martes, 17 de marzo de 2009

Humanoides en la costa, el encuentro de Rafael Peralta y otros casos

Debido al enorme número de casos de avistamientos de ovnis en todo el mundo, los investigadores del fenómeno nos hemos visto en la necesidad de establecer unos criterios de clasificación con los que agrupar los casos, para poder analizarlos con mayor precisión y poder sacar conclusiones con más objetividad. El primer criterio de clasificación es la distancia entre el testigo y el supuesto objeto observado, lo que supone que existen dos tipos de avistamientos: lejanos y cercanos. Los avistamientos lejanos, analizados aisladamente, carecen de especial interés porque aportan escasa información sobre el objeto y porque se prestan en demasía a ser el resultado de algún error de percepción. Por su parte, los avistamientos cercanos se subdividen en cuatro categorías o tipos, según si el objeto está en vuelo (1º), si está aterrizado (2º), si está aterrizado y son perceptibles seres asociados a él (3º), y si el observador supuestamente interacciona con el objeto (4º).

Cuanto más complejo es el caso, más llamativo resulta para los investigadores y más atracción ejerce sobre los medios de comunicación, aunque existen otras circunstancias que elevan ese interés. Es eso lo que ocurre con el caso acaecido en nuestra provincia en julio de 1982, un avistamiento cercano del tercer tipo que, además, estuvo protagonizado por un personaje famoso: Rafael Peralta, una figura del arte del rejoneo. Con el aliciente añadido de la popularidad del protagonista, el caso fue muy divulgado en su momento, aunque al principio Peralta sólo relató los hechos a su familia. Cuando la información trascendió el círculo familiar y llegó a los medios de comunicación, el prestigioso investigador Juan José Benítez estudió a fondo el caso, incluyéndolo en alguno de sus libros sobre temática ufológica.

Rafael Peralta contaba en aquel momento con cuarenta y tres años de edad. En la tarde del domingo veinticinco de julio de 1982 toreó en la plaza de La Línea de la Concepción. Tras la corrida acompañó a su cuadrilla hasta la capital hispalense. Desde allí, Peralta se dirigió en su vehículo, un potente Mercedes, hacia Punta Umbría, población en la que se encontraba veraneando su familia. El trayecto de Sevilla a Punta lo realizó solo. Sobre las cuatro de la Madrugada, cuando se acercaba al cruce de La Bota, observó unas luces rojas y amarillas intermitentes junto al ramal de carretera que sale del cruce en dirección a Punta Umbría, sobre la arena, en el lado que da al mar. El afamado torero pensó que se trataba de algún accidente de tráfico, por lo que aminoró la velocidad del coche hasta detenerse a unos veinte metros del lugar en que estaban las luces.

Peralta se apeó y caminó hacia las luces con el propósito de prestar ayuda a los posibles accidentados. Cuando se acercaba, comprobó estupefacto que no se trataba de ningún accidente de tráfico. Según su testimonio, allí lo que había era un objeto casi cuadrado con las aristas redondeadas, de unos cinco o seis metros de largo por tres o cuatro de alto, con un brillo plateado muy intenso. El conocido rejoneador se paró a medio camino con la certeza de que aquello no era algo normal. Al detenerse reparó en otro detalle. A la derecha del objeto, Rafael descubrió a un individuo muy alto, de más de dos metros y medio, que se encontraba frente a él. Aquel ser parecía no tener brazos, ni cabellos, ni facciones. Su cabeza parecía como cubierta con una especie de malla metálica y era cuadrada. Las piernas parecían partir de más abajo de las ingles. Nuestro hombre no daba crédito a lo que veía.

