La existencia de la cueva es conocida desde hace siglos por los habitantes de Puerto Moral y de otras localidades de los alrededores. En torno a esa cavidad ha existido una leyenda que afirma que en lo más profundo de la cueva está enterrada una romana de oro. Una balanza romana construida exclusivamente con ese preciado metal. Hasta el momento nadie ha encontrado ese curioso tesoro. Decimos curioso porque otras leyendas más comunes sobre caudales ocultos hablan siempre de cofres con monedas y joyas o de lingotes de gran tamaño, nunca de artilugios como el que nos ocupa.
Por la presencia de restos se sabe que esta cueva fue un abrigo habitado en épocas prehistóricas, pero lamentablemente no hay mucha información, puesto que el yacimiento arqueológico ha sido brutalmente expoliado por buscadores de la Balanza de Oro. Entre los materiales que ha sido posible recuperar tras las expoliaciones se encuentran fragmentos de cerámica, microlitos y restos dentarios. Del análisis de la cerámica rescatada en la década de los 80, llevado a cabo por los arqueólogos Federico Martínez Rodríguez y José Pedro Lorenzo Gómez, se deduce que la oquedad estuvo débilmente habitada en el Calcolítico pleno (mediados del III milenio a. C.) y alcanzó su máxima ocupación en el Calcolítico final y el Bronce antiguo y pleno (I milenio a. C.). A partir de ese momento la ocupación tuvo carácter esporádico, como parece desprenderse de ciertas evidencias en el Bronce final (primeros siglos del I milenio a. C.) y la etapa prerromana (siglos V al III a. C.). La documentación de esas diversas etapas de ocupación otorga a este yacimiento arqueológico una gran importancia dentro del contexto comarcal serrano.
Por otra parte, el mundo del ocultismo nos ofrece claves para determinar el valor simbólico de la leyenda, cuya interpretación en esa línea nos lleva a unas conclusiones sorprendentes (sean ciertas o no). Definimos el ocultismo como el conjunto de doctrinas y prácticas misteriosas, espiritistas y hasta mágicas, que pretenden conocer, explicar y someter al dominio humano los más misteriosos fenómenos de la vida material y psíquica. Recurrimos a tal línea de explicación basándonos en la circunstancia de que aquello que está enterrado se encuentra oculto y, por tanto, disponible sólo para quienes sepan encontrarlo. Y la leyenda es clara en eso: la romana de oro está enterrada.
Para realizar el análisis de la leyenda partiremos de la clave simbólica de la cueva. Grutas, simas, cavernas y demás oquedades naturales han sido utilizadas en la antigüedad como viviendas, santuarios y tumbas. Por ello, José Felipe Alonso Fernández-Checa afirma en su Diccionario de Alquimia, Cábala, Simbología que “en ellas residen los mitos de renacimiento y de iniciación de numerosos pueblos”. Más allá va Juan G. Atienza en el prólogo de Montes y Simas Sagrados de España, cuando afirma que “la caverna ha constituido la base de la penetración humana en el conocimiento prohibido, (...) participa del secreto de la iniciación,” o que “su acceso (está) restringido a quienes aspiran al conocimiento superior”. Para Atienza “su simbolismo primigenio la identificó siempre con el útero materno de la Tierra creadora de todo lo viviente”, por lo que “es la matriz de la tierra, el vientre de la ballena jonasiana, la cueva de los leones de Daniel, el antro sombrío donde el humano debe penetrar cuando quiere integrarse en el saber sagrado que nunca le será revelado ni cedido voluntariamente, sin haber cumplido primero con el requisito iniciático que lo haga acreedor de alcanzar el conocimiento de lo numinoso”. Estas afirmaciones convierten a las cavernas en lugares propicios para los rituales iniciáticos, conscientes o inconscientes. Atienza afirma que tales enclaves despiertan “reacciones físicas o psíquicas (...). Cuando tal sucede, individuos especialmente sensibles pueden llegar a vivir experiencias que el conjunto del colectivo ni siquiera capta. Y esas experiencias (...) suelen crear estados de ánimo insólitos y hasta pueden llegar a producir sensaciones aparentemente sobrehumanas, estados alterados de conciencia”.
En torno a la simbología de la Balanza, en su Diccionario, José Felipe Alonso nos aclara que ésta “simboliza en la actualidad de forma mística la justicia, la equivalencia, el equilibrio”. Nos interesa especialmente este tercer valor simbólico, aplicable sin duda a cualquier modelo de balanza. Incluso cuando Alonso afirma que la Balanza “representa la correspondencia existente entre el universo corporal y el universo espiritual”, podemos sustituir el término correspondencia por el de equilibrio sin alterar sustancialmente el significado de la afirmación. “Como expresión práctica de la Justicia y del juicio”, la balanza -según Alonso- también “está unida a valorar el bien y el mal humano”.
Puestos a atar cabos, nos encontramos con que una Cueva en la que se encuentra enterrada una Balanza de Oro (como es el caso de la Cueva de la Mora, según la leyenda) podría ser en realidad un enclave iniciático en el que se encuentran las claves ocultas que resultan una herramienta eficaz para alcanzar un cierto equilibrio espiritual. Se dice que enclaves de ese tipo hay muchos en el mundo (cuevas, pirámides, templos, montañas, fuentes, monumentos megalíticos, etc.) y que están entrelazados por unas supuestas corrientes de energía conocida con el nombre de energía telúrica. Una energía que según algunos atrajo a nuestros antepasados hasta esos puntos y los estimuló para construir templos y monumentos. En todo caso, es preferible acudir a la Cueva de la Mora con el propósito de elevarse espiritualmente, en vez de hacerlo con pico y pala para arrebatar al subsuelo los restos arqueológicos que los primitivos habitantes nos legaron y que son patrimonio de todos.
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