El ser humano ha buscado desde siempre su purificación, como herramienta de acercamiento a la divinidad. Los ritos encaminados a tal fin han pasado de cultura en cultura hasta llegar a nuestros días, adaptándose siempre a todas las creencias religiosas, incluido el cristianismo. Por tanto, no resulta extraño encontrar en nuestra tierra algunos de esos rituales ancestrales que aún perviven, especialmente en fechas claves como la Noche de San Juan o el día de la Inmaculada Concepción. Aunque las actuales manifestaciones de este tipo son consideradas como simples actividades folklóricas, ya que han perdido su faceta mágica por el aumento del peso festivo, sobre el fenómeno aún se cierne un cierto velo de misterio.
En nuestro actual contexto cristiano, los protagonistas de tales celebraciones son santos o vírgenes, como las citadas, pero -como hemos dicho- sus orígenes se encuentran mucho más atrás de ese marco religioso en el que se encuadran en la actualidad. El cristianismo asimiló gran parte del sustrato religioso preexistente a su aparición, especialmente durante su expansión, lo que conllevó una cristianización de ritos y creencias paganas. Ciñéndonos al ejemplo de la festividad de “La Pura”, desde tiempos inmemoriales la especie humana ha celebrado rituales de purificación con el fin de prepararse para afrontar el gran acontecimiento del solsticio de invierno, fecha del nacimiento de todos los dioses solares. Ya el hombre primitivo trataba de agradar al Sol y conseguir que no desapareciera. El temor estaba fundado en que cada día el Astro Rey permanecía menos tiempo en el firmamento visible.
Los dos principales agentes de purificación son el agua y el fuego, por lo que nos centraremos en ellos en el presente trabajo. Comenzaremos por el fuego, a través de sus distintas manifestaciones, un elemento mitológico capaz de fundir para regenerar, como en el caso del ave Fénix. Según la antropóloga Ana Mª Romero Bomba, “el fuego, entendido como rito de purificación en las culturas agrarias, representa la renovación de la naturaleza, y concluye con la espera de la próxima cosecha: la quema de los campo, de los “rastrojos”, como forma de regenerar la tierra, es la práctica de la renovación”.
La más conocida de esas manifestaciones puede ser, tal vez, la de las hogueras, también llamadas candelas, que iluminan numerosos puntos de la geografía provincial en varias ocasiones a lo largo del año. En algunos municipios, durante la Semana Santa se realizan hogueras simbólicas. Es el caso de Cumbres de San Bartolomé, donde el sábado de gloria se prende una candela en la Plaza de España, que representa a la luz de Cristo venciendo a las tinieblas. También en Semana Santa se celebra otro ritual de fuego para acabar simbólicamente con el Mal, se trata de la quema de los Judas, que se celebra en gran número de municipios, como Cortegana, Aracena, Fuenteheridos, Castaño del Robledo, Puerto Moral, Cumbres Mayores y Zufre, entre otros de la Sierra. Más al sur, los encontramos en Alosno, El Campillo, El Almendro o El Cerro de Andévalo. En algún lugar como Hinojos, el fuego purificador ha sido sustituido por el atronador fuego de las armas, que los cazadores locales descargan sobre el monigote alegórico instalado en lo alto de un madero, hasta dejarlo destrozado.
Municipios como San Juan del Puerto albergan festividades en las que el fuego cobra especial protagonismo. En concreto, en las fiestas de San José, esta localidad vive la quema de las “fallas”, unos muñecos de cartón y madera que son prendidos en medio de un gran jolgorio y con grandes celebraciones. También festeja esta localidad las candelarias o candelorios, implantadas como celebración desde hace varias décadas. Ligados a otro santo, en concreto a San Miguel, se celebran en Cumbres Mayores los también llamados candelorios, esta vez en la noche del veintiocho de septiembre. Los jóvenes organizan hogueras en los barrios, con saltos y jolgorio. Por su parte, Villanueva de las Cruces abre las fiestas de San Sebastián con una inmensa hoguera, que perdura varios días, en plena Plaza de la Constitución. En Alosno se queman unas fogatas en honor de San Antonio Abad, llamadas luminarias. En la celebración del mismo santo en Trigueros, se realiza una retahíla de actividades con el fuego como protagonista, como candelas y otras luminarias.
Hay celebraciones rituales y festivas en las que el fuego es la herramienta necesaria. Esto ocurre, por ejemplo, en El Cerro de Andévalo durante la romería de San Benito, donde en determinado momento de la noche se procesiona un madero incandescente al que los asistentes tratan de besar sin sufrir quemaduras. Por otra parte, en Villanueva de los Castillejos se queman corchos por San Matías con los que los jóvenes se embadurnan los rostros unos a otros. Algo similar, también con corchos quemados, ocurría en El Berrocal el Miércoles de Ceniza, tras la misa. En la festividad de la Candelaria, por ejemplo en Nerva, las candelas parecen también imprescindibles.