El extraño ser emitió un sonido gutural, seco, entrecortado y con cierto tono metálico. Rafael oyó algo así como “ba-ra-ra-rá”, y no entendió absolutamente nada, por lo que le preguntó al personaje “¿qué dices?”. No obtuvo respuesta. El humanoide se adentró en el objeto sin que el rejoneador acertara a captar ni cómo, ni por dónde. Seguidamente el objeto se elevó y, siempre en silencio, se dirigió hacia el mar. Peralta volvió al coche y durante unos minutos buscó las llaves, pues con el nerviosismo no recordaba dónde las había dejado. Cuando por fin las encontró, arrancó el vehículo y puso rumbo a su casa, a donde llegó invadido por un miedo que no lo dejó dormir en toda la noche. Su reloj se había quedado parado a las cuatro y pico, y no volvió a funcionar hasta pasados varios días.

Curiosamente, el catorce de ese mismo mes se había producido algún avistamiento de ovnis en la misma zona. Pasadas las tres de la madrugada, unos veraneantes madrileños vieron en el mismo cruce un objeto que evolucionaba sobre el mar. Al llegar a Punta Umbría alertaron a varios vecinos que fueron así también testigos de las maniobras del objeto, que en ocasiones descendía hasta casi tocar la superficie del agua, iluminándola con potencia.

No ha sido este caso el único en nuestra provincia en el que se observa un ser de aspecto humanoide, el propio Benítez nos dio a conocer otros casos que resultan muy adecuados para referirlos a continuación. Comenzaremos por el avistamiento ocurrido en Villablanca el día diecinueve de marzo de 1967. La historia fue protagonizada por el pastor de la localidad, Domingo De la Cruz Orta, el “Hilario”, y por el “zagal” que le ayudaba en las faenas de cuidar a las ovejas, Fernando Cavaco, un chico de unos doce años de Cartaya. A las dos de la madrugada, ambos regresaban con el ganado después de haber pastado furtivamente en una finca próxima cuando divisaron una luz muy potente junto a unas cuadras. Primero pensaron que sería un paisano que atendía al ganado, pero cuando se situaron a unos doscientos metros vieron que era un extraño personaje que portaba una especie de foco.

Tras deambular por la zona, aquel ser se elevó por los aires hasta que sólo era visible la luz proyectada. Primero se desplazó en dirección a Portugal y después se dio la vuelta hacia el punto de partida. Antes de llegar cayó por un barranco y después siguió acercándose, volando a unos veinte o treinta metros de altura. A medida que descendía, la luz disminuía y se hacía más visible la silueta del humanoide, que volaba en posición vertical sin que se viera ningún aparato que propiciara tal desplazamiento, como si levitara, y sin emitir ni un solo sonido. El pastor se acercó algo más al ser, una vez se posó de nuevo. Observó que vestía pantalón y chaqueta bien abrochada que le parecieron de pana, con un sombrero en el que brillaba algo metálico y que el ayudante percibió más bien como una corona. La indumentaria hizo pensar al “Hilario” que podía tratarse de uno de los guardas de la finca que acababan de abandonar, aunque no podía comprender lo del vuelo.

Ante esa posibilidad, el pastor se acercó hacia el ser con la intención de solucionar la falta cometida, pero cuando estuvo a pocos pasos -y ambos se detuvieron- observó que no era ningún guarda. Antes de poder emitir alguna palabra, el humanoide se giró y se alejó. Poco después volvió a elevarse, aumentando la luz hasta que la claridad lo ocultó a la vista. La luminaria se alejó en dirección al Guadiana alumbrando los campos en su trayectoria. Cuando desapareció de forma definitiva, los pastores retomaron el rebaño -en todo momento tranquilo- y se recogieron siendo poco más de las tres de la madrugada.

El siguiente caso es el que protagonizó la prestigiosa pintora María Asunción Echagüe en noviembre de 1972. Tenía cuarenta y cuatro años por entonces y vivía en Isla Cristina. Una mañana salió a pasear por la playa con su hermana Concha y la perrita Tekel. Vieron pisadas, dos pares de hileras separadas entre sí un metro. Parecían pisadas normales, salvo por el detalle de que eran afiladas por la delantera. Presentaban un avance unísono, saliendo perpendicularmente del agua y desapareciendo súbitamente a cierta distancia, en las dunas que cerraban la playa, como si los caminantes se hubieran esfumado durante el avance. Eso asustó a las mujeres, que decidieron volver a casa.

