos con este tipo de operación, aunque lamentablemente se desconoce su actual paradero. El cráneo que nos ocupa presenta una perforación completa, con gran pérdida de sustancia oval en la zona central de la calota, de mayor anchura en la parte posterior, afectando al frontal y a ambos parietales. Las paredes de la trepanación son oblicuas, con una mayor pérdida de sustancia en la tabla externa. Las características de esas paredes evidencian una reacción cicatricial con supervivencia del individuo trepanado, en especial la porosidad del contorno en algunas zonas (en relación a un proceso infeccioso secundario).

La técnica de producción de la trepanación fue el legrado o abrasión por medio de un instrumento de piedra de superficie granujienta utilizado a modo de lima. Al margen de la trepanación, los otros únicos daños patológicos que presenta la calavera son dos pequeñas erosiones. La supervivencia pudo llegar a las dos semanas. Parece descartarse una intencionalidad médicoquirúrgica en la práctica de la trepanación, por lo que cabe inclinarse por un origen relacionado con prácticas mágicas o religiosas. Unas prácticas que nos abren las puertas a las incógnitas que se ciernen sobre aquella gente, sobre sus creencias y su visión de los temas trascendentes. Un misterio que tal vez nunca llegue a aclararse.