Sin duda, la gran noche de las hogueras es la de San Juan, entroncada con las antiguas celebraciones del solsticio vernal y considerada como una de las noches mágicas por excelencia. Cuando el calendario alcanza esa fecha son muchas las localidades que ven en sus calles y plazas el resplandor de las llamas de las fogatas. Es el caso de Encinasola, Cala, Corteconcepción, Fuenteheridos, Ayamonte, Isla Cristina, El Repilado y otros. En algunas localidades, como Santa Ana la Real, las candelas se repiten además en la festividad de San Pedro. En Bollullos Par del Condado se celebran en esos días unas fallas muy particulares, con la quema de muchos muñecos. Sin embargo, en Aljaraque se quema un pirulito con la vieja, un único muñeco.
La festividad de la Inmaculada, tal como apuntábamos antes, también lleva aparejada una larga lista de actividades en torno al fuego, a lo largo y ancho de la provincia, en la noche del siete de diciembre. Comenzaremos el recorrido por Aracena, donde en distintas zonas de la población arden las hogueras para que niños y jóvenes enciendan los rehiletes o rejiletes, que no son otra cosa que varillas de olivo que perforan un cúmulo de hojas secas de castaño. Una vez prendidos y convertidos en columnas de fuego, los rejiletes se hacen girar, simulando una especie de danza ritual. Según Romero, se trata de un rito de paso, de aceptación de los pequeños en la comunidad. Otras localidades próximas, como Linares de la Sierra, también practican la tradicional quema de los rejiletes. Algo parecido ocurre en Zufre, con hogueras y niños corriendo por las calles con sus abelorios encendidos -algunos de gran tamaño-.
En Zalamea la Real ocurre algo parecido, aunque en este caso se prenden en las hogueras las llamadas hachas o jachas, que consisten en unas especies de antorchas construidas con ramas bien entrelazadas. Allí no se danza, sino que se sostienen las jachas inclinadas hacia la hoguera, formando corros de participantes que cantan y consumen productos típicos. Con el mismo nombre de jachas se llama a los elementos incendiados esa noche el la localidad alosnera de Tharsis, mientras que las que se queman en el propio Alosno reciben del de jarchas. Por su parte en El Berrocal se queman las sachas y en Santa Bárbara de Casas, las antorchas. Rociana del Condado y Bollullos Par del Condado comparten la tradición de quemar esa noche las llamadas gamonitas, hechas con ramas de eucaliptos, hojas secas y haces de hierbas.
En muchas otras localidades se realizan candelas esa misma noche. Es el caso de Los Marines, Sanlúcar de Guadiana, Campofrío, La Granada de Riotinto, Minas de Riotinto o Santa Bárbara de Casas, entre otros. Sin embargo, lamentablemente, otras localidades han perdido esta tradición. Personalmente recuerdo como en mi infancia asistí a algunas hogueras realizadas en Puerto Moral. Hacíamos una hoguera en la zona alta de la localidad y, aprovechando la pendiente, saltábamos sobre las llamas, ajenos al fuerte simbolismo que encerraba aquel gesto. Y, pese al alto riesgo, nunca ocurrió ningún percance reseñable. Afortunadamente.
Por su parte, La Nava celebra las llamadas Candelas de Nochebuena y Año Nuevo, a base de leña de encina, para calentar el ambiente y desterrar la oscuridad. Algo similar se realiza en Encinasola, en las noches del veinticuatro y treinta y uno de diciembre, donde se hacen grandes hogueras en la Plaza Mayor para avivar el calor familiar y estrechar lazos bajo el embrujo de las llamas y el son de los villancicos. Estas hogueras navideñas también están presentes en municipios como Lepe, Bollullos Par del Condado, Beas, Galaroza, Cortegana, El Rocío o Aroche, entre otros, aunque en algunos casos las hogueras sólo tienen carácter familiar o se realizan para motivar pequeñas reuniones de amistades.
Más alejados de estas celebraciones de fuego, nos encontramos con una particular manifestación festiva y ritual, los toros de fuego, consistentes en carretillas -o artilugios similares- que imitan más o menos la figura de un astado, rebosantes de pirotecnia (bengalas, petardos y buscapiés) y conducidas contra el público, como si embistieran con bravura. Dignos ejemplos de toros de fuego son los de Arroyomolinos de León, Cortelazor la Real, Villarrasa, Villalba del Alcor, Manzanilla, La Palma del Condado y Pozo del Camino, en Isla Cristina.