Según confesó la pintora a J. J. Benítez, poco antes del mediodía, se puso a regar las plantas de la terraza y descubrió en un jardín a unos cuarenta metros a dos individuos de casi dos metros de altura, con melenas de color blanco brillante, con trajes ajustados de una sola pieza, de color gris refulgente y como granulado, con algo oscuro en el pecho y el cuello. La pintora estupefacta se preguntó qué serían. En ese momento, los seres se giraron y la miraron, alzando sus brazos derechos con tres dedos extendidos. La testigo creyó recibir una comunicación que la llenó de paz y alegría. A continuación, se marcharon y desaparecieron entre los árboles cercanos. A poca distancia, un niño del vecindario observaba a los extraños seres y, cuando la vio, le preguntó a María Asunción si había observado aquellos extranjeros tan raros.

En el mes de enero siguiente, María Asunción observó al oscurecer, bajo las aguas del mar, una gran luz que cambiaba de color, entre el azul, el verde y el naranja. El fenómeno duró unos diez minutos. La pintora protagonizó otro avistamiento singular el 29 de septiembre de 1982, dos meses después de la experiencia de Peralta. Al levantarse vio hacia el este un panecillo luminoso de color anaranjado, de tamaño aparente mayor que la luna llena, y que se apagó de repente. A continuación, observó por el balcón, hacia el oeste, otras dos luces, una ovalada y la otra, como doble, con la parte superior más pequeña que la inferior. Esa misma noche también fueron testigos de los avistamientos unos policías locales, comerciantes y marineros de Isla Cristina.

sábado, 7 de marzo de 2009

La leyenda de la Romana de Oro de la Cueva de la Mora de La Umbría-Puerto Moral

La Sierra del Parralejo es una montaña que abarca el sur del término municipal de Puerto Moral y una pequeña extensión de terrenos pertenecientes al de Aracena. En la parte de la solana, en la ladera suroriental de dicha sierra, a pocos metros del límite entre ambos municipios, se encuentra la Cueva de la Mora (homónima de otros enclaves serranos en Jabugo, Los Romeros y la propia Cueva de la Mora, perteneciente al municipio de Almonaster la Real). Se trata de una pequeña cavidad horadada en la roca caliza, cuya entrada tiene una orientación que le permite recibir bastante luz solar a lo largo del día. A su alrededor crece una extensa masa de matorral, en la que destacan las madroñeras y otros arbustos. Por pocos metros la cueva se encuentra en terreno aracenés desde la emancipación local de Puerto Moral hace un par de siglos. Pese a ello, esta localidad considera la cueva como algo propio, en parte por la artificialidad de los límites territoriales que son trazados sobre un mapa sin atender a la realidad de esos territorios. No en vano, los antiguos habitantes de la Sierra del Parralejo campaban por ella ajenos a la división que siglos más tarde sería establecida. El hábitat de tales pobladores debe entenderse de forma unitaria, por lo que en la actualidad ambos municipios pueden sentirse “herederos legítimos” de aquella realidad histórica (y de hecho, los restos arqueológicos se esparcen a ambos lados de la actual línea divisoria).

La existencia de la cueva es conocida desde hace siglos por los habitantes de Puerto Moral y de otras localidades de los alrededores. En torno a esa cavidad ha existido una leyenda que afirma que en lo más profundo de la cueva está enterrada una romana de oro. Una balanza romana construida exclusivamente con ese preciado metal. Hasta el momento nadie ha encontrado ese curioso tesoro. Decimos curioso porque otras leyendas más comunes sobre caudales ocultos hablan siempre de cofres con monedas y joyas o de lingotes de gran tamaño, nunca de artilugios como el que nos ocupa.

