Lamentablemente, pese a los consejos que pululan por doquier, hay muchas personas que caen en las garras de algunos grupos sectarios, en los que sus vidas se convierten en un infierno, a veces sin que ellos mismos sean conscientes de la situación en que se hallan. La perversidad de los líderes o guías de esos grupos puede llegar a ser insospechable. Ana Camacho era la líder de uno de esos grupos, que resultó ser muy peligroso. Quince años por homicidio y otras penas llevaron a esa mujer a la cárcel, tras un juicio histórico en el que se sentaron en el banquillo de los acusados los integrantes de una microsecta cuyas actividades causaron la muerte a María Rosa Lima Sauz. Los 58 folios de la sentencia del juicio a los integrantes de la llamada secta de Mazagón reflejan bien a las claras los peligros extremos a los que puede llevar la pertenencia a un grupo sectario. Veamos a continuación cómo se iniciaron los tristes sucesos.
Ana Camacho Carrasco, auxiliar de clínica natural de Bollullos Par del Condado y que contaba por entonces con 30 años, asistió en noviembre de 1978 en Sevilla a un curso intensivo de control mental impartido por una instructora de la organización Silva Mind Control U. S. A. -la uruguaya Marta Lépore, con la que trabó gran amistad-, que poco tiempo después fue expulsada de esa organización por no atenerse exclusivamente al método Silva. Instaladas ambas mujeres al año siguiente en un piso de la calle San Emilio de Madrid, Ana creó una especie de tertulia donde se abordaban temas esotéricos, religiosos y espirituales. Poco a poco, entorno a su figura se fue consolidando un grupo de personas, atraídas por sus enseñanzas. Junto a Ana Camacho, conformaban el grupo varias personas: la primera de ellas su hermana María Luisa, profesora y casi tres años mayor que Ana; María Soledad Loma Herrero, “Marisol”; la arquitecta madrileña Emilia Gallego Valdés; la secretaria cacereña María Asunción Muñoz Álvarez; la sevillana, licenciada en Filosofía y Letras, Concepción González Servian; el funcionario de origen brasileño Fernando Asanza Fernaud; el empleado de Telefónica natural de Guadalajara, José Manuel Sánchez Palancares; y la esposa de este último, María Rosa de Lima Sauz.
En 1984, Lépore se trasladó a Canarias, tras lo cuan quedó como líder única Ana, que iba controlando cada vez más al colectivo, a la vez que iba dominando las voluntades de los integrantes. Para dominar la voluntad de sus adeptos, la líder del grupo se ayudaba de unas sesiones mediúmnicas, en las que hacía creer a los demás que diversos espíritus se manifestaban a través de ella. Así, los espíritus de Gran Águila, Santiago o Juan y los extraterrestres Leokin, Nirfe u Otonilbo pasaron a ser considerados "entidades-guía" y sus órdenes se cumplían a rajatabla. Si esto no ocurría, las entidades que hablaban por boca de Ana seriamente a los rebeldes, también a través de las manos de la líder del grupo.
Basándose en que sólo el sufrimiento lleva a la salvación eterna, Ana Camacho sometió a sus adeptos a humillaciones y terribles vejaciones. Rompió el noviazgo entre Fernando y Emilia y el matrimonio de José Manuel y María Rosa. Obligó a Fernando a abandonar sus estudios de arquitectura. Ana impedía a todos fumar y si encontraba a alguien con un cigarrillo encendido, se lo apagaba en la lengua y le hacía tragar los que tuviera en la cajetilla. A lo anterior hay que añadir golpes con una fusta o con la muleta de la que se ayudaba para caminar, cortes producidos con pinzas y otros castigos físicos, algunos tan sádicos como hacer ingerir los excrementos del perro o los cabellos que les arrancaba a tirones. Esta situación, aceptada para no perder la salvación eterna que sólo era posible junto a Ana, se hacía cada vez más insostenible. Para sofocar los focos de rebeldía, además de incrementar los castigos, Ana acusaba de estar endemoniados a los que disentían. Y todo ello, mientras la gurú se dedicaba en gran medida a visualizar películas en el vídeo y a degustar los exquisitos menús que se ordenaba preparar, a base de turrón, mazapanes, compotas y otras delicias.