También el agua tiene un papel fundamental en muchos rituales de purificación, dada su cotidiana función limpiadora y por otros valores religiosos. Como dice el antropólogo Pedro Antón Cantero, “el agua limpia y purifica, fertiliza y regenera”. El uso purificador del agua es sobradamente conocido en todas las partes del mundo. El orbe cristiano ha institucionalizado los rituales de purificación al dar al bautismo el carácter de primer sacramento, capaz de acabar con el terrible pecado original, inherente a la naturaleza humana. El momento de pasar bajo las aguas bautismales es, al menos teóricamente, el más importante para los cristianos pues supone su incorporación a la comunidad de creyentes.
Retomando la celebración de la Noche de San Juan, son muchas las tradiciones que aún se conservan en toda la provincia en las que se utiliza el líquido elemento. Generalmente se usa agua para lavarse al amanecer. Las partes del cuerpo que se someten a este lavado purificador son el rostro y las manos. El agua se suele mantener durante toda la noche con pétalos de rosas, con romero o con ramas y flores de Hipérico perforatum, las famosas Flores de San Juan. En algunos casos, recogidos por el antropólogo Caro Baroja, el agua de San Juan tiene utilidad adivinatoria. En Alosno y Rociana del Condado se arrojaba esa agua por la ventana para que el primer hombre que pasara dijera un nombre, que luego sería el del novio, o se utilizaba un vaso en el que se echaban papelillos enrollados con nombres para ver cual flotaba.
En el caso del agua, también nos encontramos con celebraciones puntuales ancladas en la tradición mágica, aunque hayan perdido su condición ancestral en favor de su vertiente lúdica. Así ocurre en Cumbres Mayores, donde en la noche del catorce de agosto se celebra la festividad de los Jarros. En ella la gente se moja con búcaros de barro. Puerto Moral celebra una Fiesta del Agua a finales de julio, que cierra la festividad de “La Alcaldesa” (de tipo religioso), pero esta no es de carácter tradicional por lo que no parece guardar relación con la línea ritual que trabajamos en el presente trabajo. De igual manera, descartamos la Fiesta del Agua que El Almendro celebra en agosto y el remojón popular en las fiestas de la Virgen de Luna en Escacena del Campo.
La que tiene una arraigada tradición a sus espaldas es la Fiesta de los Jarritos, de Galaroza. Se celebra el día seis de septiembre y en ella el agua es la gran protagonista, porque consiste en arrojarse ese líquido entre los participantes. Cualquier persona, por el simple hecho de transitar por la calle, es considerada participante y es susceptible de ser mojada. Sus orígenes se encuentran en la venta de productos que hacían en la localidad los alfareros extremeños que iban de camino a la Peña de Alájar, donde comercializaban su mercancía en la romería. En Galaroza, las personas que compraban los búcaros, los probaban en la fuente de los doce caños que hay en la plaza. Con una fuerte motivación erótica, el siguiente paso era mojarse unos a otros, principalmente jóvenes de sexos opuestos, que bajo las prendas mojadas intuían los volúmenes que la moral de la época mantenía ocultos hasta el trámite ineludible del matrimonio. Con menos intensidad, pero relacionadas con la alfarería del agua, en El Berrocal y El Campillo se celebraban dos actividades festivo-rituales en las que el cántaro era el protagonista.
Para finalizar, voy a recordar varias celebraciones casi rituales con el agua del mar como protagonista. En Isla Cristina, donde en la noche de San Juan la gente se moja los pies en la playa, tenemos dos manifestaciones de este tipo. En julio, la Virgen del Carmen es llevada a la orilla del mar y embarcada, además de celebrarse cucañas sobre el agua, con las consiguientes zambullidas. En agosto le toca el turno a la Virgen del Mar, que es llevada en barco por la ría y el mar, para después ser desembarcada en plena playa, donde la juventud la porta por el agua hasta tierra firma. En Sanlúcar de Guadiana, la Virgen del Carmen realiza una procesión por el río, con desembarco en el margen portugués incluido. En Isla Canela (Ayamonte), la imagen de idéntica advocación es introducida en el río a hombros de los fieles, en medio de un gran fervor. El río Piedras es el escenario elegido por los marineros de El Rompido, en Cartaya, para pasear en sus embarcaciones a la patrona del mar. Otro tanto ocurre en Punta Umbría, donde la Virgen del Carmen es procesionada en varias ocasiones, en barco por la ría o en las aguas de la playa a hombros de los fieles.
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