Por la presencia de restos se sabe que esta cueva fue un abrigo habitado en épocas prehistóricas, pero lamentablemente no hay mucha información, puesto que el yacimiento arqueológico ha sido brutalmente expoliado por buscadores de la Balanza de Oro. Entre los materiales que ha sido posible recuperar tras las expoliaciones se encuentran fragmentos de cerámica, microlitos y restos dentarios. Del análisis de la cerámica rescatada en la década de los 80, llevado a cabo por los arqueólogos Federico Martínez Rodríguez y José Pedro Lorenzo Gómez, se deduce que la oquedad estuvo débilmente habitada en el Calcolítico pleno (mediados del III milenio a. C.) y alcanzó su máxima ocupación en el Calcolítico final y el Bronce antiguo y pleno (I milenio a. C.). A partir de ese momento la ocupación tuvo carácter esporádico, como parece desprenderse de ciertas evidencias en el Bronce final (primeros siglos del I milenio a. C.) y la etapa prerromana (siglos V al III a. C.). La documentación de esas diversas etapas de ocupación otorga a este yacimiento arqueológico una gran importancia dentro del contexto comarcal serrano.

Es posible pensar que la existencia de restos arqueológicos en el interior de la cueva hubiera desencadenado en un pasado remoto los mecanismos que dieran lugar a la aparición de la leyenda. Algo así como si el supuesto tesoro (la balanza romana de oro) guardara relación con los restos (sobrevalorados por la fantasía popular). Sin embargo, la existencia de la leyenda parece remontarse a tiempos muy anteriores a los momentos en los que el pueblo llano ha tomado conciencia sobre el valor de los restos arqueológicos. Además, nunca se ha hablado de que se hubieran hallado restos con anterioridad a la fecha citada (década de los ochenta). Por todo ello parece descartarse cualquier relación entre la Romana de Oro y los restos arqueológicos hallados en la Cueva de la Mora.

Por otra parte, el mundo del ocultismo nos ofrece claves para determinar el valor simbólico de la leyenda, cuya interpretación en esa línea nos lleva a unas conclusiones sorprendentes (sean ciertas o no). Definimos el ocultismo como el conjunto de doctrinas y prácticas misteriosas, espiritistas y hasta mágicas, que pretenden conocer, explicar y someter al dominio humano los más misteriosos fenómenos de la vida material y psíquica. Recurrimos a tal línea de explicación basándonos en la circunstancia de que aquello que está enterrado se encuentra oculto y, por tanto, disponible sólo para quienes sepan encontrarlo. Y la leyenda es clara en eso: la romana de oro está enterrada.

Para realizar el análisis de la leyenda partiremos de la clave simbólica de la cueva. Grutas, simas, cavernas y demás oquedades naturales han sido utilizadas en la antigüedad como viviendas, santuarios y tumbas. Por ello, José Felipe Alonso Fernández-Checa afirma en su Diccionario de Alquimia, Cábala, Simbología que “en ellas residen los mitos de renacimiento y de iniciación de numerosos pueblos”. Más allá va Juan G. Atienza en el prólogo de Montes y Simas Sagrados de España, cuando afirma que “la caverna ha constituido la base de la penetración humana en el conocimiento prohibido, (...) participa del secreto de la iniciación,” o que “su acceso (está) restringido a quienes aspiran al conocimiento superior”. Para Atienza “su simbolismo primigenio la identificó siempre con el útero materno de la Tierra creadora de todo lo viviente”, por lo que “es la matriz de la tierra, el vientre de la ballena jonasiana, la cueva de los leones de Daniel, el antro sombrío donde el humano debe penetrar cuando quiere integrarse en el saber sagrado que nunca le será revelado ni cedido voluntariamente, sin haber cumplido primero con el requisito iniciático que lo haga acreedor de alcanzar el conocimiento de lo numinoso”. Estas afirmaciones convierten a las cavernas en lugares propicios para los rituales iniciáticos, conscientes o inconscientes. Atienza afirma que tales enclaves despiertan “reacciones físicas o psíquicas (...). Cuando tal sucede, individuos especialmente sensibles pueden llegar a vivir experiencias que el conjunto del colectivo ni siquiera capta. Y esas experiencias (...) suelen crear estados de ánimo insólitos y hasta pueden llegar a producir sensaciones aparentemente sobrehumanas, estados alterados de conciencia”.