En 1986, por orden de uno de los espíritus-guía, el grupo se trasladó a vivir a Mazagon, a donde ya solían acudir en periodos veraniegos y en algunos fines de semana. La gurú del grupo deseaba disfrutar del apacible clima que se da en esta población playera de nuestra provincia, ubicada a caballo entre los municipios de Moguer y Palos de la Frontera. En esos momentos, Ana Camacho, líder indiscutible, dominaba totalmente a los adeptos, que desde hacía tiempo vivían con ella. Los que tenían trabajo aportaban a Ana sus salario y -mientras Ana Camacho disfrutaba y los controlaba- todos por igual trabajaban en la casa , cuidando de cumplir al mínimo detalle las disparatadas órdenes de la líder. Todos creían que sólo al lado de Ana podían obtener la salvación eterna y que si se separaban de ella se condenarían sin remedio. La angustia de los adeptos crecía cuando Ana los conminaba a obedecerle, porque si no lo hacían se agravaría su enfermedad y se moriría, cosa que ellos no deseaban bajo ningún concepto porque supondría la pérdida de toda posibilidad de salvación.
Para propiciar la adhesión y sometimiento de los demás a su persona, Ana administraba a los integrantes del grupo, excepto a su hermana, lo que ella llamaba "cafiaspirinas bendecidas", que no eran otra cosa que comprimidos de centramina -una sustancia psicotrópica que conseguía falsificando recetas de MUFACE- machacados y mezclados con aspirinas, azúcar y agua. La tortura psicológica aumentaba con limitaciones en el sueño y el alimento, así como con la imposición de férreos horarios de salida y entrada y prohibiciones de comunicación entre algunos miembros. Por supuesto que cada desobediencia era duramente castigada, por orden de los “guías” que hablaban por boca de la líder.
Rosa, una de las más castigadas, intentó en 1988 escaparse de Mazagón, pero su intento falló y quedó a merced de Ana, que recrudeció sus castigos y la ató a la cama, diciendo al resto que estaba endemoniada. El aumento de palizas y castigos, unido a la vigilia y a la falta de alimentos, ocasionaron el desfallecimiento de Rosa. Ana ordenó que a medianoche, cuando no hubiera nadie por la calle, fuera trasladada a Sevilla e ingresada en un hospital con el argumento de que estaba en tratamiento psiquiátrico y se provocaba autolesiones. Era el 28 de agosto de ese año cuando la víctima, en estado de coma, ingresó en la UCI del sevillano Hospital Virgen de la Macarena. La rotura de un quiste ovárico, la caquexia producida por el estado de anemia y desnutrición, y las múltiples lesiones externas provocaron la muerte de María Rosa Lima en el centro hospitalario, que interpuso la correspondiente denuncia.
Tras el óbito de Rosa Lima, los castigos al resto aumentaron. Concepción González huyó a Sevilla y se refugió en casa de una amiga, pero Ana dio con su paradero e intentó entrar por la fuerza. La Policía Local intervino para evitarlo. Varios días después, tras la investigación llevada a cabo por las fuerzas del orden, el grupo fue desmantelado y Ana ingresó en la prisión de Sevilla. Todos los demás integrantes, excepto Marisol Loma -que no resultó imputada-, fueron enviados a la prisión de Huelva hasta que quedaron en libertad provisional.
El 22 de octubre de 1992 comenzó en la Audiencia Provincial de Huelva el juicio -seguido muy de cerca por mi buen amigo Moisés Garrido- por la muerte de Rosa Lima y otros delitos como detención ilegal, estafa, falsedad en documento oficial, amenazas, lesiones, etc. Durante su celebración salieron a la luz muchos de los trágicos detalles de esta historia. El 21 de noviembre se dictó la sentencia, que condenaba a Ana Camacho a quince años de reclusión menor por el delito de homicidio. Ana fue absuelta de asesinato, ya que durante la vista, en medio de una gran polémica, no pudo demostrarse que una sustancia, la mepivacaína del fármaco Scandinibsa -que fue encontrada en los análisis de sangre-, fuera la ocasionante de la muerte de Mª Rosa Lima. Tampoco se estableció que fuera muerte natural, como pretendía el abogado defensor de Asunción Muñoz. Otros once años de prisión menor, multas y otras sanciones completaron la condena de la líder de la secta. El resto de imputados fueron también condenados, pero -salvo en el caso de María Luisa Camacho- se tuvo en cuenta la circunstancia atenuante muy calificada de obediencia debida provocada a través del error, que en aquel momento era una figura jurídica novedosa en el Código Penal, por lo que la sentencia llamó mucho la atención en medios judiciales.
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