Hay gente que es capaz de ver fenómenos divinos o sobrenaturales donde no hay nada de ello, movidos tal vez por una necesidad inconsciente de sentirse protagonistas de hechos insólitos que los coloquen en un plano privilegiado ante los demás. Así, el fervor religioso lleva en ocasiones a los despropósitos más inverosímiles. Como tal podemos calificar los hechos que tuvieron lugar a comienzos de 1991 en las afueras de la costera localidad de Cartaya. Alguien afirmó que el tronco de un árbol se parecía a la imagen de una Virgen y a partir de ahí se creó en torno al citado tronco un entramado de culto popular que rayaba con el surrealismo. El árbol en cuestión se ubicaba junto al inicio de la carretera comarcal que une dicha localidad con el poblado de Tariquejos. El tronco había sido cortado aproximadamente a un metro de altura -o poco más- y había sufrido una devastación parcial ocasionada por el fuego.
Visto desde cierto ángulo, su forma recordaba vagamente la silueta de alguna virgen, tal vez ataviada con un manto. Los más irónicos afirmaron que debía tratarse de la Virgen de Montserrat, ya que el color de la madera quemada era negro como el de la Moreneta. Chistes aparte, lo cierto es que desde el resto de perspectivas nada identificaba el perfil del árbol con ninguna figura religiosa. Pero, como la imaginación popular es tan creativa en algunos casos, el ansia de veneración se desbordó y el lugar se llenó, especialmente los fines de semana, de curiosos y de devotos, ávidos estos de lanzar al viento sus rezos y de atestar el árbol y sus alrededores de velas, rosarios, flores y estampitas de santos, vírgenes y mártires. Los cánticos de contenido religioso se convirtieron el la banda sonora original del entramado mitad folclórico, mitad pseudorreligioso.
Al conocerse la noticia, mi buen amigo Moisés Garrido, estudioso incansable de los enigmas de nuestra tierra, acudió hasta el lugar de los hechos, acompañado por el también investigador Francisco Bayo. Ambos comprobaron in situ la oleada de fervorosos orantes que se daban cita ante el carbonizado tronco. Vieron que no faltaban tampoco los enfermos que llegaban a pedir la curación. Algunos de los miembros de aquella cohorte de peregrinos identificaban en la madera a la Virgen de Fátima y otros, a la de Guadalupe. Cada cual a su gusto, pero la mayoría comenzó a denominarla la Virgen del Almendro. Una nueva advocación que jamás llegará a ser aceptada por la institución eclesiástica.
Visto desde cierto ángulo, su forma recordaba vagamente la silueta de alguna virgen, tal vez ataviada con un manto. Los más irónicos afirmaron que debía tratarse de la Virgen de Montserrat, ya que el color de la madera quemada era negro como el de la Moreneta. Chistes aparte, lo cierto es que desde el resto de perspectivas nada identificaba el perfil del árbol con ninguna figura religiosa. Pero, como la imaginación popular es tan creativa en algunos casos, el ansia de veneración se desbordó y el lugar se llenó, especialmente los fines de semana, de curiosos y de devotos, ávidos estos de lanzar al viento sus rezos y de atestar el árbol y sus alrededores de velas, rosarios, flores y estampitas de santos, vírgenes y mártires. Los cánticos de contenido religioso se convirtieron el la banda sonora original del entramado mitad folclórico, mitad pseudorreligioso.
Al conocerse la noticia, mi buen amigo Moisés Garrido, estudioso incansable de los enigmas de nuestra tierra, acudió hasta el lugar de los hechos, acompañado por el también investigador Francisco Bayo. Ambos comprobaron in situ la oleada de fervorosos orantes que se daban cita ante el carbonizado tronco. Vieron que no faltaban tampoco los enfermos que llegaban a pedir la curación. Algunos de los miembros de aquella cohorte de peregrinos identificaban en la madera a la Virgen de Fátima y otros, a la de Guadalupe. Cada cual a su gusto, pero la mayoría comenzó a denominarla la Virgen del Almendro. Una nueva advocación que jamás llegará a ser aceptada por la institución eclesiástica.
Tras examinar concienzudamente la forma del árbol desde todas las perspectivas posibles, los investigadores, conscientes de que todo era fruto de la mezcla entre fe e imaginación, consultaron a una mujer que se encontraba en una casa de campo cercana. Carmen Naranjo les confirmó que el tronco llevaba varios meses en aquel estado y nunca había llamado la atención de nadie hasta que, hacía unos días, alguien creyó ver en él la silueta de la Virgen, provocando aquel movimiento de veneración que, como les informó la Policía Municipal, a veces se alargaba hasta la madrugada.
El párroco de la localidad no quiso pronunciarse públicamente sobre los acontecimientos, pero ante los investigadores evidenció su malestar por la dimensión y el alcance que tales hechos estaban tomando. Esa postura es de entender, ya que para cualquier persona -y más aún para el sacerdote- no resulta lógico que surjan lugares de culto en torno a tales manifestaciones, máxime cuando a muy corta distancia ya existe desde el siglo XVI un convento, el de Ntra. Sra. de la Consolación. Caprichos de la fe o del fanatismo.
Tampoco el dueño de los terrenos veía con buenos ojos la invasión de su propiedad privada, aunque no se estuvieran provocando daños de consideración. Al parecer, en alguna ocasión mandó cortar el tronco para acabar con la peregrinación, pero nadie se atrevía a ejecutar la orden, tal vez por miedo a un castigo divino o por temor a las represalias humanas. En consecuencia, el árbol siguió allí, junto a la cuneta, con su parafernalia de adornos piadosos y la idolatría de los devotos.
Durante su visita, los investigadores preguntaron entre los vecinos para conocer la valoración generada ante los acontecimientos. Como era de esperar, los resultados de la encuesta evidenciaron que la opinión estaba dividida entre los que aceptaban el hecho como un posible fenómeno sobrenatural y los que se mostraban escépticos, achacando a la casualidad cualquier parecido entre árbol y Virgen. Afortunadamente, el tiempo posibilitó que la cordura se impusiera a la sinrazón.
Un par de años más tarde tuve la ocasión de visitar el enclave, acompañado por Moisés Garrido y por Alejandro Rubio. La masiva peregrinación se había frenado considerablemente, pero aún eran visibles las últimas flores y estampas, resecas y descoloridas. Allí pude comprobar personalmente lo que ya sabía por Moisés, la forma del tronco era interpretable según el ángulo desde el que se mirara. Me fui con la evidencia de que nada de sobrenatural había en aquel despojo de madera semiquemada. Con los años he vuelto a pasar por aquel cruce y he visto que el árbol sigue allí, olvidado y empequeñecido junto a unas nuevas construcciones agrícolas que le han robado protagonismo. La devoción marina surgida en torno a su tronco pasó a mejor vida, ya que curiosos y creyentes se fueron desencantando ante la ausencia de milagros y hechos prodigiosos que avivaran la fe.
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