En torno a la simbología de la Balanza, en su Diccionario, José Felipe Alonso nos aclara que ésta “simboliza en la actualidad de forma mística la justicia, la equivalencia, el equilibrio”. Nos interesa especialmente este tercer valor simbólico, aplicable sin duda a cualquier modelo de balanza. Incluso cuando Alonso afirma que la Balanza “representa la correspondencia existente entre el universo corporal y el universo espiritual”, podemos sustituir el término correspondencia por el de equilibrio sin alterar sustancialmente el significado de la afirmación. “Como expresión práctica de la Justicia y del juicio”, la balanza -según Alonso- también “está unida a valorar el bien y el mal humano”.

La obra de Alonso Fernández-Checa también nos va a servir para conocer el significado oculto del Oro, metal que cotidianamente ejerce como símbolo genérico del poder y la riqueza. Este preciado elemento es “uno de los siete metales considerados por los alquimistas”. No olvidemos que en la llamada “Alquimia práctica” el objetivo fundamental era “encontrar la Piedra filosofal que puede transmutar en oro los metales sin valor”. Sin embargo, a nivel esotérico también existía una “Alquimia mística”, que se puede definir como una “forma espiritual para transformar lo malo en bueno, aspirando a la perfección superior”. Elvira Marteles, que afirma que “el oro era la meta” de los alquimistas, advierte que para los filósofos herméticos “las alusiones al oro tenían un significado alegórico” e, incluso, diferenciaban entre el “oro vulgar” (el metal) y el “oro filosófico”. Todo ello nos coloca al Oro como un símbolo espiritual, de pureza, de perfección.

Puestos a atar cabos, nos encontramos con que una Cueva en la que se encuentra enterrada una Balanza de Oro (como es el caso de la Cueva de la Mora, según la leyenda) podría ser en realidad un enclave iniciático en el que se encuentran las claves ocultas que resultan una herramienta eficaz para alcanzar un cierto equilibrio espiritual. Se dice que enclaves de ese tipo hay muchos en el mundo (cuevas, pirámides, templos, montañas, fuentes, monumentos megalíticos, etc.) y que están entrelazados por unas supuestas corrientes de energía conocida con el nombre de energía telúrica. Una energía que según algunos atrajo a nuestros antepasados hasta esos puntos y los estimuló para construir templos y monumentos. En todo caso, es preferible acudir a la Cueva de la Mora con el propósito de elevarse espiritualmente, en vez de hacerlo con pico y pala para arrebatar al subsuelo los restos arqueológicos que los primitivos habitantes nos legaron y que son patrimonio de todos.

lunes, 2 de marzo de 2009

La Secta de Mazagón: una gurú ante los tribunales

Lamentablemente, pese a los consejos que pululan por doquier, hay muchas personas que caen en las garras de algunos grupos sectarios, en los que sus vidas se convierten en un infierno, a veces sin que ellos mismos sean conscientes de la situación en que se hallan. La perversidad de los líderes o guías de esos grupos puede llegar a ser insospechable. Ana Camacho era la líder de uno de esos grupos, que resultó ser muy peligroso. Quince años por homicidio y otras penas llevaron a esa mujer a la cárcel, tras un juicio histórico en el que se sentaron en el banquillo de los acusados los integrantes de una microsecta cuyas actividades causaron la muerte a María Rosa Lima Sauz. Los 58 folios de la sentencia del juicio a los integrantes de la llamada secta de Mazagón reflejan bien a las claras los peligros extremos a los que puede llevar la pertenencia a un grupo sectario. Veamos a continuación cómo se iniciaron los tristes sucesos.

Ana Camacho Carrasco, auxiliar de clínica natural de Bollullos Par del Condado y que contaba por entonces con 30 años, asistió en noviembre de 1978 en Sevilla a un curso intensivo de control mental impartido por una instructora de la organización Silva Mind Control U. S. A. -la uruguaya Marta Lépore, con la que trabó gran amistad-, que poco tiempo después fue expulsada de esa organización por no atenerse exclusivamente al método Silva. Instaladas ambas mujeres al año siguiente en un piso de la calle San Emilio de Madrid, Ana creó una especie de tertulia donde se abordaban temas esotéricos, religiosos y espirituales. Poco a poco, entorno a su figura se fue consolidando un grupo de personas, atraídas por sus enseñanzas. Junto a Ana Camacho, conformaban el grupo varias personas: la primera de ellas su hermana María Luisa, profesora y casi tres años mayor que Ana; María Soledad Loma Herrero, “Marisol”; la arquitecta madrileña Emilia Gallego Valdés; la secretaria cacereña María Asunción Muñoz Álvarez; la sevillana, licenciada en Filosofía y Letras, Concepción González Servian; el funcionario de origen brasileño Fernando Asanza Fernaud; el empleado de Telefónica natural de Guadalajara, José Manuel Sánchez Palancares; y la esposa de este último, María Rosa de Lima Sauz.

En 1984, Lépore se trasladó a Canarias, tras lo cuan quedó como líder única Ana, que iba controlando cada vez más al colectivo, a la vez que iba dominando las voluntades de los integrantes. Para dominar la voluntad de sus adeptos, la líder del grupo se ayudaba de unas sesiones mediúmnicas, en las que hacía creer a los demás que diversos espíritus se manifestaban a través de ella. Así, los espíritus de Gran Águila, Santiago o Juan y los extraterrestres Leokin, Nirfe u Otonilbo pasaron a ser considerados "entidades-guía" y sus órdenes se cumplían a rajatabla. Si esto no ocurría, las entidades que hablaban por boca de Ana seriamente a los rebeldes, también a través de las manos de la líder del grupo.

Basándose en que sólo el sufrimiento lleva a la salvación eterna, Ana Camacho sometió a sus adeptos a humillaciones y terribles vejaciones. Rompió el noviazgo entre Fernando y Emilia y el matrimonio de José Manuel y María Rosa. Obligó a Fernando a abandonar sus estudios de arquitectura. Ana impedía a todos fumar y si encontraba a alguien con un cigarrillo encendido, se lo apagaba en la lengua y le hacía tragar los que tuviera en la cajetilla. A lo anterior hay que añadir golpes con una fusta o con la muleta de la que se ayudaba para caminar, cortes producidos con pinzas y otros castigos físicos, algunos tan sádicos como hacer ingerir los excrementos del perro o los cabellos que les arrancaba a tirones. Esta situación, aceptada para no perder la salvación eterna que sólo era posible junto a Ana, se hacía cada vez más insostenible. Para sofocar los focos de rebeldía, además de incrementar los castigos, Ana acusaba de estar endemoniados a los que disentían. Y todo ello, mientras la gurú se dedicaba en gran medida a visualizar películas en el vídeo y a degustar los exquisitos menús que se ordenaba preparar, a base de turrón, mazapanes, compotas y otras delicias.

En 1986, por orden de uno de los espíritus-guía, el grupo se trasladó a vivir a Mazagon, a donde ya solían acudir en periodos veraniegos y en algunos fines de semana. La gurú del grupo deseaba disfrutar del apacible clima que se da en esta población playera de nuestra provincia, ubicada a caballo entre los municipios de Moguer y Palos de la Frontera. En esos momentos, Ana Camacho, líder indiscutible, dominaba totalmente a los adeptos, que desde hacía tiempo vivían con ella. Los que tenían trabajo aportaban a Ana sus salario y -mientras Ana Camacho disfrutaba y los controlaba- todos por igual trabajaban en la casa , cuidando de cumplir al mínimo detalle las disparatadas órdenes de la líder. Todos creían que sólo al lado de Ana podían obtener la salvación eterna y que si se separaban de ella se condenarían sin remedio. La angustia de los adeptos crecía cuando Ana los conminaba a obedecerle, porque si no lo hacían se agravaría su enfermedad y se moriría, cosa que ellos no deseaban bajo ningún concepto porque supondría la pérdida de toda posibilidad de salvación.

Para propiciar la adhesión y sometimiento de los demás a su persona, Ana administraba a los integrantes del grupo, excepto a su hermana, lo que ella llamaba "cafiaspirinas bendecidas", que no eran otra cosa que comprimidos de centramina -una sustancia psicotrópica que conseguía falsificando recetas de MUFACE- machacados y mezclados con aspirinas, azúcar y agua. La tortura psicológica aumentaba con limitaciones en el sueño y el alimento, así como con la imposición de férreos horarios de salida y entrada y prohibiciones de comunicación entre algunos miembros. Por supuesto que cada desobediencia era duramente castigada, por orden de los “guías” que hablaban por boca de la líder.

Rosa, una de las más castigadas, intentó en 1988 escaparse de Mazagón, pero su intento falló y quedó a merced de Ana, que recrudeció sus castigos y la ató a la cama, diciendo al resto que estaba endemoniada. El aumento de palizas y castigos, unido a la vigilia y a la falta de alimentos, ocasionaron el desfallecimiento de Rosa. Ana ordenó que a medianoche, cuando no hubiera nadie por la calle, fuera trasladada a Sevilla e ingresada en un hospital con el argumento de que estaba en tratamiento psiquiátrico y se provocaba autolesiones. Era el 28 de agosto de ese año cuando la víctima, en estado de coma, ingresó en la UCI del sevillano Hospital Virgen de la Macarena. La rotura de un quiste ovárico, la caquexia producida por el estado de anemia y desnutrición, y las múltiples lesiones externas provocaron la muerte de María Rosa Lima en el centro hospitalario, que interpuso la correspondiente denuncia.

Tras el óbito de Rosa Lima, los castigos al resto aumentaron. Concepción González huyó a Sevilla y se refugió en casa de una amiga, pero Ana dio con su paradero e intentó entrar por la fuerza. La Policía Local intervino para evitarlo. Varios días después, tras la investigación llevada a cabo por las fuerzas del orden, el grupo fue desmantelado y Ana ingresó en la prisión de Sevilla. Todos los demás integrantes, excepto Marisol Loma -que no resultó imputada-, fueron enviados a la prisión de Huelva hasta que quedaron en libertad provisional.

El 22 de octubre de 1992 comenzó en la Audiencia Provincial de Huelva el juicio -seguido muy de cerca por mi buen amigo Moisés Garrido- por la muerte de Rosa Lima y otros delitos como detención ilegal, estafa, falsedad en documento oficial, amenazas, lesiones, etc. Durante su celebración salieron a la luz muchos de los trágicos detalles de esta historia. El 21 de noviembre se dictó la sentencia, que condenaba a Ana Camacho a quince años de reclusión menor por el delito de homicidio. Ana fue absuelta de asesinato, ya que durante la vista, en medio de una gran polémica, no pudo demostrarse que una sustancia, la mepivacaína del fármaco Scandinibsa -que fue encontrada en los análisis de sangre-, fuera la ocasionante de la muerte de Mª Rosa Lima. Tampoco se estableció que fuera muerte natural, como pretendía el abogado defensor de Asunción Muñoz. Otros once años de prisión menor, multas y otras sanciones completaron la condena de la líder de la secta. El resto de imputados fueron también condenados, pero -salvo en el caso de María Luisa Camacho- se tuvo en cuenta la circunstancia atenuante muy calificada de obediencia debida provocada a través del error, que en aquel momento era una figura jurídica novedosa en el Código Penal, por lo que la sentencia llamó mucho la atención en medios judiciales.